Tribuna electrónica al servicio de los usuarios de software libre
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Linux, seguro y fácil
por Lorenzo Peña
índice
§1.-- Seguridad
Las revistas linuxeras vienen consagrando artículos al tema de la seguridad. Mis consideraciones no reemplazan esos desarrollos más profundos y documentados de los expertos, sino que son el fruto de la reflexión de un no profesional.
Conviene, ante todo, aclarar qué es seguridad. Seguro es lo opuesto a inseguro; e inseguro es lo que conlleva riesgo o peligro. El peligro lo es siempre de algo malo, y consiste en una probabilidad, mayor o menor, de que suceda ese algo malo.
Tal probabilidad puede ser objetiva o subjetiva. La objetiva estriba en algún tipo de propensión real (independiente de las expectativas, las esperanzas o los temores que podamos albergar). Una manera de entender esa propensión es haciéndola consistir en frecuencia; mas la frecuencia y la infrecuencia suponen algún término relativo. Puede ser frecuente tener ojos azules entre los escandinavos pero infrecuente, o menos frecuente, entre los habitantes de tal barrio de Copenhague.
La inseguridad subjetiva es un temor razonable a que suceda el hecho malo que no se desea.
Muchas veces se mezclan las nociones de inseguridad subjetiva y objetiva, lo cual es disculpable bajo ciertos supuestos de información y de racionalidad, que no siempre se cumplen. En ausencia de información adecuada o de buena capacidad razonadora, puede coexistir alta inseguridad objetiva con una (infundada) confianza subjetiva; y puede darse un alto temor de un suceso que objetivamente tenga escasas posibilidades de realizarse.
Por otro lado, la seguridad objetiva, o ausencia (relativa) de riesgo, puede ser directa o indirecta. La directa se da cuando es pequeño o nulo el peligro en cuestión, e.d. cuando de hecho hay escasas posibilidades de que suceda (la propensión o tendencia a tal suceso es escasamente verdadera o real).
La indirecta es la probabilidad de que, de suceder el evento temido, se alivien o se remedien sus nocivos efectos por algún medio previsto.
La prevención de los riesgos (o sea la securización objetiva) consistirá, si es directa, en impedir que acaezcan, o sea: en causar un incremento de la probabilidad objetiva de que no acontezcan; al paso que la prevención indirecta, o impropia, consistirá en estar precavidos para el infortunio a fin de evitar su plena consumación, o al menos limitar sus efectos o compensarlos.
Cuando contratemos una póliza de seguros, o cuando estemos protegidos por la seguridad social (inicialmente llamada `previsión social') --ya sea seguro de vejez, de enfermedad, de desempleo etc--, aquello de lo que disfrutaremos será sólo una garantía de que, de producirse el evento temido, obtendremos un remedio para atajarlo, hacerle frente o aliviar sus consecuencias causales.
(Si hubiera de veras medicina preventiva estaríamos en una securización directa; no la hay --como tampoco hay política pública encaminada a evitar el desempleo, que sería otro medio para proporcionar seguridad directa.)
Hay riesgos específicos que son los que se corren con el manejo de sistemas electrónicos e informáticos, y concretamente de sistemas operativos (junto con el software que, sin formar parte en rigor de tales sistemas, viene incorporado y asociado a ellos --cual sucede, p.ej., con el programa de procesamiento de texto MicroSoft Word, con el visualizador Internet Explorer y con el programa de correo electrónico Outlook, estrechamente unidos los tres al sistema operativo Windows).
Tres de esos principales riesgos son:
Sentadas esas precisiones, hay que decir que un motivo por el que Linux no sólo ha venido recomendado entre el público sino que se ha ganado la aceptación de muchos usuarios competentes y serios es que este sistema operativo es objetivamente más seguro que el Windows en cualquiera de sus versiones, o, como mínimo, muchísimo más que las versiones populares del Windows.
Y, siendo objetivamente más seguro, provoca también en los usuarios una actitud de serena confianza, una grata sensación de estar al abrigo de los disgustos, lo cual hace más satisfactorio el trabajo electrónico. Este factor de la mayor seguridad subjetiva es, sin duda, de menor importancia, mas no cabe olvidar que, si las computadoras han mejorado nuestra calidad de vida (al allanar la realización de una serie de tareas), también pueden generar un cierto deterioro de esa calidad de vida, al acarrear turbación y desencanto, ya que, en el ámbito informático, a menudo las cosas no ocurren como se esperaba.
