Lorenzo Peña
§0.-- Introducción
Cuando tratamos de estudiar la historia de las bibliotecas, lo primero que necesitamos es determinar qué entendemos por una biblioteca, o sea cómo definimos la palabra `biblioteca'; porque poco sentido puede tener averiguar si hubo o no hubo bibliotecas en tal o cual civilización, o qué importancia tuvieron en la misma, o cuántos recursos se dedicaron a su construcción y a su mantenimiento, mientras no hayamos aclarado de qué estamos hablando, o sea qué cosa sea una biblioteca.
Ahora bien, en cuanto definamos --de un modo u otro-- la palabra `biblioteca', seguro que va a asaltarnos una dificultad que en verdad rodea a casi todas las nociones que manejamos tanto en la reflexión e investigación científica cuanto en nuestro hablar cotidiano acerca de las cosas. La dificultad es el sorites. Cualquier definición más o menos plausible de la palabra `biblioteca' (plausible si queremos que la definición refleje de algún modo el uso normal y corriente) involucrará otras nociones susceptibles de darse por grados; y así nos toparemos con el problema de que aparentemente no cabe trazar límites al campo de aplicabilidad de la palabra. Al igual que con los demás sorites, éste que afecta a las bibliotecas puede suscitar soluciones diversas. La que aquí propondremos es tal vez la más sencilla, pues estriba simplemente en asumir esa gradualidad y, en consecuencia, reconocer que hay muchos y hasta potencialmente infinitos grados en que algo puede ser una biblioteca.
§1.-- Dilucidación de una definición de `biblioteca'
Una biblioteca es --seguramente estamos todos de acuerdo-- un cúmulo de libros reunidos por decisión de individuos inteligentes en un lugar o fondo común con vistas a su lectura por un determinado público. (Tal vez esta definición pueda ser objetada en sus detalles, mas difícilmente se propondrán alternativas radicalmente discrepantes.)
En el diccionario de María Moliner la definición propuesta es ésta: `Conjunto ordenado de un número considerable de libros; local en que se guardan e instalaciones para tenerlos, ordenarlos, servirlos, leerlos'.
Doña María Moliner introduce en su definición dos notas que faltan en la aquí brindada: los libros tienen que estar ordenados; y su número ha de ser considerable.NOTA 1 Es posible que lleve razón: una colección de 2 ó 3 libros no constituiría una biblioteca; y un almacén de muchos libros amontonados sin orden ni concierto, un almiar o jabardillo de libros volcados en una garaje, tampoco; faltando orden, no constituyen juntos un fondo utilizable.
Sin embargo, no está del todo claro que sean realmente necesarias esas notas. En la nuestra, lo que se dice es que la colección (cúmulo o conjunto) ha de estar constituida con vistas a la lectura por un determinado público; un montón de libros arrojados a un barranco o depositados en un pozo, en un sótano, sin orden, difícilmente puede estar destinado a la lectura, ya que no se pone realmente a disposición de ningún público, sino que meramente se pone o coloca en un lugar.
El orden es sólo uno de los requisitos de la accesibilidad, y ésta viene dada precisamente por el hecho de que la colección se haya constituido con vistas a la lectura (y, lo que es más, a la lectura por un público determinado, teniendo así en cuenta las capacidades de acceso de tal público, las limitaciones de tiempo, y la necesidad, por consiguiente, de implementar dispositivos para facilitar ese acceso y, por ende, la lectura a la que ordena la colección así establecida).
Por otro lado, está claro que el orden que se menciona en esas definiciones alternativas a la nuestra es un orden de determinada índole. Cualquier conjunto tiene algún orden. P.ej. tomemos una secuencia de los 8 primeros números tomados en este orden: <3, 7, 4, 2, 1, 9, 8, 5>. Normalmente diríamos que están desordenados, porque no vemos con qué criterio se han colocado en sendas posiciones; no vemos por qué el primero es el 3, el segundo el 7, y así sucesivamente. Sin embargo las matemáticas nos dicen que habrá alguna función f(x) tal que f(1)=3, f(2)=7, f(3)=4, ..., f(7)=5. Ahora bien, esa función, sea la que fuere, no suele concernirnos, ni vemos en qué nos concierna (hasta prueba de lo contrario); y por ello tiene fundamento nuestro alegato de que la serie recién propuesta está desordenada; que eso del orden y el desorden, en los contextos usuales, es una calificación pragmáticamente determinada; se sobreentiende: ordenada de un modo más o menos claro y con relación a unas finalidades prácticas de busca y hallazgo. Nuevamente vemos que, en definitiva, aquello de lo que se trata en el caso que nos ocupa es la finalidad, no el orden en sí: trátase de que el cúmulo de libros esté constituido con vistas a la lectura; y, para leer, hay que hallar lo que se busca; los libros han de estar catalogados, o colocados de una manera que permita ese hallazgo, que facilite esa busca.
