Sobre Norberto Bobbio:
El Duce dijo «sí»
Sumario
§1.-- ¿Por qué Bobbio?
Tras haber leído un número de libros escritos por Norberto Bobbio y de ensayos sobre su pensamiento, aparte de la confirmación de sus tesis positivistas bien conocidas, poco había yo hallado en la lectura que me impulsara a citarlo, a traerlo a colación, aunque fuera para discutir con él (salvo, quizá, episódicas alusiones a alguno de sus didácticos distingos, como el que se da entre positivismo metodológico e ideológico, entre otros). Para mí Bobbio no ha sido nunca uno de esos positivistas que --por más que discrepe yo de sus tesis-- me inspiran, me estimulan, me motivan, me interpelan.
No hay muchos, lo confieso. En cierta medida uno de ellos es Hart, pero, con mucha diferencia, es Kelsen aquel con quien me siento en armonía --a través de la distancia doctrinal--. Con Kelsen me parece que vivo los mismos problemas y hasta --asumidas a título de hipótesis sus presuposiciones-- voy siguiendo sus pasos y abrazando sus reflexiones, dándome la impresión de estar en su mente e ir avanzando por su mismo camino.
Nada por el estilo con Bobbio. Todo lo contrario. Sus libros son muy pedagógicos y no exentos de erudición, pero no he encontrado en ellos ni vigor doctrinal, ni la cautivante fuerza del razonamiento lógico que constantemente aflora en Kelsen --en cierta medida también en Hart y en otros positivistas anglosajones. Bobbio parece estar dictando una clase magistral, pronunciarse ex cathedra, hacer alarde de sus conocimientos, ofreciéndonos un producto intelectual que se lee sin disgusto pero que pronto vuelve a las estanterías.
Ahora bien, en uno de mis artículos, (Peña, 2013), hay una referencia a Bobbio. El manuscrito original no había contenido ninguna; pero, en el proceso de revisión «por pares» (o impares), un relator (de orientación palmariamente positivista) me había reprochado buscar fundamentaciones filosóficas de los derechos naturales del hombre desde los estoicos, olvidando, en cambio, a pensadores modernos, como Norberto Bobbio, quien habría ofrecido un basamento más adecuado, que yo habría soslayado en mi afán de desechar cualesquiera fundamentaciones que no sean de tenor jusnaturalista.
Ante esa interpelación, a la hora de redactar el texto final podía hacer yo dos cosas:
Movióme a la segunda opción el haberme rozado, años antes, con un ambiente político-intelectual que, profesándose radicalmente progresista, tomaba a Bobbio como uno de sus referentes, lo cual ya entonces (últimos años 90) me había causado malestar, pareciéndome que sus admiradores lo estimaban de nombre, sin haberlo estudiado, porque, de haber leído sus obras, se entendería mal ese culto.
En realidad seguramente Norberto Bobbio es un personaje relativamente anodino del mundo académico, que ni aportó nada singularmente destacable ni merece particular vituperio; un hombre que, como tantos otros, se fue arrimando al sol que más calentaba en cada período, que supo granjearse una reputación desproporcionada con relación a sus méritos y que hoy se habría ganado un caritativo olvido por sus humanas debilidades, al fin y al cabo tampoco de ésas cuya magnitud las hace merecedoras de oprobio perpetuo. Pero ese plácido deseo de dejarlo en paz, no acordándose de sus obras ni de su carrera, lo frustra el persistente empeño por hacer de él un grandísimo filósofo del Derecho y, encima, un ilustrado y valiente adalid de los derechos humanos y de las buenas causas.
§2.-- La comentarios sobre Bobbio en mi artículo de 2013
Las razones que acabo de exponer me llevaron a, en la versión publicada de mi citado artículo, agregar estos párrafos:
¡Pasemos a Norberto Bobbio! No parece que quepa ver en sus ideas una excepción a la tesis --enunciada al comienzo de este apartado-- de la falta de aportación del juspositivismo a la juridificación positiva de los derechos del hombre. La figura de Bobbio es el eje de un mito que asocia humanismo, progresismo y juspositivismo. En realidad, las cosas son mucho más complejas. Desde su juvenil y ferviente adhesión al partido fascista y su entusiasmo por Mussolini --gracias al cual escaló, temprana y fulgurantemente, los peldaños de su brillante carrera académica-- hasta, en su vejez, su desempeño como senador vitalicio por nombramiento presidencial y su apoyo a las guerras capitaneadas por USA en 1991 y 1999, la sinuosa trayectoria del maestro italiano desmiente la leyenda.
También en lo tocante a la opción entre jusnaturalismo y juspositivismo produjéronse cambios en su posición. Y el período en el que más parece haber defendido un planteamiento progresista --de cuño social-liberal--, el que siguió inmediatamente a la II guerra mundial, cuando militaba en el efímero y minúsculo Partito d'azione, Bobbio parece haber estado más cercano al jusnaturalismo. [V. Ruiz Miguel, 1983, pp. 332-333 y 390-391.] Presentó entonces su candidatura como diputado a la asamblea constituyente, mas no salió elegido. Desconocemos cuál hubiera podido ser su participación en la redacción de la carta de derechos constitucionales de la República Italiana.
Por lo demás la única aportación que conozco de N. Bobbio a la fundamentación de los derechos del hombre es su famoso argumento contra todo fundamento absoluto. No rechaza un fundamento relativo; pero ¿qué quiere eso decir y cuál es ese fundamento relativo? La imposibilidad de un fundamento absoluto significa que no hay ningún motivo racionalmente vinculante cuyo reconocimiento intelectual lleve a la conclusión de que hay que adherirse a los derechos del hombre. Un fundamento relativo es uno que, en el Derecho positivo vigente, se remite a un contingente supuesto jurídico-positivo. En su caso ese supuesto es la propia Declaración de la ONU de 1948 junto con la posterior costumbre internacional que ha ratificado ese acuerdo. [V. Zeza, 2013. Conviene asimismo leer el capítulo «Sul fondamento del diritti dell'uomo» en Bobbio, 1990, pp. 5-16.]
Conviene tener en cuenta que ese fundamento no-absoluto que nos propone Bobbio no sólo es una simple norma de Derecho positivo, sino que ni siquiera es ius cogens. Sobre todo, como fundamento vale sólo en tanto en cuanto ese convenio no se altere; al igual que cualquier otro, está sujeto a vicisitudes y mutaciones. Las costumbres internacionales varían con el tiempo. Por añadidura, en su propia Patria ese enfoque no podía recibirse con beneplácito, pues en la doctrina italiana del Derecho internacional público prevalece avasalladoramente el punto de vista dualista, que considera que el orden jurídico interno y el internacional son dispares y potencialmente en mutuo conflicto. Por lo cual difícilmente se va a preconizar para el reconocimiento jurídico interno de los derechos del hombre en un Estado cualquiera un precepto --suponiendo que lo fuera-- de Derecho internacional. [V. Salerno, 2009]
Parafraseando la célebre undécima tesis sobre Feuerbach de Carlos Marx, podríamos decir que, a juicio de Bobbio, los filósofos se han limitado hasta ahora a fundamentar los derechos humanos de diversos modos; en adelante, se trata de luchar por ellos. Muy loable postura ideológica, pero que en nada contribuye a una fundamentación o justificación jurídicamente relevante.
En su pensamiento maduro, radicalmente juspositivista, Bobbio sostiene que no hay ningún argumento jurídico para exigir que el Derecho sea justo: «es una exigencia o, si queremos, un ideal que nadie puede desconocer que el Derecho corresponda a la justicia, pero no una realidad de hecho. Ahora bien, cuando nos planteamos el problema de saber qué es el Derecho en una determinada situación histórica, nos preguntamos qué es de hecho el Derecho [...] en la realidad vale como derecho también el Derecho injusto». [Bobbio, 1991b, p. 41.]
Dejemos de lado el único argumento que aduce Bobbio, a saber: que la justicia no es una verdad evidente o, por lo menos, demostrable como una verdad matemática. Hoy sabemos (gracias al teorema de Gödel) que infinitas verdades matemáticas son indemostrables en cualquier sistema recursivamente axiomatizable. No por ello renunciamos a la noción de verdad matemática. Tampoco los desacuerdos sobre el origen del hombre nos hacen abandonar la creencia en una verdad sobre dicho origen, pues una cosa es la verdad y otra nuestro conocimiento de la misma. Los desacuerdos entre partidarios de diversos sistemas de lógica no arruinan el reconocimiento de la existencia de verdades lógicas, aunque podamos discutir cuáles lo sean.
Sea como fuere, si el Derecho puede ser plena y absolutamente injusto, de una injusticia pura, sin mezcla alguna de justicia, está claro que no habrá en ese Derecho ninguna palanca para, apoyándonos en ella, reivindicar el reconocimiento de los derechos del hombre. Tal reivindicación emanaría de un «ideal» de la conciencia subjetiva, de una aspiración moral sin ningún valor jurídico. [Sobre la concepción de Bobbio acerca de los derechos del hombre v. Baccelli, 2009, pp, 7-25.]
§3.-- El comienzo de la carrera académica de Norberto Bobbio
Norberto Bobbio había nacido en Turín en 1909, siendo hijo de un célebre cirujano y profesor de medicina. En su evolución doctrinal, N. Bobbio sufre inicialmente la influencia del neohegelianismo italiano (en su doble vertiente: la liberal de Benedetto Croce y la fascista de Giovanni Gentile), de la cual se aparta en seguida, acercándose al kantismo y a la fenomenología, que le sirven de tránsito hacia influencias que arraigarán más en su pensamiento y serán, en definitiva, mucho más intensas y duraderas: primero Kelsen y luego, decisivamente, Hobbes.
A lo largo de la mayor parte de su carrera académica, N. Bobbio ejercerá la enseñanza de la filosofía jurídica, pero ya desde comienzos de los sesenta la compatibiliza con la filosofía política; y desde 1972, al obtener en Turín la cátedra de filosofía política, será ésa su especialidad dominante.
No sólo a la filosofía política, sino a la política a secas irá gravitando su reflexión, aunque, a la vez, Bobbio insista en que él no es ni nunca fue un político. En verdad no lo fue en sentido usual, un político de partido; no porque no lo intentara, sino porque, en esa faceta, fracasó sin conseguir nunca un buen entendimiento con la partitocracia. Pero, a su modo, Bobbio fue, a lo largo de muchos años, tan político como académico. Eso sí, en su época madura o tardía --en la cual el influjo de Hobbes prevalece sobre el de Kelsen-- su orientación política viene caracterizada por el «ni...ni»: ni socialismo real ni capitalismo real sin misión social; ni filosofía politizada ni filosofía apolítica; ni belicismo ni pacifismo; «ni con Marx ni contra Marx» (título de uno de sus libros, de 1997).
Volvamos a los comienzos de su carrera. En marzo de 1935, tras pasar los exámenes correspondientes, obtiene la libera docenza, o sea es habilitado para enseñar en la Universidad; la autorización es quinquenal, o sea se extingue en 1940. Pero entonces sufre una detención, seguida de una amonestación por malas compañías (reuniones con jóvenes compañeros de estudios de simpatías antifascistas); ello acarrea el veto para el ejercicio de esa misma docencia. Ante tal amenaza, escribe a Mussolini (además de buscar recomendaciones indirectas).
Cuando N. Bobbio escribe esa carta tiene 25 años. Como el contenido de la carta es indefendible (el propio Bobbio dirá decenios después que era «horrible»), se han aducido muchos atenuantes. Luego sopesaré varios de ellos. Pero el de la edad dudo que se aplique. Por dos razones. La primera es que esa edad de veinticinco años queda ya lejos de la pubertad; es una edad de maduración, de reconsideración de opciones. A veces, de abandono de ilusiones juveniles. (En realidad no me consta que, por regla general, se tenga más madurez a los 35, 45 ó 55 años que a los 25, aunque sí más que a los 15.)
La segunda razón es que tal excusa valdría si lo que se quisiera justificar fuera una adhesión al fascismo perdonable en un mozalbete. Pero esa explicación --que sería la única decente, aquella que salvaría la honra de Bobbio-- no la han querido, por nada del mundo, considerar ni Bobbio ni ninguno de los cientos de intelectuales --del máximo prestigio y de acendrada prosapia progresista-- que, a capa y espada, han defendido la absoluta incensurabilidad de su carta. Lo que Bobbio y sus apologistas han dicho es que él se vio forzado a redactar esa misiva, no por simpatizar con el régimen sinceramente, sino como un acto de hipocresía forzada. Para lo cual la edad no sirve de atenuante. Si el disimulo está justificado, poco importa que el disimulante tenga 25 años o el doble o cualquier otra edad.
Bobbio quería promover su carrera académica, satisfacer una ambición. Ambición legítima, pero ¿a cualquier precio? Había otras alternativas vitales, desde el exilio (al cual será forzado su amigo y compañero Renato Treves por ser de raza presuntamente hebrea) hasta dedicarse a otra profesión.