Desde luego, aunque es valiosa la tranquilidad de ánimo, por sí sola, no es muy deseable obtenerla por ignorancia; un usuario ingenuo del Windows, que viva en candorosa inocencia, puede que experimente una serenidad paradisíaca, que le envidiamos, aunque quizá preferimos, habida cuenta de todo, ser conscientes de los peligros.
Está siendo cuestionada últimamente la tesis de la superioridad del Linux en lo tocante a las condiciones de seguridad que proporciona, no sólo por la casa Microsoft y sus adeptos y colaboradores, sino también por periodistas informáticos presuntamente independientes y por algunas firmas de consultoría electrónica e informática, las cuales han difundido varios informes en los que, compilando y utilizando estadísticas, se alcanzan conclusiones sorprendentes al respecto.
Es más, el dogma de la superioridad del Linux en este punto viene en parte quebrantado --o más exactamente matizado-- incluso por ciertos partidarios del Linux, quienes aducen que el Linux también tiene problemas propios de seguridad, y que, si bien es en eso mejor que el Windows, la excesiva confianza en su superioridad conduce a un rebajar la guardia que acaba haciendo al sistema mucho menos seguro de lo que se creía.
A esas alegaciones y a esos escrúpulos respondo con las consideraciones que siguen.
En cambio con sistemas operativos de fuente oculta eso no es posible. Sólo la casa dueña del software puede, si lo juzga oportuno, corregir el programa y taponar las brechas. El público a lo sumo puede percatarse de los resultados de los fallos, aunque diagnosticar la causa siempre es tan problemático aquí como lo es en medicina. Si fuera públicamente accesible el código de nuestra anatomía y fisiología, sería mucho más fácil prever enfermedades y prevenirlas, así como diagnosticar las que se produzcan.
En Windows --y en general en los sistemas dizque amigables-- rige el principio opuesto, el de exuberancia o maximalidad: en aras de suavizar al máximo las tareas, los diseñadores del sistema --al que ellos reputan amigable-- deciden efectuarlas de oficio, o sea: dárselas consumadas al usuario sin que éste lo pida, en virtud de una presunción contextual de que el usuario desearía tal ejecución.
Así, p.ej., el MSWord, al recuperar un documento, ejecuta las macros incorporadas al documento (guiones, scripts); y, al guardarlo, incrusta en él macros; las macros son microprogramas ejecutables, que efectivamente vienen ejecutados por el Word. Cuando el usuario cree estar meramente recuperando un texto para leerlo o imprimirlo, está dando lugar a que, sin consultarlo, el Word ejecute las macros anejas al texto en cuestión; eso para ahorrarle al usuario el esfuerzo de decidir si quiere o no que se ejecute tal o cual macro, que podría afectar a la presentación del documento (y así se evita que haya separación de forma y de contenido: el usuario nunca trabajará con un texto mondo y lirondo, sino siempre con uno formateado de determinada manera, como lo haría si escribiera a máquina; un eventual reformateo es posible, pero difícil).
Igualmente se comportan el Outlook, el Explorer etc. Todos ellos, en aras de dárselo todo mascado al usuario, llevan a cabo tareas que --se supone-- él desea se realicen, sin haberlo solicitado para nada.
Aunque puede que haya en Linux programas que, en parte, se inspiren en esa visión de las cosas (tal vez algunos programas en modo gráfico), en general la concepción linuxera es opuesta: sólo se ejecuta lo que el usuario decide ejecutar: al abrirse un texto, éste se despliega sin que se ejecute macro alguna; al abrirse un mensaje de email, no se ejecuta ningún programa que pudiera a su vez pasar el control a macros incrustadas o infiltradas en el mensaje; si el usuario desea, puede guardar el mensaje y, desde fuera, o luego, ejecutar otros programas (de audición, despliegue gráfico, acceso a internet, etc), aunque incluso en ese caso los programas linuxeros probablemente no aceptarán ejecutar macros agazapadas.
Ese método es menos amigable que el del Windows, pero mucho más seguro. Fuerza al usuario a tomar ciertas decisiones, mas le ahorra los efectos nocivos de decisiones ajenas.
El sistema de permisos del Linux sería mejorable, habiendo ya distribuciones (y versiones del kernel) que lo refinan y refuerzan. Tal como está, sin embargo, es sumamente útil. Ese sistema hace que los ficheros y directorios de los que es dueño (owner) un usuario no sean accesibles para otros (o que sólo lo sean limitadamente para un grupo determinado de usuarios, si así lo decide el propio usuario en cuestión).