Igualmente lo de que el número haya de ser considerable (o, lo que es lo mismo, que el cúmulo haya de tener un considerable número de elementos) es sin duda razonable, ya que no basta la mera pluralidad (2 ó 3 son ya una pluralidad). Sin embargo, el demandar que se cumpla tal condición nos llevaría --en la lógica de nuestra argumentación de más abajo-- a la conclusión de que la Biblioteca Nacional de Madrid es más biblioteca que la municipal de Segovia, ya que el número de libros de la primera es más considerable que el de la segunda. Posiblemente sea así, y uno de los criterios para saber en qué medida algo es una biblioteca sea cuán considerable sea el número de libros que en ella haya. Sea como fuere, tal vez habría que decir al respecto que un cúmulo (o un conjunto, o una colección) lo es tanto más cuantos más elementos tenga (cæteris paribus, se sobreentiende); conque esa condición adicional de la considerabilidad del número sería superflua: cuanto menor es el número de sus miembros, tanto menor es --cæteris paribus-- el grado en el que el cúmulo es cúmulo (tanto más cerca está de ser un no-cúmulo, o de no ser un cúmulo). Quien tiene una colección de sellos con sólo 2 ó 3 elementos, casi no tiene colección de sellos; se le dirá que su colección no es tal, que no es colección o sólo lo es en medida sumamente pequeña. Quien tiene una de 17 sellos tampoco tiene apenas colección; su colección es todavía más una no-colección que una colección; quien tiene 18 ya tiene un poquito más una colección que es colección, y así sucesivamente. Quien tiene una de un millón de sellos tiene una coleccionaza, un cúmulo o cumulazo que es tal en grado sumamente elevado.
Eso por lo que hace a las notas que pudieran echarse en falta en nuestra definición de `biblioteca'. Examinemos ahora las notas que hemos propuesto.
En primer lugar, hemos dicho que una biblioteca es un cúmulo de libros. Aquí entran ya dos nociones: ha de ser un cúmulo y ha de abarcar (sólo) a libros. Que sea un cúmulo es que sea una pluralidad. Hemos visto que los lexicógrafos suelen usar, en vez de cúmulo, palabras como `conjunto' y `colección'. ¿Úsanse aquí esos vocablos --`cúmulo', `conjunto', `colección'-- en el sentido de una teoría de conjuntos como la que hoy fundamenta las matemáticas, o en otro sentido, más laxo, o más llano, o más neutro, o menos cargado de significación teorética?
Muchos autores sostienen que los conjuntos «de la matemática» son estructuras abstractas, ideales, inespaciales, intemporales, exentas de acción causal. Así, un conjunto no podría producirse o constituirse nunca por acción o decisión de nadie, ni tendría nunca comienzo o fin, ni estaría aquí o allá. Ni siquiera estaría reunido o disperso: el conjunto que abarca a Madagascar, París y la Isla de Fuego sería una entidad sin ubicación, y ni tendría dispersión ni no-dispersión, ya que, si bien sus miembros tienen sendas ubicaciones espaciales y temporales, el conjunto en sí, «como tal», carece de tales accidentes o afecciones. Eso se dice.
Esa visión de los conjuntos no es gratuita, sino que se basa en la necesidad de brindar ala matemática un fundamento ajeno al devenir y a la contingencia. La magna obra de Frege (y la de otros matemáticos de finales del siglo XIX) consistió justamente en ofrecer una reducción de los números a conjuntos; mas los números son --al menos así se espera-- entidades inespaciales, intemporales, incausales, ajenas al devenir. Si, p.ej., el número 2 es el conjunto de todos los dúos o conjuntos de 2 elementos (que ésa era, aproximadamente, la opinión de Frege, y la que se ha seguido viendo como más verosímil por muchos autores), entonces, si los dúos empiezan a existir en la historia o dejan de existir, el número 2 va variando, contrariamente a su supuesta inmutabilidad y eternidad. Y lo mismo le pasa al número 999.999, etc. Si eso es así, una biblioteca no puede ser un conjunto de libros en el único sentido riguroso y preciso de la palabra `conjunto', que es el que tiene esa palabra en la fundamentación de la matemática.
Afortunadamente, hoy ya se va superando esa visión tan escindida de las cosas, que tiene el grave inconveniente de que, si brinda a la matemática una base al amparo de lo contingente y variable, lo hace al precio de divorciarla de todo aquello cuya realidad nos concierne y afecta cotidianamente. Hoy ya es mucho más ampliamente aceptada la tesis de que los conjuntos son entidades reales que existen en el espacio y el tiempo y que ejercen y pueden sufrir (en ciertos casos al menos) acción causal. La aparente inmutabilidad de los objetos matemáticos puede, entonces, tratarse con diversos procedimientos, como el de sostener que el matemático se ocupa de propiedades estructurales de los conjuntos, las cuales no dependen de qué conjuntos haya en cada momento; o el de aducir que los números u otros entes matemáticos no son exactamente aquellos conjuntos a los que quería reducirlos Frege, sino que son ciertos conjuntos que, ésos sí, escapan al devenir; o alternativamente el de reconocer que los números tienen ciertos rasgos de variación o mutación, mas que eso no altera que tengan otros inmutables y universales.