No hay que confundir la adhesión al régimen fascista y la afiliación al partido único de pobres asalariados, pequeños empresarios y gentes humildes en general --a quienes plegarse permitía escapar a una durísima presión y represión o, al menos, dejar de ser hostigados y señalados con el dedo-- con la militancia, forzosamente ostentatoria, de los intelectuales, principalmente de quienes accedieron a puestos de relieve académico en la Universidad pública, los cuales sólo podían desempeñar sus cargos como combatientes del intelecto al servicio del Duce. Si ellos necesitaban al Duce, no menos éste los necesitaba a ellos. El régimen fascista no habría podido subsistir sin una amplísima red de apoyos, aplausos, colaboraciones, adhesiones y alineamientos a su favor; sobre todo, no habría alcanzado la solidez que consiguió, la implantación que tuvo en la sociedad italiana. Cada colaborador podía actuar de buena fe (creyendo, en su fuero interno, que el régimen aportaba a Italia avance y grandeza) o por pura hipocresía, o bien por sentimientos híbridos o intermedios.
Son secundarias las reservas mentales. Lo que cuenta es el apoyo, un apoyo absolutamente vital para el régimen. Apoyo que va de las cartas que recibía el déspota --al que gustaba prodigar gestos de clemencia-- hasta las labores académicas y artísticas, explotadas por la propaganda del régimen como logros de su política de elevación nacional.
A fines de los años treinta la emigración a América Latina abría muchas posibilidades a los italianos. Fueron varios y destacadísimos quienes siguieron esa vía, quizá todos ellos forzados por las leyes raciales de 1938.1NOTA 1
Mi propósito no es aquí ni el de alabar ni el de censurar. No creo que a nadie haya que exigirle heroísmo. Sólo que quienes, en su vida, se comportan de manera muy distante de lo que se parezca, siquiera de lejos, no ya al heroísmo, sino incluso a la honestidad, harán mejor en resignarse a una vida discreta, sin buscar la luz de los proyectores y, sobre todo, abstenerse de la política.
§4.-- Análisis de la carta de julio de 1935
Leamos por fin esa carta de Bobbio del 8 de julio de 1935 (año XIII --quien la firma no se olvida de ese ordinal romano, que marca el año de la era fascista).2NOTA 2 Voy a extractarla:
Querrá perdonarme Vuecencia si me atrevo a dirigirle mi problema, no creyendo haya modo más idóneo y seguro de alcanzar una solución. Estoy inscrito en el P.N.F. [Partito Nazionale Fascista] y en el G.U.F. [Gruppo Universitario Fascista] desde 1928, o sea desde mi ingreso en la Universidad, habiéndome inscrito en la Vanguardia Juvenil [fascista] ya en 1927, o sea en cuanto se instituyó el primer núcleo de Vanguardistas en el Real Liceo de Azeglio, por encargo confiado al compañero Barattieri di San Pietro y a mí; por una invalidez infantil [...] no he podido inscribirme en la Milicia. He crecido en un ambiente familiar patriótico y fascista (mi padre [...] está inscrito en el PNF desde 1923) [...] Durante los años universitarios, he participado en la vida y las obras del GUF de Turín, en revistas estudiantiles, números monográficos y viajes a fin de encargarme de pronunciar discursos conmemorativos de la Marcha sobre Roma y de la Victoria ante alumnos de escuelas medias; en fin, en estos últimos años [...] [he publicado] artículos y monografías con los que he alcanzado la habilitación docente [la libera docenza], estudios de los que extraje los fundamentos teóricos para la firmeza de mis opiniones políticas y la madurez de mis convicciones fascistas. [...] Declaro, con perfecta buena fe, que la acusación contra mí [la de ser sospechoso de simpatías antifascistas] no sólo es nueva e inesperada [...] sino que me entristece hondamente y ofende íntimamente mi conciencia fascista, que puede testimoniar la opinión de las personas que me han conocido y que me frecuentan, desde los amigos del GUF y de la Federación [del partido].
Renuevo mis disculpas a Vuecencia por mi osadía al hacerle llegar mis palabras, pero a ello me ha impulsado la certeza de que Vuecencia, con su elevado sentido de la justicia, querrá alejar de mí el peso de la acusación [...] que va en contra del juramento que he prestado con perfecta lealtad. Le expreso el sentimiento de mi devoción.
(Caja en el ACS, Ministerio del Interior, dirección general de la PS.)
Es pertinente recordar el contexto. Italia vivía una intensísima movilización militar que va a conducir, el 3 de octubre de 1935, al ataque contra Etiopía,3NOTA 3 que será conquistada en una campaña de pocos meses, durante la cual la aviación italiana matará con gas a una parte de la población civil. En esos preparativos bélicos la monarquía italiana recibe ayuda tanto del colonialismo francés cuanto del Imperio Japonés.4NOTA 4 La invasión será mandada --en su primera fase-- por el mariscal Emilio De Bono, y después por el mariscal Badoglio.
Cuarentaisiete años después la carta será desempolvada y publicada, con fines polémicos, por la revista Panorama. En la discusión, a cara de perro, tanto el propio Bobbio como sus numerosos y afamados defensores minimizarán el contenido de la carta, reduciéndola a un expediente, un irrelevante trámite que no implicaría ningún compromiso auténtico con el régimen.
Ahora bien, en la carta se hacen cuatro fortísimas afirmaciones que sí implican un destacado compromiso. Bobbio no hubiera podido enunciar tales asertos si hubieran sido falsos, porque el jefe del gobierno evidentemente disponía de los informes de su omnipresente policía secreta y de los de las agrupaciones del partido único para corroborar o desmentir cada una de tales afirmaciones. Éstas son:
Seguramente la gran mayoría de los afiliados al partido no habían tenido una actuación agitacional y propagandística tan destacada, ni mucho menos. Todo eso era, a esas alturas, comprobable.5NOTA 5
No se trata, pues, del mero hecho bruto y aislado de tener la tarjeta de miembro del partido, sino de un empeño activo, sólo interrumpido por haberse consagrado últimamente el firmante de la carta a preparar los exámenes conducentes a la libera docenza, preparación que, nos dice --quiero creer que con perfecta buena fe--, ha afianzado, ahondado y robustecido sus convicciones fascistas. (Este extremo no era comprobable; pero su eventual desempeño docente podría confirmarlo o desmentirlo.)6NOTA 6
§5.-- De Camerino a Siena
El Duce opta por perdonar a Bobbio tales contactos, atendiendo a las razones expuestas en su carta y a las fuertes recomendaciones a su favor de personajes influyentes del régimen. Permítele ejercer la libera docenza, a título de incaricato d'insegnamento, en una Universidad tan de cuarta o quinta categoría como lo era la de Camerino, en las Marcas. No sé qué estipendio recibió Bobbio durante su trienio en Camerino; dudo que pudiera vivir con tales emolumentos; seguramente dependía de la ayuda paterna.7NOTA 7
En ese modesto puesto, Bobbio está bloqueado, sin posibilidad de ascender mientras no obtenga el visto bueno del Gobierno. Y, de no obtenerlo, al caducar en 1940 la venia docendi, Bobbio tendría que abandonar definitivamente la Universidad pública italiana.
Pero ese visto bueno gubernativo está condicionado a renovadas pruebas de adhesión al fascismo y de ruptura total y prolongada con cualesquiera individuos de ideas discrepantes de las oficiales; no se olvide que el régimen mussoliniano era un sistema totalitario (aunque hasta 1943 poco sangriento en la metrópoli): no se consentía la neutralidad, no se toleraba el apoliticismo, ni en lo público ni en lo privado (también los empresarios privados no afectos fueron represaliados, entre ellos Riccardo Gualino, abuelo del homónimo correligionario de juventud de quien esto escribe).8NOTA 8
El estatuto de encargado de enseñanza era precario y de ínfimo nivel en la jerarquía, muy por debajo del mandarinato académico. Durante tres años (1935-38), el humilde docente del asimismo modesto ateneo camerte enseña, no sólo filosofía jurídica, sino también Derecho agrario y Derecho corporativo. Sería bueno conocer sus programas y consultar los apuntes de sus alumnos, para hacernos una idea de su orientación, aunque ya la temática --sin lugar a dudas impuesta-- hace adivinar el tenor pro-régimen de su docencia. No estaría de más leer también los artículos que publica en ese trienio en los Annali della Facoltà di giurisprudenza dell'Università di Camerino: «La persona e la società», «La persona nella sociologia contemporanea», «L'indirizzo fenomenologico nella filosofia sociale e giuridica» y la proficua reseña de Giuseppe Capograssi, Il problema della scienza del diritto (proficua por lo que en seguida vamos a ver).9NOTA 9
Está claro que, si en esas enseñanzas de Bobbio hubiera habido el menor atisbo de democratismo o liberalismo, habríasele puesto el irrevocable y absoluto veto gubernativo para su promoción, porque el régimen mussoliniano no quería en la Universidad enseñantes políticamente neutrales que se limitaran a no dar guerra, sino que exigía mílites académicos que, con vigor y vehemencia, profesaran y transmitieran las ideas fascistas sin el más mínimo resquicio de duda, reserva o disidencia.
Llegamos a 1938, año decisivo, en el cual Bobbio va a tener que superar una prueba de adhesión al régimen más intensa que la de un trienio más atrás.10NOTA 10
En Roma no estaban aún del todo seguros de la lealtad de Bobbio. De hecho el ministro Giuseppe Bottai en 1938 prohíbe a Bobbio firmar la oposición a cátedra de filosofía del Derecho de la Universidad de Urbino. (Sospecho, empero, que los motivos de desconfianza política pudieron ser un pretexto y que acaso la verdadera razón fuera que Bottai apoyaba a alguno de los otros firmantes; en un arbitrario despotado, es fácil bloquear a un contrincante siempre que uno tenga los padrinos que hacen falta.)
Evidentemente, la prohibición venía sin motivar, pues el régimen fascista, que aborrece el racionalismo, rinde culto a la obediencia ciega (y al mandamiento porque-sí de los capos). Sin embargo --prescindiendo del probable deseo de dejar la vía expedita para otro candidato-- era obvia la causa: no se estaba seguro de cuán sincera fuese su incondicional postración ante el régimen. Entonces interviene a su favor el mariscal Emilio De Bono, cuadrunviro de la milicia fascista en la Marcha sobre Roma de 1922.
No es quizá ocioso que leamos la carta del mariscal Emilio De Bono: «Caro Capo del Governo, devo ancora seccarti, ma non è proprio colpa mia. L'ultima volta che venni da te, fra l'altro, ti dissi di un favore chiestomi dal generale Bobbio. Riccorderai che si trattava di un suo nipote (figlio del chirurgo primario prof. Bobbio di Torino), il quale non fu ammesso a un concurso per professori di filosofia del Diritto, pare, per ragioni politiche infondate. Ti sei trattenuto la lettera e l'esposito a te diretto dal prof. Bobbio padre e mi hai detto così: `E' iscritto al partito, ci penso io'. `Come' ti ho chiesto. `Lo dico a Botttai'. Mi hai detto `Lo dico' non `Ne parlerò'. Ho ritenuto quindi la causa come fatta, tanto che ti ho domandato se potevo dare la notizia al Bobbio generale, tu mi hai risposto affirmativamente e io a Bobbio ho detto: `Stia tranquillo'. Ricevo invece adesso un'altra lettera del Bobbio stesso nella quale mi dice che il suo nipote non ha ricevuto nessun invito a ripresentare i titoli per il concorso, i termini del quale accadranno a giorni. Senti, Capo: tu sei padrono di fare quello che vuoi, io ti prego soltanto di farmi dare una risposta categorica: uno di quei monosillabi che hai chiesto tante volte a me in momenti piuttosto seri e che io ti ho sempre telegrafato senza discussioni. Fiat voluntas tua! Credimi, come sempre, tuo. De Bono».11NOTA 11
El Duce dijo «sí»; por una nota manuscrita de su secretaría sabemos que telefoneó a Bottai. A raíz de esa llamada, el ministro revocó su prohibición (de nuevo sin motivación alguna; Bobbio anotó en sus papeles: «Arcana imperii»). A punto de cerrarse el plazo de presentación de candidaturas, Bobbio puede por fin firmar.
Tiene lugar el concurso, o sea la oposición. El tribunal está formado por: Michele Barillari, presidente; Felice Battaglia, relator; y tres vocales: Giuseppe Capograssi, Antonio Falchi y Giacomo Perticone. ¿Recibiéronse recomendaciones verbales desde las alturas del régimen? ¿Bastaron los méritos? ¿Fue decisivo el valimiento que Bobbio había sabido procurarse, gracias a su reseña, cerca de Capograssi? En un régimen donde era extremo el servilismo académico, resulta dudoso que un concurso así --sobre una materia tan políticamente connotada como lo es la filosofía jurídica-- se resolviera sin una previa orientación, quizá emanada de la propia jefatura del gobierno.
Sea lo que fuere, los miembros del tribunal seleccionador --tras los ejercicios de oposición que duran del 24 al 31 de octubre--, en lugar de presentar, antes de la deliberación colectiva, informes individuales, redactan juntos un dictamen, recomendando al unísono, sin debate alguno, el nombramiento de N. Bobbio.12NOTA 12
Ser seleccionado por el tribunal era una cosa; ser nombrado profesor era otra; lo último incumbía al Ministerio. Primero había de otorgar su venia la Universidad de destino. Pero en Urbino ponen trabas, objetando que Bobbio está soltero.13NOTA 13 Por mucho que hubiera ganado el concurso, Bobbio no sabe aún si podrá acceder al funcionariado académico.