En sentido técnico, un usuario no es un individuo sino un papel --o un rol-- caracterizado por un nombre (username) exclusivo. Un mismo individuo puede acceder a su máquina --alternativa o hasta simultáneamente-- con roles (y usernames) distintos, mientras que varios individuos pueden compartir un username y emplearlo alternativamente, uno u otro. (En este último caso --para decirlo paradójicamente-- varios individuos son un solo y mismo usuario.)
En cualquier sistema UNIX, incluido el Linux, hay un rol privilegiado, un superusuario, el root o administrador del sistema. Los ficheros de los que él es dueño no son, en principio, reescribibles ni borrables por ningún otro usuario. El individuo que juega el papel de root puede (y debe) usar otros roles con sendos usernames; al entrar en la máquina con esos otros roles, no puede borrar los ficheros de los que es dueño el root.
Con un poco de astucia, ese mecanismo permite a un mismo usuario real desdoblarse en varios usuarios virtuales (roles), a diversos efectos (lo que le impone tener que acceder con sendas contraseñas, aunque hay atajos), impidiendo que, por error o aturdimiento, pueda él mismo estropear en una sesión sus ficheros pertenecientes a otro ámbito, a los que accede en otra sesión (pudiendo abrirse pasarelas).
Es verdad que ese sistema de permisos sólo sirve de algo si el usuario hace caso a los consejos --que se le prodigan en toda la documentación linuxera-- de servirse de él. Si se empeña en activar sólo el rol de root y en hacerlo todo sólo siempre como ese único usuario, root, entonces el sistema no le habrá valido de nada.
Así, la publicidad de las fuentes puede determinar que, si un programa, por ciertos fallos, causa algún desperfecto o una pérdida de datos, será fácil que se anuncien públicamente no sólo medios para evitar el daño en el futuro, sino también vías para resarcirse del daño ya producido (al saberse cómo se ha originado).
Igualmente, la regla de ejecución mínima o parsimoniosa permite que, si el usuario, por imprudencia, comete un error funesto, se atenúen las consecuencias, y sean más fáciles de reparar que si se desencadenara una cadena de resultados que él no haya previsto.
Y también el sistema de permisos facilita remediar los daños, mediante previos respaldos compartimentados, al paso que el tropel del proindiviso ventanero puede hacer inviable la recuperación.
Mas, para enjuiciar una obra, para hallar sus fallos y someterla a la crítica, para sugerir mejoras, es preferible la multitud, la mayor pluralidad, sin que sea menester (ni siquiera bueno) que haya concertación entre los críticos.
En conclusión, creo que son endebles e infundadas las objeciones de los adeptos del monopolio ventanero. El sistema operativo Linux es seguro, aunque desde luego su grado de seguridad no es del 100%. El usuario terminal que otorgue un alto valor a la seguridad hará bien en optar por Linux.
§2.-- Facilidad
Si el Linux es seguro, también es --se nos dice-- difícil, al paso que el Windows es fácil y cómodo.
De nuevo hay que comparar lo comparable. Es más difícil hacer en Linux cosas difíciles que en Windows cosas fáciles. Eso es verdad.
También es verdad que a quien está acostumbrado al Windows le resulta fácil seguir con el Windows. La facilidad es relativa. Un idioma no es más fácil que otro salvo para el hablante que lo usa habitualmente o con relación a un tercer idioma (según el parecido respectivo). Y, si bien un sistema operativo no es un idioma, ni su facilidad o dificultad son las de un idioma, el símil no es del todo infundado, porque el manejo de unos procedimientos informáticos u otros tiene algo de similar al manejo lingüístico, al empleo de un sistema de señales.
Para determinar si el sistema Linux es fácil, o cuán fácil es, hay que medir tanto el tiempo de aprendizaje cuanto el grado de eficiencia que se alcanza con una determinada inversión de ese tiempo de aprendizaje.
La comparación se resolvería inmediatamente si fuera cierto que el Windows se maneja con un tiempo de aprendizaje cero, cual nos lo presentan sus adeptos. La experiencia de quien esto escribe desde luego desmiente tajantemente ese alegato, que no pasa de ser un mito. Con un aprendizaje cero no sólo no se da pie con bola (es improbable que salga nada bien, ni aun por casualidad), sino que se pueden provocar catástrofes en el entorno ventanero.