Sea cual fuere la solución, aquí no nos interesa ocuparnos de la misma, sino sólo contemplar la posibilidad de, mediante alguna solución así, poder ver al conjunto o cúmulo de libros de que aquí nos ocupamos como conjunto o cúmulo en un sentido riguroso de la palabra; y sólo es riguroso --hasta ahora-- uno que tenga algo que ver con las teorías ontológicas formales de conjuntos o cúmulos.
Ahora bien, por otro lado, ¿cabe, en nuestro contexto, identificar conjunto con cúmulo? ¿O son cosas distintas? Porque, si son distintos, habrá que precisar si la «colección» de libros que nos interesa es un conjunto o es un cúmulo.
Es mucho más corriente hablar de conjuntos que de cúmulos --en las teorías formalizadas de tales pluralidades. O, más exactamente: es más frecuente usar la palabra `conjunto' que la palabra `cúmulo'. Sin embargo, como --entre los matemáticos y algunos filósofos, aunque no todos-- predomina hoy la ortodoxia zermeliana (la tesis --para algunos casi dogma de fe-- de que sólo son conjuntos aquellas pluralidades a las que se aplica con verdad la teoría de conjuntos de Zermelo), el autor del presente artículo ha propuesto en otros trabajos usar --para hablar de «conjuntos» en un sentido más amplio-- la palabra `cúmulo'; y es que, si es ya una estipulación definicional el que sólo quepa llamar `conjunto' a algo que cumpla los postulados zermelianos (o, más exactamente, los de la teoría estándar de conjuntos de Zermelo-Fraenkel), no existe un conjunto de todas las cosas, ni un conjunto de todos los entes que no son la Torre Eifel, ni un conjunto de cuantos conjuntos no se abarcan a sí mismos (como, p.ej., el conjunto de los ciudadanos franceses no se abarca a sí mismo, porque no es un ciudadano francés, al paso que el conjunto de los conjuntos de más de 10 miembros sí se abarca a sí mismo). Podemos, entonces, llamar `cúmulo' a cualquier conjunto en el sentido corriente de la palabra, reservando `conjunto', en una acepción técnica, para un cúmulo que cumpla las estipulaciones definicionales zermelianas (si lo hay).
Además, los conjuntos en el sentido zermeliano vienen dados en definitiva por mera enumeración, no por la posesión de un rasgo en común. Un conjunto en ese sentido viene constituido por abarcar a X, Y, Z, U, V, W, .... En cambio, en el sentido usual, un cúmulo o conjunto puede y suele venir dado por ser el que abarca a cuantos entes sean así o asá. El conjunto o cúmulo no es un ente abstracto o flotante que existiera independientemente de abarcar o no a unos u otros miembros; mas su entidad no se reduce a los miembros que abarca, por decirlo así «puestos juntos», sino que ante todo viene caracterizado por una determinada característica que sirve para describirlo: es el cúmulo (o conjunto) de los entes que cumplan (en subjuntivo) tal o cual condición dada.
De ahí que, a diferencia de los conjuntos en el sentido zermeliano, los cúmulos --en el sentido aquí propuesto-- puedan cambiar de miembros según los diferentes momentos (y hasta varían de unos mundos posibles a otros, y tal vez al cruzarse algunas otros fronteras, aparte de las líneas de demarcación temporales). En el sentido zermeliano (y en el de Frege, que en ese punto coinciden), si el conjunto de libros en la biblioteca nacional el 01-01-1901 es ene y al día siguiente es ene más uno, entonces son dos conjuntos; y la biblioteca no puede, entonces, identificarse con el conjunto.
Ese punto de vista de Zermelo (y de Frege, y de Quine, etc) estriba en el principio de extensionalidad, a cuyo tenor «dos» conjuntos son el mismo (o sea, no son en verdad dos, sino uno solo) si, y sólo si, tienen los mismos miembros; y, por consiguiente, al pasarse de uno con miembros A, B, C a uno con miembros A, B, C, D, se pasa a otro conjunto.
En cambio, un cúmulo (o conjunto, en nuestro sentido más laxo) puede variar su membría o composición. El principio de extensionalidad puede conservarse, mas debidamente matizado (entre los matices por añadir estaría una precisión del momento, y tal vez otras que aquí no nos interesan). El conjunto de actividades provechosas para la calidad de vida en nuestro planeta puede variar su membría o composición, porque en una etapa histórica una actividad puede pasar a ser provechosa o puede dejar de serlo, al variar las condiciones ecológicas o económicas. (También por eso, aunque el número 2 sea el cúmulo de todos los dúos, y en unos momentos hay dúos que no existen en otros momentos, el número puede seguir existiendo y siendo el que es, ya que justamente puede alterar su membría.)
Otro rasgo diferenciador de los cúmulos, en nuestro sentido más amplio, de los conjuntos zermelianos es que (y con esto anticipo ya lo que será la solución al problema medular que aquí plantearé) los cúmulos admiten grados de membría y grados de existencia. Un cúmulo es tanto más cúmulo, o sea existe tanto más, cuanto más reúne una serie de condiciones (cæteris paribus), como puede ser: cuán escaso o abultado sea el número de sus miembros; cuán similares sean entre sí; cuán reunidos o dispersos se hallen. El cúmulo formado por Manila, el teorema de Pitágoras y la Giralda parece reunir o congregar a sus miembros respectivos menos que el cúmulo de los reyes godos; y, en consecuencia, es menos cúmulo, es menos real.