Van a ayudar las leyes raciales de 1938.14NOTA 14 En virtud de las mismas vienen excluidos de cargos públicos --y, por lo tanto, de la docencia universitaria-- todos los semitas (o presuntos tales, o sea aquellos italianos que no sean de raza italiana [algunos textos dicen «raza aria», pero luego se tacha ese adjetivo, prefiriendo el de «italiano»). Las leyes suscitan oposición en el seno del propio régimen y del partido único, al cual están afiliados muchos de esos semitas; los círculos acaudalados hebreos han apoyado con ardor al fascismo igual que el resto de la clase alta. Hasta el propio monarca ve esas leyes con escaso agrado; pero las promulga, otorgándoles el asentimiento regio. El órgano de propaganda del régimen, Il popolo d'Italia afirma que el racismo italiano viene de los orígenes mismos del fascismo.15NOTA 15
Entre los expulsados figuran el catedrático de filosofía del Derecho en Padua, Adolfo Ravà, y el de historia de la filosofía en Bolonia, Rodolfo Mondolfo. La cátedra de Ravà queda libre, confiándosele interinamente a Giuseppe Capograssi; por su parte Felice Battaglia, catedrático en Siena, anhela ser trasladado a una Universidad de mayor importancia, aspirando a suceder en Padua al expulso Ravà; al ser rechazado a favor de Capograssi, opta por Bolonia, donde la cátedra de Mondolfo se ha convertido en una de filosofía moral.
Habiendo así quedado libre la cátedra de Siena, Battaglia consigue que inviten a Bobbio.16NOTA 16 En diciembre sale finalmente la real orden que nombra a Bobbio profesor extraordinario titular de la cátedra de Siena por tres años. La condición de profesor extraordinario no es la de catedrático (profesor ordinario) y el nombramiento tiene un plazo trienal de caducidad, al cabo del cual Bobbio habrá de pasar una evaluación positiva para acceder al rango de profesor ordinario.
Bobbio viaja a Siena y comienza sus clases. Tiene que tomar oficialmente posesión en un acto público y solemne, que efectúa el 3 de marzo de 1939, pronunciando el juramento exigido: «Giuro di essere fedele al regime fascista col proposito di formare cittadini devoti al regime fascista».17NOTA 17
§6.-- De Siena a Padua
Bobbio es ya un profesor del ruolo, o sea un funcionario académico; pero en 1941 tendrá que pasar una prueba para incorporarse permanentemente al profesorado (o sea, para obtener la cátedra). En 1940 consigue el traslado a la Universidad de Padua, ya como profesor ordinario (catedrático), pues Capograssi la ha dejado vacante, al obtener su traslado a la Universidad de Roma. Ocupa esa cátedra de Padua hasta 1948, cuando finalmente logrará su sueño de ser nombrado en su Turín natal.
Mucho se ha enaltecido un antifascismo de los últimos años del régimen mussoliniano, que quedaría probado por una detención trimestral entre diciembre de 1943 y febrero de 1944. En efecto, arrestado en Padua el 6 de diciembre de 1943, Bobbio fue conducido a la prisión de Verona, sita en el antiguo convento de los carmelitas descalzos (donde fueron encerrados también los principales conspiradores fascistas contra la jefatura de Mussolini).
Pero Bobbio ni siquiera fue sometido a juicio; su causa se sobreseyó, siendo excarcelado en febrero, tras un interrogatorio en el que negó la acusación. Está claro que las autoridades mussolinianas tuvieron elementos de juicio que corroboraron lo infundado de los cargos.18NOTA 18
¿Cuál era la acusación? La de formar parte de una asociación secreta antifascista titulada «Comitato d'azione per la libertà d'Italia». Resultó que, en realidad, de tal pertenencia no hubo prueba alguna, salvo un contacto con Concetto Marchesi; nada más normal, puesto que Concetto Marchesi había sido su rector durante meses hasta el mismo día de su propia detención. ¿Qué más usual que un catedrático --de una Universidad, como la de Padua, de dimensiones modestas-- se entreviste alguna vez con su rector?
Hay que traer aquí a colación el caso de Concetto Marchesi. Este latinista siciliano era una lumbrera. Venido del socialismo italiano de la preguerra --muy batallador, muy obrerista, anticlerical y reactivo al duro ambiente de la Italia monárquica (lejos de las relativas suavidades de países más septentrionales)--, su enorme talento le había permitido acceder a la docencia universitaria antes de la implantación de la dictadura mussoliniana. En 1923 Marchesi obtiene la cátedra de Padua. En 1921, en el congreso de Livorno, junto con la mayoría de los socialistas italianos, se había decantado por el comunismo, al producirse la escisión; fue, así, miembro fundador del PCI.
Cuando, en 1931, el régimen imponga a los docentes universitarios la obligación de jurar lealtad, seguirá el consejo de la dirección del PCI de hacerlo para conservar influencia en el mundo académico. Sin embargo, durante casi todo el veintenio, 1922-43, Marchesi perdió contacto con el PCI, siendo sólo un militante nominal. El régimen lo sometía a vigilancia (de hecho fue uno de los poquísimos que rehusó inscribirse en el partido fascista y a quienes no se represalió por tal omisión, en principio prohibida); su especialidad, la filología clásica, le permitía desempeñar sus tareas docentes e investigativas sin muchas interferencias del poder.
Inmediatamente después de la destitución de Mussolini el 25 de julio de 1943, su sucesor, el mariscal Badoglio, se apresuró a desfascistizar --a marchas forzadas-- el poder monárquico para salvar a la Corona. Su ministro de instrucción pública, Leonardo Severi, procede, a mediados de agosto, a renovar los rectorados de las Universidades. Para la de Padua nombra a Concetto Marchesi, quien toma posesión el 7 de septiembre, horas antes de que el mariscal Badoglio y el rey se escabulleran de Roma, a hurtadillas, para, refugiados en Bríndisi, firmar el armisticio con los aliados. El día 8 casi toda Italia está ocupada y tomada militarmente por los alemanes --operación Student; sólo escapa el extremo sur --invadido por los aliados y en un cacho de Apulia sede del minúsculo «reino del Sur».19NOTA 19
Tras un vacío de poder --en el cual sólo mandan los militares germánicos--, el 23 de septiembre se implanta la «República Social italiana» en la mayor parte de la península. El primer gobierno de esa «república social» se constituye en la embajada alemana en Roma; nunca fue más que un gobierno fantoche.
El nuevo ministro de educación fascista, el destacado jurista Carlo Alberto Biggini --percatándose de la fragilidad de un régimen marioneta sin arraigo alguno-- intentó una cierta conciliación para atraer al fascismo dizque renovado individuos de ideas antifascistas; por ello mantuvo en sus rectorados a quienes habían sido nombrados durante los 45 días de la primatura de Badoglio; uno de ellos, Marchesi.20NOTA 20 Fue más lejos: asistió a la lección inaugural del año lectivo 1943-44 pronunciada por el rector Marchesi el 9 de noviembre de 1943. Por más prudente que fuera Marchesi en sus palabras, un observador perspicaz podía captar, en su florido y barroco discurso, mensajes subliminales de reivindicación social. Nueve días después, los alemanes, verdaderos amos, ordenaron a sus testaferros mussolinianos detener a Marchesi (protector de los estudiantes que se resistían a ser enrolados en el ejército mussoliniano); Marchesi, tras permanecer escondido en el país, logró, a comienzos de febrero de 1944, atravesar clandestinamente la frontera suiza en medio del invierno alpino.21NOTA 21
Unos días después de que Marchesi pasara a la clandestinidad, fueron arrestados varios académicos sospechosos de tener contactos con él, entre otros Norberto Bobbio. Tras la indagación policial exhaustiva en el trimestre en el cual Bobbio permaneció preso en Verona, el régimen fascista, dando por desmentidos los cargos que contra él pesaban, no sólo lo puso en libertad, sino que, además de autorizarle a publicar su libro La filosofia del decadentismo, lo restituye al desempeño de su cátedra paduana, donde sigue impartiendo su docencia sin el menor estorbo ni interferencia gubernamental, mientras Italia vive el episodio más convulso y trágico de su historia: la guerra entre Hitler y su lacayo Mussolini, de un lado, y, del otro, los aliados, quienes avanzaban desde el sur de la Península, a la vez que en el norte y centro se desenvuelve una lucha guerrillera, la de los partigiani, no exenta de acciones de terrorismo.
En su autobiografía nos cuenta Bobbio que, en esa fase terminal del fascismo, participó de algún modo en la resistencia como miembro de un comité clandestino de intelectuales. No he leído, sin embargo, ningún texto de su autoría que fuera publicado por la prensa clandestina.22NOTA 22 Es verosímil que, en su fuero interno, sintiera desafecto al nuevo fascismo social-republicano instrumentalizado por los ocupantes alemanes.23NOTA 23 Sea como fuere, a las enseñanzas del profesor N. Bobbio nunca halló nada que objetar la policía mussoliniana, que vigilaba todas las actividades académicas --y mucho más aquellas que pudieran afectar a los principios y a la ideología del régimen, como era la de la filosofía jurídica.24NOTA 24
Durante los últimos meses de la guerra las aulas estaban semidesiertas, pero Bobbio sigue sin ser molestado para nada. Llega la liberación y nuestro jusfilósofo aparece como un líder o militante (era casi lo mismo) del evanescente partito d'azione, que propugna el federalismo para Italia, unos «Estados Unidos de Italia».25NOTA 25 El 2 de junio de 1946 tiene lugar el plebiscito sobre la forma de gobierno. Desconozco qué posicionamiento tuvo Bobbio, pero entiendo que su pequeño partido abogó por la República. Su partidico se presenta a las elecciones, obteniendo el 1,5% de los votos. Bobbio sufre una doble derrota electoral. No entra, pues, en el parlamento por el sufragio popular. (Entrará en él por designación presidencial casi 40 años después, a título de senador vitalicio.)
§7.-- De catedrático en Turín a senador vitalicio
En 1948 Bobbio consigue el traslado a Turín, donde permanece como catedrático hasta que, por su jubilación en 1979, alcanzará el emeritazgo.
Llegan los años sesenta. El ambiente de la Universidad italiana --igual que sucede en otros países-- se radicaliza hacia babor. Bobbio, catedrático en la capital del Piamonte, es un maestro indiscutido. En 1962 Alfredo Cattabiani presenta una memoria de láurea (un grado intermedio entre licenciatura y maestría) titulada Il pensiero politico del conte Joseph de Maistre. Cattabiani (quien, nacido 18 después de Bobbio, lo precederá a la tumba en un año) es un joven de ideas conservadoras, que reacciona vigorosamente contra el ambiente intelectual turinés de ese momento. La obra, de 600 páginas, ha sido redactada durante dos años de investigación. Norberto Bobbio es el correlator. Cuando le llega el turno de palabra, agarrando el mamotreto, lo arroja al suelo, exclamando «Rehúso discutir con el teórico de la esclavitud moderna».26NOTA 26 Son insólitos --sea en Italia, sea en cualquier otro país del mundo-- comportamientos así en actos académicos. (Al parecer ese gesto no fue tan excepcional.)27NOTA 27 Propiciaba esas actuaciones desabridas y atrabiliarias la efervescencia de aquellos vertiginosos y descarriados disturbios que van a desembocar en el disparate del mayo francés de 196828NOTA 28 y de la todavía más irracional «revolución cultural» china; esos mismos que, por amargura y desilusión, llevaron a intelectuales progresistas, como el profesor eclesiástico Joseph Ratzinger, a un viraje hacia el conservadurismo.
En esos años, y en los sucesivos, Bobbio, alineado con la socialdemocracia, debate con los comunistas italianos sin acrimonia (reserva su enemistad a los otros comunistas; tras el derrumbe de la URSS su anticomunismo --antes mitigado-- se hará más virulento --como lo veremos en el último apartado de este capítulo).
En 1994 viene publicado un nuevo libro de Bobbio (Bobbio, 1994), donde se comentan los conceptos abrazados por otros vates siniestrosos. Si para el posmodernista Gianni Vattimo lo específico de la izquierda es la no violencia, Bobbio sale mejor parado entronizando el valor de la igualdad.
En esos lustros se va urdiendo el mito Bobbio,29NOTA 29 quien pasa a ser un referente del nuevo progresismo, del eurosocialismo (e incluso del eurocomunismo, al menos cuando mude de nombre).30NOTA 30
No tengo conocimiento de que se haya planteado el problema de la lucha emancipatoria de los países sometidos al yugo colonial y neocolonial, a pesar de un viaje a China en los años 50. Defiende los regímenes democráticos, sin ocurrírsele parar mientes en que, hasta los primeros años 60, la mayoría de los súbditos de esos gobiernos democráticos --que no viven en las metrópolis ni son ciudadanos, sino indígenas-- se ven jurídicamente privados de los más elementales derechos humanos; e incluso después, a través de las tiranías manipuladas desde Londres, París y Bruselas, siguen sufriendo una espantosa opresión.