Lo que sucede es que hay más personas que manejan Windows, y esas personas pueden transmitir su sabiduría a otros. Si alguien le enseña cómo abrir el Outlook, cómo manejar un poco el Word, cómo moverse mínimamente en el Explorer, y le dan a Ud, ya instalado desde la tienda, el sistema operativo, eso es más fácil que instalarse uno Ud mismo o aprender el manejo en una documentación, cuando no conoce personalmente a ningún linuxero.
Windows deja de ser fácil cuando sucede algo; algo como que Ud compra un dispositivo adicional (porque, aunque tal vez Windows lo va a reconocer en seguida, puede provocarse un conflicto con dispositivos preinstalados, hasta el punto de tener que reinstalarlo todo desde cero); algo como que se corrompa algún fichero de configuración y haya que entrar «a modo de pruebas», sintiéndose uno vendido y desamparado; algo como tener que hacer frente a quebrantos de seguridad (considerados en el apartado §1 de este ensayo).
En todos esos casos, y en muchos otros imprevistos, se desvanece la facilidad, sin que Windows haya ofrecido al usuario normal una capacitación para hacer frente a tales situaciones (y sin que la garantía de Microsoft sirva a esas alturas de nada).
Por otro lado, muchos usuarios emplean los programas informáticos para un elenco reducido de tareas, como escribir pequeños documentos (cartas, cortos artículos, esquemas, etiquetas, páginas web), manejar el correo electrónico, bajarse ficheros musicales, comprimirlos o descomprimirlos (MP3), grabar CDs, importar ficheros PDF, imprimir, llevar una agenda, hacer cálculos o cuentas, manejar algunos gráficos, volcar fotos, etc.
Para tales tareas hay programas de sobra en el Linux que realizan todo eso adecuadamente y sin gran dificultad. Puede resultarle difícil a alguien aprender cómo usarlos si está acostumbrado a los del Windows --aunque la dificultad tiende a ser pequeña, por la inclinación actual de los distribuidores del Linux a imitar al Windows más allá de lo razonable.
Es más, muchas de esas tareas sencillas se pueden llevar a cabo incluso con programas del viejo DOS, programas que se pueden ejecutar bajo Linux muy fácilmente corriendo el programa dosemu --un emulador del DOS.
Así, están programas como el insuperable WordPerfect 5.1, con el cual se pueden escribir y mantener libros, ficheros, acervos de datos (ficheros de fusión), se pueden hacer clasificaciones, se pueden usar notaciones simbólicas, esquemas, estilos, tipos de letra, revelar códigos. Hay otros programas para DOS que permiten hacer casi todas las tareas recién mencionadas, y que corren muy bien bajo Linux (a través del dosemu). El manejo de esos programas es fácil, sencillo, claro, rápido, prescindiendo de adornos y de distracciones.
También es relativamente fácil en Linux llevar a cabo conversiones de unos formatos a otros (o, por lo menos, es, al parecer, más fácil que en Windows).
Los programas ventaneros suelen ser lentos, pesados, opacos, abusando del método wysiwyg (what you see is what you get, o sea revoltijo de forma y contenido, que hace muy difícil el reformateo).
Es más fácil en Linux que en Windows hacer una tarea rápidamente, hacerla bien, convertir, reformatear, reconfigurar el uso de los programas, almacenar los resultados en menos espacio de disco.
Es más fácil en Linux que en Windows usar viejo hardware: viejas impresoras, discos duros de escasa capacidad de almacenamiento, tarjetas ethernet desfasadas, máquinas de segunda mano.
Es más fácil en Linux que en Windows cargar, según los casos, unos u otros módulos (p.ej. tener un disco duro introducible de quita y pon, arrancando unas veces de un modo y otras de otro modo).
Es más fácil en Linux que en Windows entender el uso de los programas, si uno quiere adentrarse en el manejo solvente y rebasar la condición de párvulo. Son de escaso socorro las ayudicas en línea, apenas visibles (salvo para personas con gran acuidad visual), al paso que los manuales del Linux están bien redactados y suelen disipar todas las dudas.
También es más difícil en Windows que en Linux instalar convenientemente los programas y disponer de opciones de instalación flexibles. Las instalaciones de programas ventaneros suelen ser rígidas. Es más, en ese entorno se suelen escondenrincluso las pocas opciones de instalación fructíferas e interesantes que, sin embargo, están en teoría disponibles, como p.ej. las de conversión (por lo cual tantos usuarios del Word serán incapaces de leer documentos que les enviemos en formatos diferentes del .doc, el .rtf u otros así).