Un cúmulo de libros existirá menos si éstos están desperdigados que si están reunidos o colocados juntos. Mas la dispersión es asunto de grado. Por muy juntos que estén situados los libros de una biblioteca, lo normal es que puedan estarlo todavía más, aunque sea al precio de que resulte entonces más difícil clasificarlos, ordenarlos y, en suma, buscarlos y encontrarlos a la hora de leerlos. Por dispersos que estén, podrían estarlo más.
Supongamos que la Biblioteca Biquerza, en la ciudad de tal, viene reorganizada y se distribuyen los libros que la forman en dos locales contiguos, el edificio A y el B; eso es muy normal (así se opera, p.ej., en muchas bibliotecas universitarias), sin que nadie diga por ello que donde había una sola biblioteca ahora hay dos (como si un enjambre migratorio o disidente hubiera roto la unidad de la colmena). Mas supongamos que la subcolección de cada local adquiere una autonomía administrativa, con su propio catálogo, sus propios responsables, sus propios criterios de futura ampliación, su propia política de admisión de lectores (o sea, su estar destinada a tal o cual público). ¿Sigue siendo una biblioteca? Bueno, está claro. Cuanto mayor sea la autonomía administrativa de sendos responsables, y cuanto mayor sea la disparidad de sus respectivas políticas, menos verdad es que constituyen juntas una biblioteca, que son --si se quiere-- subbibliotecas de una unidad común. Puede que a la postre, aumentando esos márgenes, ya resulte mera ficción seguir hablando de la Biblioteca Biquerza.
Imaginemos otro escenario diferente: la Biblioteca Biquerza mantiene su unidad administrativa, mas --por razones prácticas-- procede a una dispersión local: unos libros quedan albergados en el edificio A, otros en el B, otros en el C; la distancia geográfica entre ellos es grande (unos 40 Km). ¿Sigue habiendo una sola biblioteca? Bueno, seguramente diremos que eso depende de varios factores; factores que se dan en muy diversos grados. P.ej., de cuáles sean los medios de locomoción disponibles en esa sociedad, y cuál sea su eficiencia y rapidez. Otro factor es cuál sea el público a cuya lectura se destinan los libros de esa biblioteca; porque en una sociedad feudal un público suficientemente bien situado en la jerarquía social puede tener fácil acceso a todas esas instalaciones. Sin duda hay más factores pertinentes: qué tipo de utilidad reporte a los lectores potenciales la lectura en cuestión, o sea cómo se engarce esa lectura con otras actividades que cabe esperar de tal público; cuán urgentemente necesite un lector potencial normal consultar o leer uno de esos libros, y qué facilidades pueda ofrecer la administración común de «la» biblioteca para ayudarlo a acceder al libro.
Teniendo todo eso en cuenta, y dado que cada uno de tales rasgos es susceptible de variaciones graduales, es fácil imaginar cómo una biblioteca va paulatina y casi insensiblemente dejando de serlo. Un nuevo traslado de la sección ubicada en el edificio C a un lugar un poquito más alejado, y al cual, por consiguiente, ya se tiene peor acceso, un deterioro de la capacidad de la administración bibliotecaria común para facilitar el acceso; una ampliación del público, perdiendo al paso movilidad; una cambio de ritmo de la vida, haciéndose más urgente el rápido acceso al libro buscado; etc.
Asimismo, en muchísimos casos una biblioteca consiente el préstamo de libros a personas del público al que va destinada. ¿Qué pasa cuando tales personas infringen las condiciones de préstamo y retienen los libros allende el límite de tiempo establecido? El libro no deja de ser «de la biblioteca» por el hecho de que un lector haya retrasado su devolución en un minuto; o en una hora; o en dos horas; o en 3 horas; o en 4; ...; o en un día, ó 2, ó 3, .... Si un libro no se ha devuelto al cabo de medio siglo, ya la biblioteca no lo tiene, y no es un miembro de ese cúmulo de libros en que consiste tal biblioteca. Mas hay todo género de grados intermedios.
Por otro lado, si --acudiendo al algún ardid, o por descuido del personal encargado, o error de ficheros o lo que sea-- alguien se lleva prestados 51 libros a la vez cuando sólo tiene, en principio, derecho a llevarse 50, en alguna medida está ya quitando el libro a la biblioteca, porque está reduciendo la disponibilidad de libros en ella para el público en general al que va destinada (a menos que sea un público unimembre, situación extraña y que podemos omitir por ahora). Si eso se generaliza, la biblioteca empieza a descomponerse y a dejar de existir.
Igualmente se requiere que los préstamos se hagan de manera que el cúmulo de libros no se desperdigue o disperse en demasía. Un cierto número de libros, un cierto porcentaje, han de seguir estando en cada momento en los locales asignados a la biblioteca. Si, p.ej., en un momento todos los libros están prestados, y las condiciones de préstamo autorizan a los prestatarios a no devolverlos hasta dentro de año y medio o dos años, ya es muy relativo que se siga teniendo un fondo común utilizable por un público. Lo privado lo ha invadido (miembros privados de ese público han despojado al resto del derecho de acceder a los libros). Y ya poco real es la biblioteca; aun suponiendo que al final los prestatarios devuelvan los libros.