§8.-- Lo atrapa su pasado
Prodúcese en 1984 el nombramiento de Bobbio como senador vitalicio por designación presidencial. Inscríbese primero en el grupo socialista de Craxi, luego en el de la coalición del Olivo (encabezada por un excomunista). Ese alineamiento ofusca a sectores de la opinión más simpatizantes con su alineamiento de los años treinta. Para hacerlo sonrojar, en 1992-06-21 la revista Panorama --como ya lo he dicho más arriba-- saca a la luz pública la hasta entonces inédita y oculta carta de Bobbio a Benito Mussolini escrita en julio de 1935. Inscríbese esa publicación en una campaña dizque revisionista de rehabilitación implícita del fascismo, mediante el descrédito del antifascismo posbélico. No nos interesan los motivos de quienes atizaron tal campaña; nos interesan los hechos.
El 12 de noviembre de 1999, Bobbio consiente venir entrevistado por Pietrangelo Buttafuoco para Il foglio: «Nosotros el fascismo lo hemos apartado porque nos a-ver-gon-zá-ba-mos. Nos a-ver-gon-zá-ba-mos. Yo, que he vivido la juventud fascista entre los antifascistas, me avergonzaba en primer lugar ante mi propio yo posterior y, en segundo lugar, ante quienes habían sufrido ocho años de presidio, me avergonzaba frente a aquellos que, a diferencia de mí, no habían salido bien parados». Luego motivo había para la vergüenza. Una de dos: o bien Bobbio fingía, o bien era un sincero fascista en el período de su fulgurante ascenso en la escala académica (lo cual sería disculpable y comprensible, dados sus orígenes, su ignorancia de la realidad italiana, su despreocupación por la cuestión colonial y lo angosto de sus intereses intelectuales).
Si fingía, no era para sobrevivir, sino para ascender en el estrellato, para venir colmado de agasajos y altos estipendios. Es desconcertante que el propio Bobbio rechace la única hipótesis que salvaría su honra. (En tal entrevista Bobbio dice que era «fascista tra i fascisti e antifascista tra gli antifascisti», en una autoacusación de duplicidad que, en su contexto, resulta semiexculpatoria y ambivalente.)
El hecho es que en esa entrevista a Il foglio de 1999, Bobbio defiende a Mussolini: «Hoy es fácil hacer una caricatura de Mussolini, mas no ha de olvidarse que tiene todos los rasgos de lo que Max Weber habría llamado un jefe carismático. Era el hombre que, a través de una vida asendereada, pobre como era, había conseguido saltar rapidísimamente todas las etapas. El más joven presidente del Consejo [de ministros] que haya habido nunca, sus discursos eran secos, rapidísimos, incisivos. Era agresivo y cautivaba a las masas. No hay nada más que decir, fue un jefe tan carismático que siguió hasta el fondo el destino de los jefes carismáticos: lleva siempre razón hasta el día en que, equivocado, cae».
O sea, Benito Amílcar Mussolini siempre llevó razón hasta el día en que cayó, el 28 de abril de 1945 (porque su precedente caída, su destitución por el rey el 25 de julio de 1943, la había superado).
¿A qué viene esa apología? Si era así, si el Duce tenía todas esas virtudes, si llevaba razón, ¿no se justificaría haber mordido el anzuelo, como lo mordieron tantísimos otros? ¿O eso daría una imagen demasiado pobre intelectualmente de quien lo mordió? Si el mensaje del anciano Bobbio es el de justificarse por miedo a un régimen brutal y despiadado (pasando por alto que su propia actuación implicaba un activo apoyo al régimen, no un mero vivir bajo el régimen), entonces no se entiende esa halagüeña representación del Duce, la cual sí se explicaría, en cambio, si la versión escogida hubiera sido la de la ingenuidad y el error sincero, posteriormente rectificado.
No es ocasional tan ambigua apreciación del régimen mussoliniano. En realidad acaso Bobbio tenga una visión un poco edulcorada del fascismo.
En su Dizionario di politica, coeditado con Nicola Matteucci,31NOTA 31 figura una definición del fascismo erróneamente citada muy a menudo como si fuera del propio Bobbio, cuando en realidad viene firmada por el aristócrata diplomático sardo Ludovico Incisa di Camerasa (ex-secretario de la embajada italiana cerca del general Franco en los años sesenta): «El fascismo es un sistema político que trata de llevar a cabo un encuadramiento unitario de una sociedad en crisis dentro de una dimensión dinámica y trágica, promoviendo la movilización de las masas por medio de la identificación de las reivindicaciones sociales con las reivindicaciones nacionales».
En esa definición faltan quince rasgos esenciales:32NOTA 32
La anodina definición recogida en el diccionario de Bobbio se aplicaría, no sólo a muchos regímenes autoritarios del tercer mundo (del de Mustafá Kemal al de Nasser, pasando por los de Kwame Nkrumah, Jawaharlal Nehru, Bandaranaike, Mathieu Kérékou, Julius Nyerere, Bumedién, Sukarno, Marien Ngouabi, Thomas Sankara, Juan Velasco Alvarado, Getulio Vargas, Juan Domingo Perón [1946-55] etc.), sino también a regímenes políticos con libertades públicas como el gaullismo. La V república francesa instaurada en 1958 tiene, en efecto, todos los rasgos que describe el diccionario de Bobbio, aunque no obtuvo el éxito que anhelaba de Gaulle, porque el encuadramiento unitario que trató de llevar a cabo el General no fue secundado más que por una minoría de la clase obrera; no por faltar la movilización de masas ni los esfuerzos de fundir las aspiraciones sociales con las nacionales (de ahí ese «gaullismo de izquierda» o «gaullismo social», cuyos adeptos, empero, quedaron postergados, sobre todo tras el fracaso del régimen con los acontecimientos de la primavera de 1968).
Al margen de esa definición (que, insisto, no suscribe Bobbio, aunque la recoja en su diccionario), nuestro jusfilósofo se deja atrapar en una tenaza. Una de dos. O bien el régimen mussoliniano era una tiranía cruel e implacable, o bien era un régimen relativamente benigno, con sus lados buenos (un régimen fascista en el almibarado sentido de la definición del diccionario de 1976), con el cual, por consiguiente, se podía simpatizar sin incurrir en una absoluta aberración. Si lo primero es verdad, se justificaría haber firmado lo que fuera para salvar la vida o la libertad, mas difícilmente una colaboración que reforzara a un régimen así. Si lo segundo es verdad --si, según lo dice Bobbio, el fascismo no fue el mal absoluto--, pierde fundamento la principal línea argumental de la visión autobiográfica de Bobbio --el miedo a la represión--, porque entonces sin duda había otras opciones, al menos la de emigrar.
Lo más relevante no es cómo Bobbio trata de habérselas con su propio pasado, sino cómo se ha decantado masivamente a su favor toda la intelectualidad italiana.35NOTA 35
He recordado los juramentos de Bobbio de lealtad al régimen fascista. Luciano Canfora opina que cometieron un error quienes no los prestaron, porque, al obrar así, dejaban más espacio a los fascistas. ¿A qué fascistas? Y es que, según qué disciplinas, no bastaba prestar el juramento. (Además, como el propio Luciano Canfora lo recuerda, una vez que hubieron prestado el juramento, fueron forzados a alistarse en el partido único --bajo pena de ser denunciados como perjuros-- y a revestirse de la camisa negra del fascio en las ceremonias de graduación y demás actos académicos y políticos.)
A un profesor de química o de álgebra o incluso de sumeriología no se le iba a pedir más que la pertenencia al partido fascista y la preceptiva asistencia, con camisa negra, a las ceremonias de exaltación del régimen y su caudillo. Pero en materias de contenido ideológico, como la filosofía del Derecho, no bastaba eso: había que profesar, desde la tarima, las ideas fascistas, sin ningún resquicio de duda ni de discrepancia. Si, para hacer carrera, hay que expresarse como fascista, hablar como fascista, militar en el fascismo, no diferenciarse de los fascistas, ¿qué ventajas hay para la democracia, para la causa antifascista, en que ese perfecto disimulador ocupe la cátedra en lugar de un «auténtico» fascista, quien sólo difiere de él en sus íntimos sentimientos, que se conocerán mucho después (tras la derrota del régimen)?
Así, la biografía de Bobbio se ha convertido en un tema de debate.36NOTA 36 Un juicio desfavorable a Bobbio y a otros demócratas de toda la vida lo presenta Bruno Vespa, en (Vespa, 2014). También vale la pena leer lo que dice Marcello Veneziani, en (Veneziani, 1995), donde justamente pone de relieve lo que la carta de 1935 implicaba de apoyo al régimen, un apoyo que persistió en años posteriores y sin el cual no se habría producido la promoción académica de Bobbio.
§9.-- 1991: La guerra del Golfo
El 15 de enero de 1991, unas horas antes de vencerse el ultimatum de la ONU que serviría de pretexto a la agresión de los Estados Unidos y sus aliados contra la República de Mesopotamia, el senador vitalicio Norberto Bobbio hace unas declaraciones en el telediario (TG) 3 de la RAI (el Tg3 regional del Piamonte) (reproducidas y consultables en Youtube). Bobbio afirma, sin el menor titubeo, que la guerra va a ser «indudablemente justa» porque se funda en el principio de la legítima defensa.37NOTA 37
En «Storia della filosofia e filosofia della storia», Ermanno Vitale (en Pazé, 2005, p. 51) señala cómo el complicado recorrido de Bobbio produjo escalofríos en 1991 cuando apoyó la guerra de USA y sus vasallos contra Mesopotamia pero todavía más en 1999 cuando dio su bendición a la guerra de la NATO contra Yugoslavia. Recuerda Ermanno Vitale que la metáfora del laberinto es la preferida por Bobbio para definir el sentido del devenir histórico. A mi juicio, en cambio, no define el devenir histórico, sino el devenir del propio pensamiento de Bobbio. Porque de nuevo en ese belicismo suyo en ambas ocasiones cruciales ha querido medio-desdecirse sin desdecirse, medio hacer como que daba marcha atrás, enfrascándose en la ambigüedad, el doble lenguaje, el «digo Diego»; en suma las revueltas en el laberinto, pero sin hilo de Ariadna.
No voy a dejar que se vaya de rositas con sus subterfugios. Voy a citar la referida declaración: «la respuesta es indudable: es una guerra justa porque se funda en un principio fundamental del Derecho internacional, que es el que justifica la legítima defensa».38NOTA 38
En la polémica suscitada por tal toma de posición, Bobbio echa mano de sus artes malabares. En una carta a Danilo Zolo del 25 de febrero de 1991 dice: «Mi ha un po' irritato che io sia diventato il bersaglio comodo di tutti i pacifisti di strapazzo [pacifistas de pacotilla]. Però credo di avere il diritto di pretendere che anche coloro che hanno continuato a credere all'alternativa diplomatica mostrassero quella stessa perplessità che io ho avuto più volte mostrato circa la via della guerra [...] lo stesso Segretario generale ha detto che si era tratato di una guerra autorizzata dall'Onu e solo per questo legale. [...] non sono affatto soddisfatto del modo con cui la guerra è stata condotta, specie poi per la spiatezza dei bombardamenti, che forse hanno raso, ma ne sappiamo così poco, una città come Bagdad. [...] La terribile guerra sta finendo. Ma se la pace sarà instaurata con la stessa mancanza di saggezza con cui è stata condotta la guerra, anche questa guerra sarà stata, come tante altre, inutile».39NOTA 39
En esa carta a Danilo Zolo --y según su inveterada costumbre-- Bobbio lo embrolla todo. Pretende que lo de «justa» sólo lo ha dicho en el sentido de «legal», citando la autoridad de Aristóteles para quien uno de los sentidos del adjetivo «justo» es precisamente el de «legal». Y ahora dice que la guerra era legal sólo porque la había autorizado la ONU, nada más.
Pero no es eso lo inicialmente declarado. Invito al lector a volver unos párrafos atrás y releer el texto exacto de lo declarado por Bobbio: «la respuesta es indudable: es una guerra justa porque se funda en un principio fundamental del Derecho internacional, que es el que justifica la legítima defensa». No dice que es justa porque es legal, habiéndola autorizado el consejo de seguridad de la ONU. No afirma que su justicia emane de un rasgo procedimental o formal, cual sería esa autorización. Dice que es justa porque la legítima defensa es justa, es un principio fundamental del Derecho internacional. Si es así, lo es con ONU o sin ONU. Primero porque la Carta de las Naciones Unidas permite la legítima defensa sin necesidad de pedir autorización a la ONU: cualquier país agredido tiene el derecho de defenderse inmediatamente. Suponiendo que el emiratuco de Cuvait fuera un país agredido, tendría derecho, sin que la ONU lo dijera, a defenderse contra un agresor, llamando en su ayuda a sus aliados. La invocación de la ONU es ociosa.