También es más difícil en Windows que en Linux librarse de los incordios, las molestias, los acosos para actualizar los programas, registrarse, importar parches disponibles, confesarse con los dueños del software y rendirles homenaje y tributo.
También es más difícil en Windows que en Linux prescindir de los procesos tediosos y lentos de reinstalación, o acelerarlos, evitando tener que rearrancar la máquina ochenta veces con cada nuevo programa, o con cada nuevo adminículo o periférico adicional.
También es más difícil en Windows que en Linux entenderse con quienes usan otro sistema operativo y otros programas. A cambio es más fácil entenderse y comunicarse con quienes usan Windows (más el Outlook, el Word, el Explorer etc).
A juzgar por la experiencia, también es probablemente más difícil en Windows que en Linux producir documentos en PDF, enviar a la impresora ficheros desde el intérprete de órdenes, usar disquetes o CDs de formatos no estándar, hacer conversiones, compilar programas, abrir particiones de otros sistemas operativos, lanzar consolas DOS paralelas con diferente configuración, y en general realizar cualquier tarea a la que no hayan prestado mayor atención los diseñadores del entorno gráfico.
También es más difícil en Windows que en Linux intercambiar discos duros, arrancar desde diversas particiones (con versiones a prueba del sistema operativo, o de otros sistemas), y en suma experimentar alternativas.
Para cerrar este apartado, voy a referirme someramente a las tribulaciones de uno que quiso reinstalar una versión del Windows después de haberla adquirido preinstalada y haberla borrado (para reformatear el disco duro).
El Windows rechazó reinstalarse; celosamente declinó compartir el disco duro particionado con otros sistemas operativos; se negó a usar CDs de instalación, aduciendo que eran sólo de actualización, siendo requisito necesario tener ya preinstalada una versión anterior; al intentar el usuario --para solventar esa dificultad-- instalar primero el viejo Windows 95 (para luego «actualizarlo» o ascenderlo a otro Windows más reciente), fue imposible, por no venir reconocido el hardware moderno por el Windows 95.
El testarudo usuario a quien me estoy refiriendo acabó hallando un truco, a través del Linux, gracias al cual pudo volcar el Windows de una máquina a otra (al precio de afrontar luego un amargo día de rearranques y reconfiguraciones, que habrían agotado la paciencia del Santo Job, y por el cual espera alcanzar indulgencia plenaria a la hora de entrar en el Purgatorio).
Como ejercicio mental, o como prueba de obstinación, puede ser interesante. Desde luego es cualquier cosa menos fácil.
En suma, el Windows es más fácil en unas cosas, y sobre todo para quienes están acostumbrados a él y se ajustan a las predeterminaciones estándar. Es más difícil en y para muchas otras cosas.
Dado todo eso, ¿cómo entender que incluso un número de linuxeros piensen y digan que Linux no es para papá y mamá? Tal vez lleven razón, si a papá y a mamá se les da puesta una computadora con Windows y se les ofrece como alternativa un CD para que se instalen Linux. A papá y mamá, o a cualquiera. Pero, si se compara lo comparable, ese alegato no le resulta nada verosímil a quien esto escribe. Para manejar Linux no es menester ser un informático ni haber aprendido lenguajes de programación, ni ser un experto. Y, como hemos visto, si papá y mamá se ven en el trance de querer emprender ciertas tareas, puede resultarles más difícil hacerlas con Windows.
La leyenda de la dificultad del Linux no se despejará con argumentos como el aquí expuesto. Igual que otras leyendas negras, viene propagada por quienes tienen interés en que se mantenga tenazmente arraigada. Pero sabemos que algunas leyendas así acaban perdiendo crédito, porque el intelecto humano se revela más fuerte que los prejuicios.
Conclusión
Hemos considerado dos cualidades: seguridad y facilidad. En la primera triunfa el Linux. En la segunda, hay bastante margen para la duda, y tal vez todo dependa de la perspectiva; acaso en cuanto a facilidad, el orden no sea lineal (e.d. ni sea, así a secas, más fácil el Windows ni lo sea el Linux, sino que en unas cosas lo será el uno y en otras el otro).
Pero el Linux es seguro y es fácil, mucho más fácil de como lo pintan.