Así pues, el que una biblioteca sea un cúmulo de libros significa y entraña que esos libros han de estar juntos, no dispersos, utilizables en virtud de unas pautas comunes. Y en la mediada en que vaya dejando de ser así, o en que todavía no sea así, no hay biblioteca.NOTA 2
Si una biblioteca ha de ser, pues, un cúmulo (con las consecuencias que eso entraña y que acabamos de ver), ha de ser un cúmulo de libros. Sería absurdo que se pretendiera en este trabajo hurgar mucho en la complejísima y ardua labor de definir `libro'. Mas, aunque sea con brocha gorda, sí hemos de decir algo al respecto.
Un libro es un documento, o sea un escrito extenso y coherente con unidad temática.NOTA 3 Ahora bien, no hay frontera nítida y tajante entre qué sea escritura y qué no lo sea. Sabemos que las primeras grafías propiamente dichas vinieron precedidas de sistemas de notación imperfectos que sólo servían para consignar unos pocos rasgos de los objetos acerca de los cuales se trataba de registrar datos interesantes. P.ej., sistemas de bolas que simbolizan el número de esclavos, de cabezas de ganado, de pelotones de caballería, etc. O anotaciones cuasipictóricas, cuasiestenográficas, que simbolizan aspectos puntuales y aislados de situaciones pasadas o futuras (como agendas en las que se representan ciertas horas del día mediante ciertos gráficos, y la actividad hecha o por hacer mediante dibujos o trazos de uno u otro grado de arbitrariedad).
Entre lo que fue ya una verdadera y plena escritura y lo que aún no lo era hubo una transición de siglos. Las colecciones de cuasi-escritos que usaban los sistemas de notación de la primera índole no podían constituir, sin duda, libros; mas, háyanse dado las cosas como se hayan dado en la práctica, es fácil imaginar transiciones todavía más dilatadas y paulatinas en las que tendríamos cuasi-cuasi-escritos con las otras características que denotan un libro (extensión, coherencia y unidad temática); y por ende grados de libreidad. Conque las colecciones respectivas tendrán sendos grados de bibliotequeidad.
En verdad ninguna grafía es tan perfecta que no quepa una mejor que, a fuer de tal, cumpla más las notas que se requieran para que sea una escritura. Nuestra notación actual no representa bien ni la fonemática de nuestro idioma ni, menos, su prosodia. Tales dosis de subrepresentación o ambigüedad hacen que sea sólo de grado la diferencia entre la grafía nuestra y esas pre-sumerias a las que hacíamos alusión en el párrafo anterior. Sin embargo, nosotros tenemos libros, libros genuinos. Mas tal vez los escritos con una grafía más perfecta sean más libros que los nuestros.
Por otro lado, la extensión, la coherencia y la unidad temática son también asunto de grado. Si pongo juntas en un cuaderno una frase del Quijote, una de la Ilíada, una de Hamlet, una de las Mil y Una noches, etc, el resultado no es un libro; o lo es sólo en pequeñísima medida. El Anuario telefónico tiene unidad, y posiblemente merezca estar en ciertas bibliotecas. Puede haber anuarios heteróclitos, como el anuario de temas de interés de portavoces parlamentarios en Escandinavia (lo cual podría deparar sorpresas). ¿Son libros? Bueno, en alguna medida sí, mas sólo hasta cierto punto.
Además --y ya adelantando un punto que aclararé en seguida--, el libro, para ser tal, tiene que tener una vocación de lectura pública; tiene que ser destinado por sus autores a ser publicado. En una biblioteca puede haber diarios de personajes, mas son menos libros que los escritos que se han publicado o se han destinado a publicación. Claro que es asunto de grado. Muchos autores nos han dejado inéditos y escritos póstumos, que estaban destinados, no a ser publicados tal cual, sino a ser eventualmente reelaborados para que resultara una obra publicable; o a servir de base de reflexión personal para escribir un trabajo publicable; o.... A veces, por el otro extremo, ya el autor lo consideraba publicable sin requerir más que pequeños retoques, una última lima. Esas variaciones denotan sendos grados de libreidad; y el porcentaje que escritos así constituyan en los fondos de una institución hará que ésta sea, en mayor o en menor grado, una biblioteca.
Asimismo el libro ya es una colección de frases escritas; su unidad y existencia dependen de cuán verdad sea que están juntas. ¿Ha escrito o producido un libro alguien que escriba una frase en la primera hoja de un cuaderno, otra en la segunda de otro cuaderno y así sucesivamente? Bueno, si luego cose esos cuadernos y forma una unidad, ¿por qué no? Simplemente nos ha gastado la mala pasada de insertar demasiado papel en blanco; mas un libro no deja de serlo porque se inserten algunas páginas en blanco, p.ej. antes del comienzo de cada capítulo. Claro que si la proporción de blanco es muy grande, va dejando de ser libro.