Pero no sólo es ociosa, sino además jurídicamente inepta. Bobbio es un jurista; debería conocer mejor el Derecho, y lo desconoce, lo ignora o le da la espalda. La carta de las NN.UU. prohíbe la guerra. Concede al consejo de seguridad la potestad de decidir auxiliar a un país cuya integridad está amenazada por una invasión foránea --ya iniciada o inminente--, haciéndolo con tropas de la ONU, todo ello con el solo propósito de salvaguardar la paz. No le concede ninguna misión de restaurar la justicia, de revertir una anexión consumada, ni siquiera de desalojar a un ocupante.40NOTA 40
El consejo de seguridad de la ONU tiene unas potestades tasadas. Si actúa ultra vires, sus decisiones son nulas de pleno derecho. No habiéndose instituido en la ONU una instancia de revisión jurisdiccional de la constitucionalidad de las decisiones del Consejo (o sea, de su conformidad con lo prevenido en la Carta de la ONU, que es su constitución), no queda otro remedio que entender nulas e írritas, jurídicamente inexistentes, cualesquiera decisiones o resoluciones, sean del Consejo, sean de la Asamblea General, que transgredan los límites competenciales asignados por la Carta o que contravengan por su contenido las disposiciones y los fines de la Carta.
Cuán erróneo es el enfoque de Bobbio, cuán inconstitucional fue el proceder de la ONU, cuán jurídicamente injustificada estuvo aquella guerra, ésa sí, de agresión, lo he demostrado en (Peña, 2009a), de cuyo capítulo 11 extracto los siguientes pasajes al respecto:
Cierro aquí mi larga auto-cita. El positivista Bobbio, evidentemente, nada quiere saber del Derecho Natural. Vitoria, Grocio, Leibniz y Concepción Arenal no le han interesado jamás. Pero al menos, como jurista positivo y positivista, debería conocer la letra y el espíritu de la Carta de la ONU; de lo cual habría de deducir que, primero, la ONU no tiene capacidad legal alguna para iniciar una guerra, sino sólo para, donde haya una, auxiliar al país agredido; que su misión no es producir una restitutio in integrum, un retrotraer las cosas a un status quo ante, sino sólo parar una agresión; que, aunque tuviera derecho a iniciar una guerra y a llevarla a cabo, no tiene derecho a externalizarla, a subcontratarla o a subrogarla.
El capítulo VII de la carta de las NN.UU quiere institucionalizar la guerra preventiva y punitiva de la propia organización internacional bajo condiciones prácticamente inalcanzables: se llevaría a cabo (arts. 42, 45 y 47) por fuerzas armadas de la propia organización mundial contra Estados que hubieran perpetrado graves ilícitos (art. 39); esa guerra punitiva recibe diversas denominaciones: «acción coercitiva internacional» (art. 45); «uso de la fuerza» (art. 44); «medidas preventivas o coercitivas» (art. 50). Será decidida (art. 42) por un CS [Consejo de Seguridad] oligárquico en el que los cinco miembros permanentes tenían, y tienen, derecho de veto (art. 27.3); por lo tanto, la acción punitiva requería coincidencia de intereses de esas 5 grandes potencias.En realidad, no han funcionado nunca, ni podían funcionar, esas previsiones del art. 42 (capítulo VII) de la Carta de las NN.UU. Nunca se ha puesto en pie tal ejército de la ONU. Sólo una vez el CS ha dado carta blanca a una guerra punitiva; fue en 1991 contra Mesopotamia por haberse ese país anexionado el emirato de Cuvait. Esa anexión no difería de otras previas: la India se apoderó de Goa en 1961 y de Siquín en 1975; la Argentina, de las Malvinas en 1982; Indonesia, del Timor oriental; Marruecos se ha adueñado del Sájara occidental; Paquistán, de Cachemira occidental; Turquía, de Chipre septentrional; Armenia, del Nagorny-Carabaj; la lista no es exhaustiva. Ninguna de esas anexiones empujó a la ONU a una decisión comparable.
En 1991 la ONU no decretó la acción bélica contra Mesopotamia a efectuarse por un inexistente ejército onusiano, sino que autorizó a los Estados miembros que cooperasen con el exiliado jeque de Cuvait para emprender las acciones que tuvieran por convenientes.
Tal actuación del CS en el conflicto Iraq/Cuvait de 1990-91 violó la propia Carta de la ONU. Lo primero que hizo fue una calificación jurídica de los hechos que incorrectamente pretendió atenerse al art. 39 (que es el primero del capítulo VII). Ese artículo dice que el CS «determinará la existencia de toda amenaza a la paz, quebrantamiento de la paz o acto de agresión y hará recomendaciones o decidirá qué medidas serán tomadas de conformidad con los arts. 41 y 42 para mantener o restablecer la paz y la seguridad internacionales». El art. 42 es el que le permite «ejercer, por medio de fuerzas aéreas, navales y terrestres, la acción que sea necesaria para mantener o restablecer la paz y la seguridad internacionales».
El CS nunca calificó la acción iraquí de «agresión», sino una vez (en la Resolución 660) de «invasión» y otras de «ocupación». Y es que la incorporación de Cuvait se había producido por una operación relámpago, iniciada en la madrugada y concluida en lo esencial a la 1 de la tarde del jueves 2 de agosto [de 1990]. No atreviéndose a mentir calificando la acción iraquí de «agresión», el CS sólo pudo, forzadamente, subsumir el caso planteado en la prótasis del art. 39 aduciendo que constituía «un quebrantamiento de la paz y la seguridad». Mas, desde el viernes 3 de agosto se había restablecido la paz. ¿Reinaba la inseguridad internacional? Aunque así fuera, la prótasis del art. 39 no menciona la seguridad, sino sólo agresiones, amenazas a la paz o quebrantamientos de la paz. El CS decidió, empero, aplicar arbitrariamente la apódosis de ese artículo, por analogía entre anexión y agresión. Pero la aplicación de la analogía es antijurídica en el Derecho punitivo.
Ha sido (con el dudoso precedente coreano de 1950) el único caso de guerra punitiva en los tiempos modernos. La ONU renunció a la vía jurisdiccional, que consistía en ventilar el diferendo ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya.
[...]
En cualquier caso, tales acontecimientos revelan que, si es injusta la guerra punitiva unilateralmente acometida por el Estado hegemónico, no lo sería menos una que hubiera sido emprendida con el aval de una organización que llega a esos extremos de corrupción, arbitrariedad e iniquidad.
[...]
Está clara la similitud que se pretende entre la guerra punitiva (ya sea bajo la concepción onusiana oficial, ya sea bajo la visión subrogatoria) y el castigo del delincuente en el orden jurídico-penal.
Mas justamente ese paralelismo es el que nos hace ver que los nuevos planteamientos de la guerra punitiva chocan con los principios generales del Derecho y que, frente a ellos, es más aceptable el que formularon siglos atrás los tratadistas del Derecho natural.
Para que cupiera una aceptación de la guerra punitiva institucionalizada sería menester --en virtud de los principios generales del Derecho punitivo-- que se respetaran nueve principios:
- Principio de legalidad: ningún Estado podría ser tildado de «golfo», proscrito de la comunidad internacional, sancionado, penalizado ni agredido salvo por actos cuya calificación jurídico-internacional estuviera vigente en el momento de su comisión.
- Principio de tipicidad: tales actos tendrían que caer bajo figuras del ilícito internacional nítidamente delineadas y tipificadas, con arreglo a un código de prohibiciones del que pudieran deducirse los grados de la ilicitud para los diversos tipos claramente delimitados.
- Principio de previsibilidad penal: tendría que estar expresa y rotundamente prevista la pena a infligirse, la guerra punitiva (o, en su caso, otras sanciones): ningún Estado podría ser condenado a sufrir sanciones arbitrarias o ideadas por el órgano que las impusiera, sino que la sanción por aplicarse habría de estar preestablecida de manera precisa y clara.
- Principio de uniformidad: la pena ha de ser igual para todos, sin acepción de personalidad estatal ni diferencias de rango; además, el código punitivo-internacional ha de aplicarse de manera uniforme y no arbitraria (unas veces sí y otras no, según les dé la gana a los decisores).
- Principio de la ultima ratio: antes de acudirse a la vía punitiva, habrían de agotarse los recursos de tratamiento del ilícito internacional por otras vías; además el orden punitivo habría de estar reservado a ilícitos de una gravedad especialmente aguda.
- Principio de gradualidad: habrían de estar previstas penas distintas para los actos ilícitos (pre-tipificados) de diversa gravedad, de manera que conductas similares recibieran una calificación y un tratamiento jurídicos similares.
- Principio de imparcialidad: tendría que estar preconstituido el tribunal que fallara la realización del ilícito internacional y que sentenciara la pena, garantizándose su imparcialidad y poniéndoselo a salvo de presiones --especialmente de la presión de los Estados interesados en la declaración de la guerra punitiva.
- Principio de procedimentalidad: tendría que estar predeterminado el procedimiento a seguir, regulado para salvaguardar la pluralidad de roles jurídicos (la parte acusada, la parte acusadora, un instructor, el juzgador, los testigos), la defensa del acusado, la presunción de inocencia, el rigor de las pruebas, la diferencia entre prueba de hechos y calificación jurídica, la exclusión de la prueba prohibida, el respeto a los derechos de los Estados, la igualdad de armas de las partes y la identidad de consideración y de trato.
- Principio de recurribilidad: el procedimiento ha de comportar la existencia de escalones, instancias, vías de recurso, cauces de anulabilidad; en suma remedios contra actuaciones precipitadas, desmedidas, injustas o ilícitas de los propios órganos de la jurisdicción internacional, a fin de aumentar las garantías del país acusado.
Ni tampoco valen de nada los aspavientos de Bobbio sobre lo mal que se estaba llevando a cabo la guerra, lo despiadado de los bombardeos.41NOTA 41 Si fuera jusnaturalista, si hubiera leído a los grandes jusnaturalistas, sabría que para que la guerra sea justa no basta que se cumplan las condiciones del jus ad bellum si de hecho no se va a llevar a cabo según el jus in bello.
Conociendo al principal beligerante, ya se sabía cómo iba a actuar. En la guerra de Vietnam, contra un pequeño país, arrojó más bombas que todos los beligerantes juntos durante la II guerra mundial; armas químicas que siguen hoy sembrando la aflicción y la discapacidad de muchas víctimas, incluyendo niños que, por efecto del armamento químico derramado entonces por la aviación estadounidense, siguen hoy naciendo con miembros atrofiados. (No hablo ya de Hiroshima y Nagasaqui, exterminios que de ningún modo podía justificar la guerra contra un imperio japonés virtualmente derrotado.) Y en la guerra de Corea también los bombardeos fueron espantosos. Todo eso se sabía, se ha repetido, iba a repetirse.
Sabiéndose que la guerra iba a ser así, aun suponiendo que hubiera sido justa la reclamación de la dinastía as-Sabah de que se le devolviera su feudo --anexionado a una Mesopotamia de la cual había formado parte a lo largo de milenios--, hay que ponderar: los males de esa guerra de restitución frente al mal de la privación sufrida por el jeque y su familia (y hasta, si se quiere, el mal presuntamente padecido por los cuvaitíes, aunque cualquiera sabe que la ciudadanía cuvaití era privilegio de una minoría de los habitantes del enclave; la mayoría de esos habitantes eran refugiados palestinos, que apoyaron la anexión y que serán expulsados en masa tras la reconquista estadounidense).
Además, Vitoria y C. Arenal dicen que no es justa una guerra que no se termina justamente. Suponiendo que fuera justo devolverle a la familia de los As-Sabah su feudo de Cuvait, ahí hubieran debido quedar las cosas, sin someter a Mesopotamia a la humillación, el desmembramiento, el embargo, que mató a cientos de miles y preparó la segunda guerra de agresión, la de 2003, que no es sino la continuación de la de 1991, con las secuelas que ha traído, otro millón de muertos, la destrucción del Estado iraquí, el terrorismo islámico desparramado y en auge.
La guerra de 1991 no resultó inútil, cual lo pretende Bobbio. Utilísima para los fines de hegemonía occidental en el Oriente Medio, de destrucción de los Estados árabes que pudieran hacer frente a Israel y de reforzamiento de las petromonarquías clientelares del Golfo Pérsico. En definitiva, para los fines de las potencias imperialistas, los de sojuzgar e imponer a los pueblos débiles su voluntad y sus intereses. Los mismos fines de Asurbanipal, Cambises, Alejandro Magno, Gengis Kan, Solimán el Magnífico, Luis XIV, Napoleón, Hitler y Mussolini. Hay constantes históricas; la voluntad de dominio es una de ellas.
Y, además, nada de todo eso era imprevisible. Se sabía perfectamente que iba a suceder. Cualquier conocedor de la historia podía predecirlo, aunque no en sus detalles. Y, si no se conoce la historia, tiene uno el recurso de no opinar.
§10.-- 1999: La guerra contra Yugoslavia
Si en 1991 Bobbio se había escudado en lo dizque legal de la guerra de agresión contra Mesopotamia, ocho años después habrá de reconocer, al apoyar la guerra de la NATO contra Yugoslavia, que carecía de base legal alguna. Sin embargo, la califica de moralmente justa, por ser «una guerra humanitaria».
Un juspositivista ¿aborda los problemas jurídicos desde la moral? ¿Qué moral? ¿Es kantiano, estoico, aristotélico, platónico, tomista, suareciano, hegeliano, benthamiano? ¿Qué teoría ética sustenta esos juicios morales? Y, además, ¿incumbe a la moral --que depende de una cosmovisión personal, de una convicción íntima, que se guía por el dictamen la conciencia-- servir de árbitro de lo que ha de hacerse en el ámbito de las relaciones internacionales y de la vida política en general? Entonces ¿para qué está el Derecho? ¿No se ha instituido el Derecho --según lo ha dicho a veces el propio Bobbio-- como defensa del débil frente al fuerte? Mas he aquí que el fuerte prescinde del Derecho cuando le da la gana buscando un pretexto. Y siempre hay un pretexto. Siempre el débil hace o ha hecho algo malo. Nada más fácil que agredir alegando que se hace en defensa ajena. Podríamos multiplicar la casi interminable lista de agresores que han invocado la defensa ajena para sus agresiones a lo largo de la historia.