Mas ¿empieza a existir el libro al coser o pegar los cuadernos? No, o no del todo; porque antes el autor estaba escribiendo ese libro. Y también, si un novelista escribe parte de una novela en un cuaderno, otra parte en otro, habiendo extraviado el primero, y luego quien los encuentra los acopla e imprime juntos, ha impreso un libro; y si un ejemplar del libro se desguaza, con un cuadernillo en Madrid, otro en Sevilla, otro en Guayaquil, y luego, siglos después, alguien los pone juntos, ha reconstituido el libro; mas en alguna medida éste había seguido existiendo todo ese intervalo. La dispersión de partes atenta a la unidad y existencia del [ejemplar del] libro tanto más cuanto más irreversible o irreparable es (entre otras cosas).NOTA 4
Si todos los libros de una biblioteca están desguazados, descosidos, troceados, ya no se tiene biblioteca, porque no se tiene cúmulo de libros sino de partes desgajadas de libros. Si muchos de los libros de la biblioteca están en tal situación, eso es muy verdad; si poco, es poco verdad. No hay frontera nítida.
Otro de los rasgos que hemos postulado como condición para que haya una biblioteca es que ésta se haya constituido por decisión de seres inteligentes. Imaginemos que --desaparecida una civilización como resultado de guerras, terremotos u otras calamidades-- en las ruinas que deja hay un cúmulo disperso de libros que el azar de los vientos, como por ensalmo, coloca juntos en un orden admirable de tal manera que quien descubra ese sitio hallará ante sí un impresionante fondo bibliográfico. Sin embargo no hay ninguna biblioteca ahí. La reunión no ha sido efectuada por decisión de ningún ser inteligente.NOTA 5
Sin embargo, también eso es asunto de grado. Muchísimas de nuestras instituciones no son resultado de una decisión clara, rotunda y expresa, sino fruto de una decisión colectiva que superviene en cuasidecisiones semiinconscientes de los sucesivos miembros de la colectividad. Muchas colecciones regias se han ido formando sin que en ningún momento un monarca haya decido la creación de la colección, sino como fruto de decisiones parciales de poner estos elementos aquí, y luego estos otros, etc, viniendo a constituir la serie de tales decisiones una decisión dinástica de coleccionar.
Finalmente, el último rasgo que demandamos es que la colección así formada esté destinada a la lectura por un público determinado. Aquí hay que distinguir dos cosas: en primer lugar, que se trata de que sea un público; y en segundo lugar, que lo que así se ponga a disposición de tal público sea la lectura.
Empecemos por considerar esto último. Una biblioteca no es un acopio o acervo de «libros de registro» tales como «libros de cuentas» que nunca vayan a destinarse a lectura. Eso no excluye, naturalmente, que en una biblioteca haya también ítemes de tal índole; elementos que nadie va nunca a leer, y que no tienen esa finalidad de lectura, sino de consulta. No hay frontera entre lectura y consulta; más exactamente: no hay ninguna frontera única y tajante. Quizá nadie hemos leído ningún libro (leer, lo que se dice leer), sino que los hemos consultado; o quizá quien repasa y vuelve a saborear cada día un pasaje del Kempis o del Libro Rojo de Mao Tsetung ha leído eso, y los demás sólo los hemos consultado (aunque también él, a tenor de eso, aumenta cada día el grado en que ha leído el libro de marras, y nunca llega a haberlo leído plenamente). Mas desde luego nadie lee el Anuario telefónico. Un acopio de ítemes como ese anuario y guías o registros de parecida índole será un archivo, no una biblioteca. Pero dónde empieza lo uno y termina lo otro es, claro, una zona, una franja, no una línea de demarcación única y nítida.NOTA 6
Pasemos, pues, a lo único que nos queda por dilucidar: que la colección vaya destinada a la lectura de un público. Una colección de libros reunidos por un prócer para su propio disfrute personal (y que testamentariamente habrá de destruirse tras la muerte del fundador y único beneficiario) va destinado a un «público» unimembre; es menos biblioteca que una igual reunida para servir de material a la lectura de una familia, incluidas generaciones futuras; ésta es menos biblioteca que una igual destinada al uso de una congregación religiosa; y así sucesivamente.
Quizá el extremo de menor grado de bibliotequeidad, en este punto, sea el de un cúmulo de libros reunidos en una tumba, no ya para disfrute del alma del difunto, sino por un rito que lo prescriba sin que sea en beneficio de nadie (imaginemos que sucede en una civilización que no cree en ningún tipo de supervivencia, como parece que era el caso con los mesopotamios de las primeras culturas conocidas allí). O un acopio o almacén de libros puestos juntos para nada o con cualquier otra finalidad. (P.ej. un acervo de libros guardados como un tesoro y con vistas ya sea a su venta ya sea al mero acopio de lo valioso, como un avaro guarda sus monedas de oro.)NOTA 7
En cambio, cuanto más público es el acceso a una biblioteca, tanto más cumple ésta su vocación de ser una biblioteca; tanto más biblioteca es.NOTA 8 Naturalmente, ninguna puede en la práctica servir a toda la humanidad; mas lo público es tanto más público cuanto más populoso, abigarrado y variopinto, y los grados de bibliotequeidad se acrecientan al compás de ese ensanchamiento a un público más amplio, a más público.NOTA 9
§2.-- El sorites
Una colección unimembre de un solo libro no es biblioteca. Una de dos, tampoco. ¿Una de 3? ¿De 4? ...