De nuevo Bobbio no ha leído a Vitoria, no se ha interesado por el jusnaturalismo. ¡Vale! Es un juspositivista. ¡Que hable como tal! Jurídicamente la guerra de 1999 contra Yugoslavia es ilícita, prohibida (la Carta de la ONU prohíbe la guerra, sin exceptuar presuntos motivos humanitarios). Un juspositivista tiene que poner ahí punto final.
Luego, a título de opinión personal, puede dar expansión a su sentimiento moral; pero, para que merezca ser escuchado, tiene que decirnos cuál es su ética y por qué considera que los demás han de comulgar con ella. Peor que eso: justificar guerras porque la moral subjetiva que uno profese diga que están bien es cualitativamente distinto de condenar moralmente conductas ajenas porque la propia conciencia moral las repudia. P.ej. alguien cuya cosmovisión religiosa o ética impone la no violencia legítimamente puede condenar moralmente cualquier guerra y cualquier acto violento. Pero justificar moralmente actos violentos que no justifica el Derecho me parece incompatible con casi todas las teorías éticas, entre ellas las más arriba enumeradas.
En una larga entrevista al diario ex-comunista l'Unità del 25 de abril de 1999, Bobbio justifica la nueva guerra. Tras preguntarse qué hacer cuando el «único modo de defender los derechos humanos sea, por parte de un Estado, la guerra», Bobbio absuelve a USA de la prohibición jurídico-internacional de guerrear: «La verdad es que la guerra por una superpotencia como los EE.UU., que representan ya un poder sin rivales, no tiene necesidad alguna de justificarse legalmente. Podemos decir, con Zolo, que el principio de legalidad vale para todos los Estados salvo los EE.UU. Vale para todos los Estados que reconocen ser iguales a los demás ante el sistema internacional, pero no vale para los EE.UU. que son, orwellianamente, `más iguales que los demás' y han adquirido una especie de derecho absoluto que los coloca totalmente fuera del orden internacional constituido».
Vamos por partes. Lo primero que ha hecho Bobbio es justificar la guerra como el único modo de hacer valer los derechos humanos. ¿Qué derechos humanos? En ese y otros lugares, Bobbio va a repetir las cantinelas de la propaganda occidental de la supuesta limpieza étnica que los serbios estarían llevando a cabo en Kosovo contra los albaneses. Pero en varias de sus declaraciones va más allá, afirmando que tal limpieza étnica es un genocidio, una masacre. Los turiferarios periodísticos e intelectuales de la NATO desbordaron la versión oficial de ésta, que no hablaba de masacre ni de genocidio, sino de limpieza étnica, de expulsión de poblaciones.
Cuando, al cabo de unas semanas de guerra, las tropas victoriosas de la NATO ocuparon Kosovo pudieron ver la situación. Desde luego tumbas colectivas, huellas de masacres, ninguna. Habiendo habido durante años una guerrilla separatista albanesa, se habían producido, como en todas las situaciones así, hechos de represión y sin duda en más de una ocasión pagaron justos por pecadores. Pero numéricamente tales represalias habían sido poco significativas. También habían huido habitantes de algunas aldeas, no porque fueran expulsados, sino como refugiados, lo cual sucede siempre que en una zona hay enfrentamientos armados. No tuvo que regresar a Kosovo ninguna masa de población albanesa que hubiera sido arrojada de su suelo natal por los serbios. Volverían algunos refugiados. Y a la vez la ocupación de la NATO dio carta blanca a los guerrilleros de la UÇK para ajustar las cuentas a los serbios; empezó el éxodo de éstos, fuertemente discriminados en el nuevo Kosovo, que la NATO ha convertido en un estadico independiente.
Aun suponiendo que hubiera habido violaciones de los derechos humanos en la Yugoslavia previa a la guerra de la NATO, ¿interviene la NATO en todos los casos de violaciones de derechos humanos? ¿Interviene contra su miembro capitán, USA, por Guantánamo? No voy a enumerar los Estados donde hay violaciones masivas y reconocidas de derechos humanos de los más elementales. Si la NATO se dedicara a bombardear allí donde se producen, se le acabarían las bombas. Y además no se solucionaría absolutamente nada, porque a lo sumo se daría la vuelta a la tortilla, como en Kosovo.
Es más, aunque la paz impuesta tras esa guerra de agresión hubiera sido justa, habría que ponderar el precio de la guerra. La NATO bombardeó emisoras de radio, autobuses, iglesias, puentes, fábricas, poblaciones civiles, vías de comunicación, matando y lisiando a un elevadísimo número de personas. ¿No son violaciones de derechos humanos? Los pasajeros de esos autobuses, los peatones que transitaban por los puentes, los tullidos que han perdido brazos y piernas o han quedado ciegos y sordos ¿no tenían derecho a su integridad corporal? ¿Qué derechos humanos de los separatistas albaneses eran más importantes que los derechos de los serbios a conservar sus brazos, sus piernas, sus ojos, sus oídos, su vida, sus casas, su empleo, sus lugares de culto? ¿O es que Bobbio no sabía cómo se iba a hacer la guerra? ¿No sabía cómo se han hecho las otras guerras perpetradas por USA?
Pasemos al segundo hilo de su argumentación: los USA son tan superpotentes que no se les aplica el Derecho internacional, únicamente exequible para los Estados menos poderosos. Aquí Bobbio es un hobbesiano total. Hobbes entiende que en las relaciones internacionales persiste el estado de naturaleza --según su concepción--, la guerra de todos contra todos, la ley del más fuerte. Si hay uno fortísimo, tiene derecho a imponer su voluntad a los demás. Actúa como un soberano; los demás Estados serían sus súbditos.
Pero Bobbio desborda a Hobbes y más bien parece aquí inspirarse en Carl Schmitt. Porque Hobbes no concede al soberano el poder absoluto que generalmente se cree, sino que lo sujeta a varios constreñimientos, haciendo cesar el deber de obediencia por un súbdito cuando el soberano atenta contra su vida. Conque aun hobbesianamente, aun suponiendo que USA sea el soberano del mundo, es lícita la resistencia de una nación cuando el soberano la ataca y amenaza la vida de sus ciudadanos.
Lo peor es que la yuxtaposición de las dos líneas de argumentación, la moralista y la decisionista-schmittiana o superhobbesiana, produce una mezcla explosiva. Bobbio está justificando la guerra contra Yugoslavia porque es humanitaria y porque la perpetra una superpotencia que, por la fuerza que tiene, puede permitirse estar por encima del Derecho cuando le dé la gana.
A esos dos argumentos, Bobbio agrega un tercero: «No podemos no decirnos o no ser filoamericanos. No podemos hacerlo en absoluto porque los EE.UU. han guiado y dominado la historia del siglo XX. Afortunadamente para Europa, hemos de añadir [los USA] no sólo han venido, sino que han venido con justicia [...]».
Scirocco, 2012, p. 100, reproduce este texto de Bobbio: «non possiamo non essere amici degli USA, non possiamo disconoscere questa primazia di un paese che ci ha ripetutamente salvato». Agrega que «esaminati equamente, imparzialmente, senza animosità preconcetta i pro e i contro di fatto [...] gli Stati Uniti si sono trovato sempre della parte giusta [...] in base ad un criterio di valore, che [...] presuppongo: la democrazia anche difettosa è preferibile a qualsiasi forma di stato autoritario, despotico, totalitario, di cui l'attuale regime serbo è un esempio perfetto».
Este argumento se descompone en dos, que aparecen confundidos o embrollados:
Al primer argumento opongo que es absolutamente falso e infundado, desmentido por los hechos desde la antigüedad. En la medida en que reconozcamos que --aunque con modalidades radicalmente diversas de las hodiernas-- ciudades como Atenas eran democracias, cualquier conocedor de la historia sabe que muchas de sus guerras fueron injustas, agresivas, imperialistas; y que, sin ese imperialismo de Atenas, quizá la polis habría podido evitar la guerra con el imperialismo rival, el de Esparta (la guerra del Peloponeso), y la subsiguiente derrota, que inició su declive.
En los tiempos modernos, aceptando que eran democracias, desde mediados del siglo XIX, Inglaterra, Francia, Bélgica, Holanda, Portugal, Italia --éstos dos últimos en cierta fase--, ¿son por eso justas sus guerras de conquista, muchas veces de exterminio, contra países claramente no democráticos pero que se defendían contra la agresión, como el Malí, el Benín, Gana, el reino zulú, Madagascar, Birmania, los Estados aún independientes de la India, China, Vietnam, etc? ¿O las guerras colonialistas contra los insurgentes nacionalistas (muchos de ellos no demócratas) como la guerra de Indochina, la del Camerún, la de Madagascar, la de Argelia, la de Indonesia, la de Malasia y así sucesivamente?
Por otro lado, Bobbio sobreentiende en su argumentación que la I guerra mundial fue justa por el bando aliado. Ahora bien, no sólo los regímenes políticos de ambos bloques eran muy similares, sino que el más autocrático, la Rusia zarista, estaba en el campo aliado.42NOTA 42
Paso al segundo argumento, precisamente trayendo a colación de nuevo la I guerra mundial: no podía ser justo intervenir en una guerra injusta por ambos lados. En 1917, cuando USA interviene, existen posibilidades de paz: la oportuna e inteligente iniciativa pacifista de su santidad el Papa Benito XV, la revolución en Rusia que hace verosímil lo que acabará sucediendo (la paz por separado en el frente oriental), la voluntad de Austria-Hungría de aceptar una derrota limitada y no humillante, el incremento de los amotinamientos de soldados, el auge del pacifismo socialista, el desencanto de la guerra, todo crea condiciones propicias para una paz de compromiso (el ideal de una paz sin anexiones ni indemnizaciones era difícil de obtener, mas constituía un anhelo profundo y ampliamente difundido).
Los beligerantes hubieran podido llegar a un acuerdo que hubiera salvado millones de vidas. Entonces USA decide intervenir, lo cual refuerza la determinación de los aliados de luchar hasta el final y de imponer el desmembramiento total de Austria-Hungría y una derrota humillante y devastadora para Alemania. Esa fue la salvación.
Bobbio olvida o desconoce las decenas de agresiones e intervenciones armadas de USA en América Latina contra los pueblos, particularmente el yugo colonial impuesto durante decenios en Haití y Santo Domingo (preparatorio de las tiranías pronorteamericanas que subyugarán a ambos pueblos de la isla caribeña tras la salida de las tropas estadounidenses), para no hablar ya de dos guerras de rapiña: la guerra contra México de 1846-48 y la guerra contra España de 1898.
El 28 de julio de 1915 los EE.UU. (en buena parte de cuyo territorio el Ku Klux Klan campaba a sus anchas y linchaba a negros por ser negros) agredieron y ocuparon Haití, aplastando a sangre y fuego las insurrecciones patrióticas de los guerrilleros llamados «cacos»; una de ellas estaba encabezada por el prócer patriota Charlemagne Péralte, a quien los ocupantes dieron muerte en 1919. Tras esa derrota, siguió la lucha por la independencia nacional L'Union Patriotique. Los ocupantes (que además perpetraron indecibles atrocidades, como la matanza de campesinos en Les Cayes en 1929) impusieron a gobernantes títeres, sometieron a los campesinos a trabajos forzados, estrujaron a un país paupérrimo, detrayendo la mitad de su presupuesto para pagar créditos de capitalistas norteamericanos y franceses. Impusieron, a punta de bayoneta, una constitución que permitía a los extranjeros ser dueños de tierras. Al marcharse (el 1 de agosto de 1934) dejaron en pie una administración y un ejército que eran su hechura y que facilitaron la posterior escalada al poder de Duvalier.
Los EE.UU. invadieron Santo Domingo dos veces. La primera en 1916, sometiendo el país a su yugo colonial durante 18 años; al marcharse, dejaron en el poder al tirano Rafael Leónidas Trujillo Molina. La segunda agresión tuvo lugar el 30 de abril de 1965 para derrotar a los constitucionalistas que luchaban contra la dictadura militar que había usurpado el poder; sólo se retirarán en septiembre de 1966, habiendo dejado en el poder a su testaferro, Joaquín Balaguer (el que fuera número 2 del régimen trujillista).