Una colección de cuasi-escritos o dibujos que sean cuasi-notaciones no es una biblioteca. Una que tenga muchos ítemes así mas que se acerquen un poquitín más a ser libros, tampoco. Ni una que dé un pasito más en esa dirección.
Ni es biblioteca un almacén, un acopio de libros atesorados por su valor mercantil u otro distinto de la lectura. Sigue sin serlo si el atesorador dedica 5% de su interés en la colección a la lectura personal o de miembros de su familia; o si dedica el 6%; o el 7%, ...
Ni es biblioteca una colección destinada a goce personal del alma del difunto y erigida de manera que imposibilite el acceso a ningún viviente; ni una igual que facilite el acceso al primogénito una sola vez en su vida; ni una que se lo posibilite el primero de cada año; ni una que lo posibilite a todos los hijos en sus respectivos cumpleaños; ...
Ni es biblioteca una colección de escritos inéditos no destinados a publicación; ni una de escritos iguales mas cuyos autores los hubieran tomado como base para publicaciones; ni una de escritos así sólo que un poquitinín más próximos a ser borradores de proyectos de publicación; ...
Ni es biblioteca una colección de escritos de media página; o de una página; o de 2 páginas; ...
Ni es biblioteca una colección de ediciones distintas de la Eneida.NOTA 10 Ni una de sólo ediciones de la Eneida y ediciones de Horacio. Ni ... (A más variedad, más bibliotequeidad.)
Por otro lado, las variaciones de grado en esas diferentes notas afectan de manera desigual al grado resultante en el que quepa decir con verdad que la entidad de que se trate sea una biblioteca. Cuánto esté ese grado resultante en función de cada uno de tales rasgos es algo sumamente complejo y sin duda variable según las culturas y los contextos. Una biblioteca de centro docente puede tener cien títulos con cien ejemplares de cada uno de ellos; dada su índole, y su público, a pesar de tal limitación puede ser biblioteca en grado elevado; si, en vez de cien títulos son 99, menos; si 98, menos. Etc. Mas si fuera destinada a otro público, o en otro contexto, ya el punto de partida sería muy poco biblioteca.
Ante el problema que suscitan esos sorites bibliotecarios, cabe --como ante cualesquiera otros-- decir muchas cosas. Unos dirán que lo único que sucede es que todos esos términos son vagos. Un lenguaje preciso y correcto sería uno sin vaguedad, uno en el cual no hubiera términos así. `Libro' p.ej. denotaría a un escrito de 101 páginas o más, publicado y leído por al menos 99 personas diferentes cada una de las cuales haya recorrido con sus ojos al menos 78,5% de las frases del libro; etc. Mas sabemos que todo eso es absurdo; cualquier intento de definición así está condenado al fracaso y a la inutilidad.
Sí, pero ¿por qué? Una respuesta es que la realidad nos está oculta por un tupido velo. En la realidad habría líneas de demarcación únicas y nítidas, en cada caso, entre lo que posee una propiedad o cualidad (ser libro, o ser leído, etc) y lo que no; mas las limitaciones de nuestro conocimiento y de nuestra humana condición nos imposibilitarían acceder cognitivamente a tales líneas de demarcación.
Otra solución es que la realidad no es ni precisa ni no precisa, sino que sólo el lenguaje es lo uno o lo otro; y es impreciso por razones de economía.
Otra solución es que la realidad misma es vaga e imprecisa.
Todas esas soluciones son muy difíciles de aceptar, por razones cuyo análisis excede los límites de este artículo. Frente a ellas, la solución que aquí propongo es mucho más simple: las determinaciones de las cosas, en general (y con algunas raras excepciones), vienen dadas por grados. Muchas cosas son bibliotecas, pero unas son más bibliotecas que otras.
Lo que pasa es que entonces necesitamos una lógica distinta, una lógica de la gradualidad, en lugar de una lógica como la aristotélica --que es la que ha predominado hasta ahora-- en la que la dualidad entre el «sí» y el «no» se equipara a una dicotomía entre el «todo» y el «nada». Al igual que muchos otros, los sorites bibliotecarios (los sorites en que se ven involucradas todas nuestras nociones usuales) nos ayudan a percatarnos de la necesidad de ese cambio de lógica, y a trabajar por implementar una lógica de lo gradual, de lo difuso.