En Cuba, que conquistaron en 1898, los EE.UU. mantuvieron su dominio directo hasta 1902; volvieron a ocuparla de 1906 a 1909. Tras ayudar al gobierno pro-norteamericano a aplastar una revolución campesina en 1912, efectuaron una cuarta intervención entre 1917 y 1922. En Honduras intervinieron entre 1903 y 1925, en Nicaragua entre 1912 y 1933, en México en 1914 (apoderándose del puerto de Veracruz), para no hablar ya de cómo desmembraron a Colombia en 1903 (segregando Panamá para que les cediera a perpetuidad la zona del Canal). Y hubo otras intervenciones militares de menor envergadura.43NOTA 43
También están las intervenciones en otras partes del mundo, especialmente en el Congo: en noviembre de 1964 tropas belgas y estadounidenses se adueñaron de Stanleyville destruyendo la insurgente República Popular del Congo para que las autoridades pro-colonialistas de Kinshasa (cuyo hombre fuerte ya era Mobutu) controlaran el vasto país. La feroz tiranía de Mobutu durará hasta 1997, siempre respaldado por Washington. Podría también mencionar las intervenciones de la CIA, como el derrocamiento del jefe del gobierno democráticamente electo del Irán, Mohammad Mosaddegh, en 1953 y, mucho peor aún, la maquinación para derribar al presidente indonesio, Sukarno, en 1965, reemplazándolo por el dictador militar Suharto y auxiliando su campaña de exterminio de medio millón de comunistas.44NOTA 44
También hay que mencionar cómo el ejército norteamericano adiestró a los militares latinoamericanos en el uso de la tortura y cómo la CIA orquestó y dirigió el establecimiento de las espantosas tiranías militares de los años 60 a 80 del siglo XX, que sometieron al luto a la mayor parte de la población de América Latina
Por cierto si los EE.UU. han venido siempre a Europa a salvarnos ¿cuál es ese «nos»? En España intervinieron en la guerra civil de 1936-39. A la vez que el presidente Roosevelt (con enorme desconsuelo de su benemérita esposa, Doña Leonor), decretaba el embargo de armas contra el gobierno español, los trusts del petróleo brindaron todo su apoyo a Franco, facilitándole gratuitamente, a crédito, todo el combustible que necesitó, sin el cual no hubiera podido ganar la guerra. Los aviones que bombardeaban Madrid, Alicante, Valencia, Barcelona y otras ciudades de la España leal eran, generalmente, italianos o alemanes y arrojaban bombas italianas y alemanas, pero ni el Reino de Italia ni el Imperio Germánico podían suministrar ni una gota de gasolina; el combustible que permitía esos vuelos y esos terribles bombardeos lo facilitaban los EE.UU.
Catorce años después del fin de la guerra civil y de la derrota del pueblo español, los EE.UU. intervinieron de nuevo para salvar al general Franco, firmando con él, en septiembre de 1953, un pacto político-militar que les permitió acantonar tropas y establecer bases militares en España, a cambio de ayudar al ejército franquista, consolidar su régimen militar, reforzar su aparato de propaganda (interfiriendo las emisiones de Radio España Independiente, «la única emisora española sin censura de Franco», según su autocalificación) y, sobre todo, brindarle un fuerte apoyo diplomático para normalizar sus relaciones exteriores (con el ingreso en la ONU en 1955).
Y las guerras estadounidenses más recientes ¿han sido justas? ¿Justa la guerra de Corea? (No digo que ésta fuera justa por el bando norcoreano, pero, ¿era mejor la dictadura de Syngman RHee? Tratábase, en todo caso, de una guerra civil coreana; la intervención extranjera causó millones de muertes.) ¿Y la guerra de Vietnam?
¿Desconoce Bobbio todo eso? Si no sabe nada de todo eso, ¿cómo se atreve a justificar una guerra de sanguinarios bombardeos, una guerra del fuerte contra el débil, aduciendo que el jefe de los fuertes siempre ha llevado razón? Claro, como el Duce: el jefe siempre lleva razón, el fuerte siempre lleva razón hasta que deja de ser el más fuerte.
Con relación al citado aserto de Norberto Bobbio de que «l'attuale regime serbo è un esempio perfetto [di stato autoritario, despotico, totalitario]», el mentís lo da la derrota electoral del presidente Slobodan Milosevic y su sustitución por su rival en las urnas, Vojislav Kostunica. Las elecciones presidenciales tuvieron lugar el 24 de septiembre de 2000 y el escrutinio oficial no arrojó un resultado definitivo. Sin embargo los secuaces de Kostunica, afirmando que se había manipulado el escrutinio, manifestáronse para exigir la proclamación de su líder. Las manifestaciones fueron en general pacíficas, si bien hubo que lamentar dos muertes. El 5 de octubre Milosevic, en aras de evitar derramamiento de sangre, dimitió (meses antes del fin de su mandato) y Kostunica se encargó del poder.
Jamás el jefe de un Estado totalitario ha sido desplazado por las urnas, ni siquiera por una combinación de elecciones y manifestaciones pacíficas. A lo sumo ha podido suceder así en un régimen autoritario, etiqueta muy elástica y vaga que recubre situaciones muy diferentes.45NOTA 45
A esos argumentos a favor de la guerra contra Yugoslavia, Bobbio añade uno más: la «necesidad de tutelar, incluso contra el Estado de pertenencia, la subjetividad jurídica de los individuos singulares, reconocida por lo demás en la Declaración Universal del 48» (Greco, 2000, p. 260).
En realidad ese argumento no agrega nada nuevo a los ya debatidos. Suponiendo que se estuvieran cometiendo violaciones de derechos humanos en Yugoslavia, ¿justifica eso una guerra contra el país? Ya fray Francisco de Vitoria, O.P., lo negó tajantemente contra los imperialistas que justificaban la agresión porque los regímenes locales violarían derechos del hombre, v.g. con los sacrificios humanos. Vitoria argumenta impecablemente (y ¡con qué viveza, con qué actualidad!) que más atroz que esas violaciones es la guerra; a su entender sólo se justificaría humanitariamente la guerra contra no-Estados, cuando las poblaciones vivieran en tal situación de anarquía, destrucción o salvajismo que poner orden desde fuera sería un mal menor, aun al filo de la espada. No vale el argumento contra Estados que tienen sus instituciones, sus gobiernos, sus ciudades, sus ordenamientos jurídicos.46NOTA 46
Jurídicamente nada autoriza a intervenir bélicamente para proteger derechos humanos. Y, de haber una presunta justificación «moral», habría que jerarquizar, empezando por las violaciones más graves. En 1999, si se salvaguardaran derechos humanos bombardeando, había muchos países que bombardear.
Pero, además, nuevamente, ¿no cuentan los derechos humanos de las víctimas de esos bombardeos, los que van a perder sus ojos, sus orejas, sus manos, sus brazos, sus piernas, su vida, sus casas, sus lugares de trabajo, los que morirán asfixiados, abrasados, en estertores de dolor, bajo el efecto de las bombas incendiarias y de grafito, de las bombas de uranio empobrecido, acribillados por las bombas de racimo y de fragmentación? ¿Sólo cuentan los derechos humanos de los separatistas albaneses? (V. Beninati, 2010.)
§11.-- «No caigáis en el antiamericanismo»: Carta a Zolo y Ferrajoli
Suscitó perplejidad y malestar la lectura de la entrevista de Giancarlo Bosetti con Norberto Bobbio, publicada en l'Unità --a la cual me he referido en el apartado precedente. Considerábase a Bobbio un progresista, pacifista, no un atlántico-belicista. Entre otros desilusionados figuran Danilo Zolo y Luigi Ferrajoli, quienes expresaron tal decepción. Bobbio les contestó en una carta --airada, desabrida y atrabiliaria-- que publicó con el título «Non siate prigionieri dell'antiamericanismo».
En una parte de la larga respuesta, Bobbio se vale de un argumento ad hominem. Al parecer Zolo profesaba una filosofía política de inspiración hegeliana, un realismo receloso de las pretensiones del moralismo político, sosteniendo que las moralizaciones esgrimidas por la propaganda de las potencias enmascaran siempre la realidad, que es la de relaciones de poder, lucha por la hegemonía. Según la versión de Bobbio, Zolo vendría a sostener, en esa veta hegeliana y antikantiana, una posición coincidente con la de Hobbes, para quien, en la arena internacional, se vive en estado de naturaleza, donde rige la ley del más fuerte, donde es lícita la guerra de todos contra todos y el derecho de cada uno sólo termina con el límite de su poderío.
Siendo ello así, continúa argumentando el profesor turinés, ¿cómo se puede objetar la afirmación (del propio Bobbio) de que la absoluta supremacía y superpotencia de USA colocan a los norteamericanos por encima del Derecho internacional y de las obligaciones normales de los Estados?
A esa falacia hay que responder que, sean cuales fueren las tesis de filosofía política de Danilo Zolo, desde luego Hegel no opinó que automáticamente al más fuerte en cada momento le fuera lícito hacer lo que quisiera --masacrar, guerrear, esclavizar. En su teoría historicista, determinista, progresista, cada época ve surgir poderes que representan la marcha ascendente y que tienen razón imponiendo el progreso incluso por la fuerza. Pero no se excluyen situaciones de poderes reaccionarios, obstaculizantes del avance histórico-social, que, transitoriamente, sean hegemónicos y a los que no asiste ese derecho.47NOTA 47
Sea como fuere, no parece muy adecuado para una discusión seria argumentar ad hominem de ese modo. Lo que Bobbio tiene que probar no es que tal o cual de sus propios alegatos se compaginaría con la filosofía política de su interlocutor, sino que se concilia con su propia filosofía política, con aquella que él mismo ha profesado.
A renglón seguido, Bobbio argumenta así: «Vi domando. Poichè le cose di questo mondo si giudicano in base al criterio del minor male e non a quello del maggior bene [...], l'umanità sarebbe stata più felice o meno infelice se avessero vinto nella prima guerra mondiale gli imperi centrali; nella seconda, il fascismo e il nazismo; e se la guerra fredda fosse indefinitamente continuata o peggio fosse finita con la vittoria dell'Unione Sovietica?»
A tal argumento, voy a contestar con tres reflexiones.
11.1.-- Reflexión Nº 1, sobre la I guerra mundial
Bobbio sólo ve dos posibilidades:
Había otras dos: (3ª) que la guerra no se hubiera producido; (4ª) un empate, una paz de compromiso.
La tercera solución hubiera sido la mejor. La culpa de que estallara la guerra fue múltiple, pues las causas fueron complejas:
Todos fueron causantes y culpables. No había buenos y malos. Sus sistemas políticos y sociales eran parecidos (salvo el del zarismo, monarquía semi-absoluta).49NOTA 49 Más que celebrar el triunfo de quien salió victorioso, hay que lamentar una guerra atroz, con veinte millones de muertos y sufrimientos inenarrables, causada por esas ambiciones, ninguna de ellas legítima.
Todavía había una cuarta posibilidad: el empate, el cese de la guerra sin vencedores ni vencidos, como querían los internacionalistas: una paz sin anexiones ni indemnizaciones. Estuvo a punto de conseguirse en 1917, gracias a su santidad el papa Benito XV. De no haber entrado en guerra los EE.UU, posiblemente los beligerantes habrían cesado la lucha, pues estaban agotados. Rusia se salió de la refriega, firmando una paz separada. Italia había sido derrotada por los austroalemanes en Caporetto. Los frentes occidentales estaban empantanados. Habían muerto millones. Cundía el antibelicismo y se tenía miedo a la revolución proletaria. Una paz de compromiso habría sido la mejor solución, la menos injusta, la menos dañina, la que menor infelicidad habría proporcionado, ahorrando millones de víctimas.
Incluso una victoria de las potencias centrales, ¿qué habría producido? Para Italia, renunciar a sus reivindicaciones expansionistas sobre Istria, Trento, el Tirol meridional y Dalmacia, manteniendo la histórica frontera con Austria; a lo sumo alguna pequeña rectificación fronteriza en su detrimento. Para Francia, como mucho, la pérdida de algunas comarcas germanófonas de Lorena. Serbia habría perdido Macedonia a favor de Bulgaria. En suma, las fronteras de Europa no habrían sufrido gran modificación. Muy posiblemente el colonialismo italiano habría perdido Libia y Rodas, devueltas a Turquía.50NOTA 50
Sobre todo, el triunfo austro-alemán habría implicado, a favor de Alemania, la adquisición de una parte de los inmensos imperios coloniales de Francia e Inglaterra, así como el desmantelamiento de los desmesuradamente grandes imperios de Portugal y Bélgica. Alemania se habría adueñado de Mozambique, quizá de Angola y el Congo belga y de varias colonias francesas e inglesas; posiblemente Dahomey, Quenia, Zanzíbar, el Gabón, el Congo francés, Suráfrica (y otras posesiones británicas en África meridional --como Rodesia, Bechuanalandia, Basutolandia y Nyasalandia); en Oceanía, posiblemente se habría apoderado de Nueva Guinea suroriental. Habría hecho pagar al Japón su beligerancia del lado aliado, forzándolo a retirarse de Corea y Formosa, acaso devueltas a China a cambio de una mayor influencia germana en Pequín. A los pueblos sojuzgados por el colonialismo no les habría ido ni mejor ni peor. ¡Vamos! En resumidas cuentas no habría pasado gran cosa.51NOTA 51
En realidad fue mucho peor lo que sucedió con el triunfo aliado: el desmembramiento de Austria-Hungría y de Turquía, la imposición del sionismo en Palestina, de los «mandatos» en Siria y Mesopotamia, los nuevos Estados más o menos artificiales de Europa centro-oriental, origen de interminables discordias y futuras guerras, entre otras la II guerra mundial.