El diccionario Espasa da esta definición: `Local donde se tiene considerable número de libros ordenados para la lectura. Conjunto de esos libros'. Está claro el parentesco entre ambos diccionarios. Me abstendré de comentar la definición del Espasa, bastando con los comentarios a la de María Moliner. El Grand Larousse de la Langue française define `bibliothèque' así: `Bâtiment ou pièce où l'on range une collection de livres. ... Collection de livres'. Vemos la estrechísima similitud con las definiciones de nuestros diccionarios; sólo que la del Larousse es más pobre y más vaga.Volver al cuerpo principal del documento
La segunda posibilidad se refiere a que una biblioteca se vaya constituyendo poco a poco, paulatinamente, al irse acoplando y coordinando diversas bibliotecas antes separadas, o incluso diversos fondos bibliográficos que no constituían antes bibliotecas, porque no estaban destinados a la lectura de un público. Posiblemente las primeras bibliotecas que se formaron tuvieron un origen así. Aunque, por otro lado, eso va parcialmente en contra de otro de los rasgos definitorios, y es que la biblioteca se erija o funde por decisión (expresa) de individuos inteligentes.Volver al cuerpo principal del documento
Dejo de lado aquí el asunto de la diferencia entre libro-tipo y libro-muestra. El Quijote, que es un libro, frente a la edición de la editorial tal de 1990, que es un libro también, y frente a la unidad concreta que tiene Ud en su estantería y que pertenece a esa edición; para nuestros efectos, es esto último lo que nos interesa.Volver al cuerpo principal del documento
¿Qué decir del libro virtual, que se constituye a lo mejor con partes unas ubicadas en cierta URL, otras en otra URL, engarzadas por enlaces, «links»?Volver al cuerpo principal del documento
Al menos en el orden natural --y nuestra hipótesis no es la de que haya sido el resultado de una decisión de una inteligencia superior con poder sobre los vientos.Volver al cuerpo principal del documento
Otro tanto cabe decir en la frontera entre el libro, unidad única de su propia índole, y la revista o publicación periódica. Las unidades del segundo tipo se aglomeran preferentemente en hemerotecas, no en bibliotecas. Sabemos que no hay ninguna frontera nítida y única; como a nadie se le ocurre desechar de las bibliotecas las publicaciones periódicas.Volver al cuerpo principal del documento
Michael Loewe, en The pride that was China (Londres: Sidgick & Jackson, 1990, págªs 183 ss), describe el origen de las bibliotecas en China. Desde el período Han (a partir del año 25 a.C) los emperadores chinos promovieron el acopio de libros para preservar la literatura tradicional, alegando que, por el contrario, el fundador de la precedente dinastía Qin (221 a.C.) había ordenado destruir el anterior legado escrito para erradicar cualquier nostalgia para con los reinos anteriores o cualquier resto de lealtad a los mismos. Ese acopio de libros dio lugar a colecciones que inicialmente no eran bibliotecas, o sólo en pequeña medida, ya que se trataba más bien de depósitos atesorados o a lo sumo destinados a una exigua minoría de funcionarios imperiales. Ulteriormente, la apertura a un público más amplio de tales colecciones significó su paulatina transformación en genuinas bibliotecas.Volver al cuerpo principal del documento
Así, la colección privada de libros que erigió el tirano Polícrates de Samos no era una verdadera biblioteca, al paso que sí lo fue la que fundó en Atenas el tirano Pisístrato. Entre las famosas colecciones privadas de la Grecia clásica estuvieron las de Eurípides y Aristóteles; ésta última se fue abriendo a un cierto público en el Liceo, y así fue adquiriendo más la cualidad de ser una biblioteca. Por otra parte, su organización sirvió de modelo para las bibliotecas públicas del Egipto ptolemaico y del período alejandrino en general (incluyendo la Biblioteca por antonomasia --aquella que da motivo a la colección de ensayos de que forma parte el presente artículo). A veces esas colecciones eran atesoramientos privados de los monarcas (un poco así parece haber sucedido con la de los reyes atálidas de Pérgamo, que Marco Antonio regalaría a Cleopatra con 20.000 volúmenes; o la del rey Antíoco el Grande en Antioquía). En Atenas sólo se creó una biblioteca pública en el siglo II. como regalo justamente de uno de los Ptolomeos de Egipto. En Roma hubo una serie de grandes y famosas colecciones de libros privadas, mas fue Julio César quien por primer vez concibió el proyecto de una gran biblioteca pública a cuyo frente pondría a Varrón; el proyecto se frustró por los Idus de Marzo, siendo retomado años después por Asinio Polión bajo el reinado de Augusto. (Véase sobre todos estos particulares la entrada `libraries' en M.C. Howatson (ed.) The Oxford Companion to Classical Literature, Oxford U.P., 1989.)Volver al cuerpo principal del documento
¿Sería biblioteca un fondo destinado a la lectura de eventuales extraterrestres? si los hay y llegan a acceder a ella, sí, y tal vez en alta medida (aunque puede discutirse). Si no, seguramente no. O sea, puede que haya que precisar que el público a cuya lectura se destinan los elementos de la biblioteca ha de ser un público real y no meramente imaginario. Aunque por otro lado cabría sostener q, si no está ese público en este mundo mas sí en otros mundos posibles, la constitución de la biblioteca fracasa (en este mundo), mas no es absurda y no deja de ser biblioteca; o no del todo. Que también en este parámetro puede que haya grados.Volver al cuerpo principal del documento
Para poner un ejemplo caro a Leibniz: `mille Virgiles reliés pleine peau'.Volver al cuerpo principal del documento