Antes de terminar esta primera reflexión sobre la «Grande Guerra», es menester recalcar que la posición de Bobbio en 1999 indica una clara toma de posición a favor de que fue una guerra justa por el bando aliado (puesto que, si la victoria del bando A y la derrota del bando B en una guerra constituyen el mal menor, entonces, necesariamente, es justa la guerra del lado A e injusta del lado B; como mínimo habrá que reconocer que es menos injusta del lado A, lo cual equivale a que sea más justa --igual que el menos bajo es más alto, el menos enfermo es más sano, el menos tonto es más listo, el menos ignorante es más sabio etc).
¡Cuán diversa posición de la prevalente en los medios progresistas italianos de los años 60 y 70! Recordemos cómo, en aquellos tiempos, prevalecía una visión de la guerra interimperialista absolutamente condenatoria de la participación italiana en el conflicto (debida a las ambiciones dinásticas de la casa de Saboya y al expansionismo anexionista de círculos chovinistas).52NOTA 52
Fue una guerra desastrosa para Italia, que sólo obtuvo una victoria militar: la toma de Gorizia. La batalla de Gorizia (9 al 10 de agosto de 1916) costó la vida a 1.759 oficiales y 50.000 soldados italianos y a 862 oficiales y 40.000 soldados austríacos. Cuenta la leyenda que, en esa batalla, los desgraciados conscriptos italianos cantaban una canción secreta, con riesgo de ser fusilados si los oficiales la oían: «O Gorizia tu sei maledetta».53NOTA 53
Esa canción antimilitarista había sido presuntamente recogida por Cesare Bermani, en Novara, de un testigo que afirmó haberla escuchado de labios de los infantes que habían tomado Gorizia el 10 de agosto de 1916. Sea así o no, la canción viene lanzada al público en el Festival de Spoleto de 1964. Su éxito fue inmenso. Reproduzco aquí el texto del album La Musica dell'Altraitalia, registrado en el LP La Sabina, 1970, coordinado por Sandro Portelli (Dischi del Sole, DS 517/19):54NOTA 54
La mattina del cinque d'agosto
si muovevano le truppe italiane
per Gorizia e le terre lontane
e dolente ognun si partì.
Sotto l'acqua che cadeva a rovescio
grandinavano le palle nemiche
su quei monti, coline e gran valli
si cadeva dicendo così:
O Gorizia tu sei maledetta
per ogni cuore che sente coscienza
dolorosa ci fu la partenza
e il ritorno per molti non fu.
O vigliacchi che voi ve ne state
con le mogli sui letti di lana
schernitori di noi carne umana
questa guerra ci insegna a punir.
Voi chiamate «il campo d'onore»
questa terra a di là dei confini
Qui si muore gridando «assassini»
maledetti sarete un dì.
Cara moglie che tu non mi senti
raccomando ai compagni vicini
di tenermi da conto i bambini
che io muoio col suo nome nel cuor.
11.2.-- Reflexión Nº 2, sobre la II guerra mundial
En la II guerra mundial, no cabe duda, el mal mayor hubiera sido el triunfo alemán y japonés. Pero mejor hubiera sido evitar la guerra; se hubiera conseguido si, entre 1933 y 1939, USA, Francia e Inglaterra hubieran secundado la política de la URSS de plantar cara al expansionismo fascista;55NOTA 55 entre otras cosas, apoyando a la República Española en su guerra contra la sublevación militar respaldada por el cuerpo expedicionario germano-italiano.56NOTA 56
Por otro lado, que el eje germano-nipo-italiano fuera peor, mucho peor, no implica que sea legítima la declaración de guerra anglofrancesa del 3 de septiembre de 1939 presuntamente para defender a Polonia. Por dos razones:
Esas dos razones nos muestran cuán ilegítima fue esa guerra también por el bando occidental; sus propósitos no podían ser los declarados.
De todos modos, la propia guerra mundial fue cambiando.59NOTA 59 Desde 1941, era ya otra guerra (había otros beligerantes y otros fines bélicos). Ahora bien, la victoria aliada de 1945 habría sido mejor si se hubiera desmembrado Alemania y se hubiera querido mantener en la posguerra la política de unión entre las potencias aliadas, en lugar de desencadenar la guerra fría.
El triunfo aliado de 1945, según se produjo, aun siendo indudablemente un mal muchísimo menor que una hipotética victoria germano-japonesa, fue uno de los peores posibles. Porque tal triunfo es inseparable de cómo se hizo la guerra; habría podido ganarse por otros medios, sin bombardear tan despiadadamente las ciudades italianas, alemanas, japonesas e incluso francesas y sin arrojar las dos bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaqui cuando el Japón ya estaba derrotado (fueron destinadas a intimidar a los rusos, de cara a las negociaciones posbélicas).60NOTA 60
Asimismo, no fue acompañado ese triunfo de un movimiento de descolonización, sino al revés: de masacres contra los pueblos sojuzgados de las colonias que levantaban la cerviz (Vietnam, Argelia, Cemerún, Madagascar, Malasia, Indonesia). Y, sobre todo, en Europa no se completó la eliminación del bloque fascista, porque se salvó a Franco, a quien en seguida se cortejó como nuevo aliado en la cruzada anticomunista.
11.3.-- Reflexión Nº 3, sobre la guerra fría
¿Y si el Occidente no hubiera vencido en la guerra fría? De conformidad con su óptica eurocéntrica, Bobbio ve la guerra fría como una guerra europea o, al menos, una guerra en Europa. En realidad hay que decir que ni fue guerra ni tuvo lugar principalmente en Europa.
La guerra fría fue una coexistencia pacífica al borde de la guerra, iniciada por la amenaza occidental de lanzar una guerra preventiva contra la URSS en la inmediata posguerra mundial --aprovechándose de que Rusia, por victoriosa que fuera, estaba destrozada y debilitadísima, los EE.UU (reforzados e intactos) tenían el monopolio del armamento nuclear y se temían (con gran exageración y mucho nerviosismo) triunfos electorales de varios partidos comunistas en Occidente. El pretexto fue la presunta intención rusa de expansión ulterior (absurda, puesto que una Unión Soviética, exangüe y por reconstruir, no podía enfrentarse a unos EE.UU indemnes, vigorosos y equipados de armas atómicas, que ya habían usado con claro propósito intimidatorio). También se pretextó la imposición rusa de regímenes prosoviéticos en los países de su esfera de influencia, cuando, en realidad, el gobierno moscovita, al hacerlo, respetaba el acuerdo de Yalta.
Esa guerra fría fue una sucesión de enfrentamientos; varios de ellos armados, verdaderas guerras, como las de Corea y Vietnam, pero también la de Argelia, la del Camerún, la lucha armada en las colonias portuguesas y en Suráfrica, la guerra civil en el Congo belga, etc. En ese larguísimo enfrentamiento de nueve lustros, hubo triunfos y derrotas de cada lado. A diferencia de las batallas que se ganan en un conflicto bélico y que se anulan al final si quien las ha ganado acaba perdiendo la guerra, los triunfos del bloque oriental y sus aliados en la guerra fría no quedaron todos cancelados al producirse el desmoronamiento de la URSS en 1991.
Triunfos que no se han revertido han sido: las independencias de Argelia y las colonias portuguesas; la unificación del Vietnam; la permanencia de una parte de Cachemira en la Unión India; la pervivencia en la isla de Cuba de un régimen hostil a USA; las reformas sociales en Europa occidental para frustrar el avance de los partidos comunistas (reformas que, por ironía de la historia, habían sido instituidas e implementadas por los ministros comunistas en los años 1944 a 1947).
También hubo triunfos posteriormente revertidos del bloque oriental, como fueron: la instauración de regímenes nacionalistas socializantes en el Congo Brazzaville, Benín (ex Dahomey), Burkina Faso (ex-Alto Volta), Madagascar, Gana, Guyana, Ceilán, Tanzania, Malí, Perú (Velasco Alvarado), Egipto (Nasser), Indonesia (Sukarno, hasta 1965); el movimiento de los no-alineados; las resoluciones de la Asamblea General de la ONU de los años 60 a 80 (aproximadamente), afirmando los derechos de los pueblos a su emancipación económica, al desarrollo, al control de sus recursos naturales, a la igualdad jurídica internacional, a la paz, al desarme, así como las condenas de Suráfrica e Israel; el tratado internacional sobre el Derecho marítimo de Montego Bay (posteriormente antijurídicamente subvertido por USA).
Triunfos occidentales fueron: el afianzamiento de la tiranía franquista en España, que perduró hasta la muerte del déspota en 1975, y su controlada sucesión por una monarquía igual de prooccidental que el régimen del cual emanaba; la derrota de la guerrilla independentista en Malaya; la partición del Hindostán en 1947, con la creación del artificial engendro islamista del Paquistán; la implantación de los regímenes militares en la mayor parte de América Latina en los años 60 y 70 --gracias a los cuales se yuguló todo intento de revolución antiimperialista e incluso se puso fin a regímenes que disgustaban en Washington, como el de Goulart en Brasil, el de Allende en Chile y así sucesivamente--; la derrota de Corea del Norte, que tuvo que renunciar en 1953 a la reunificación de su Patria bajo la dirección de Kim Il Sung; la dictadura del general Suharto en Indonesia en 1965, con el exterminio de medio millón de comunistas; los golpes militares en Gana, Malí, Burkina Faso, etc, que derrocaron a los regímenes progresistas antioccidentales; el reforzamiento de Israel en la guerra de los seis días en 1967; el rearme de la Alemania Federal; el asesinato de Lumumba y la dictadura del General Mobutu en el Congo, que mantuvo la hegemonía norteamericana durante decenios; la derrota de la mayoría de los patriotas anticolonialistas, que fueron aplastados por regímenes fantoches teledirigidos desde las metrópolis, a veces peores que la propia dominación colonial; la consolidación de la red Gladio (aunque ésta no dejó de causar problemas imprevistos);61NOTA 61 la caída del régimen republicano de Babrak Karmal en Afganistán en mayo de 1986 (y seis años después el derrocamiento de su sucesor, Najibullah), con el triunfo del fundamentalismo islámico, auspiciado por los occidentales y sus amigos; la exaltación al solio pontificio, en 1978, de monseñor Carlos José Wojtyla (Juan Paulo II).
El mayor éxito occidental en la guerra fría fue la alianza chino-norteamericana de 1972, que incorporó a Mao Tse-tung al campo de los aliados de USA, aislando y acorralando a la URSS, que quedó así más cercada incluso que antes de la II guerra mundial.62NOTA 62
El desenlace de la guerra fría ya lo conocemos. ¿Había otros posibles? De ninguna manera podía ser uno de ellos una imaginaria victoria del bloque oriental. Éste siempre fue muy débil. Su fuerza era meramente aparente. Con los dos sputniks de 1957 se tuvo la ilusión de que Rusia era fuerte, pero militarmente su poderío era una fracción del de USA. Y sus aliados o vasallos de Europa oriental no contaban apenas (ni eran de fiar) frente a potencias como Francia, Inglaterra y Alemania. La fuerza inmensamente superior del Occidente se daba en todos los órdenes: industrial, científico, académico, institucional, técnico, militar, financiero, de recursos humanos (personal capacitado), de redes diplomáticas y espionaje e incluso en el campo de la cultura y en el de la propaganda (Radio Moscú no podía competir exitosamente con Radio Free Europe ni con la BBC de Londres). Para sus débiles fuerzas, Rusia opuso una resistencia heroica, pero condenada al fracaso. Además, según se ha comprobado, si los occidentales contaban, en sus metrópolis, con el apoyo (entusiasta o no) de la mayoría de la población, no sucedía lo propio en los países del bloque oriental.63NOTA 63
Es más, concretamente ¿qué habría significado una victoria de los soviéticos y sus amigos en la guerra fría? ¿Que los países occidentales habrían adoptado regímenes comunistas? ¿Por qué vía? ¿Por el triunfo electoral de los partidos comunistas? O, si no, ¿qué? Porque, si se piensa en una victoria militar, ya no sería guerra fría. (La URSS habría sido militarmente derrotada en cualquier confrontación armada con el Occidente, infinitamente superior.) Ese triunfo electoral comunista es impensable, de hecho imposible. (Sólo en el Nepal se ha producido, y aun allí probablemente no se mantendrá.)
Pero sí hubieran sido posibles otros rumbos históricos. El más ventajoso habría sido que la guerra fría no hubiera estallado, sino que la cooperación inter-aliada hubiera continuado en la posguerra como lo deseaban los moscovitas. Alternativamente, en algún momento podría haberse concluido un pacto de coexistencia pacífica, poniendo fin a la carrera de armamentos o mitigándola. Se habría pasado de la guerra fría a una paz fría, en la cual era de esperar una lenta confluencia entre los dos bloques.
Sea como fuere, habría sido preferible que continuara la guerra fría. Su final, con la victoria occidental, ha propiciado que el consejo de seguridad de la ONU se ponga de acuerdo para una guerra injusta, como la lanzada contra Iraq en 1991, y para la brutal humillación del país derrotado a lo largo de los doce años que median de esa guerra a su prolongación, la de conquistas de 2003, que no hubiera sido posible sin la política onusiana en ese lapso.
El derrumbe del bloque oriental y de su ideología ha dado lugar (pues la naturaleza tiene horror al vacío) al florecimiento del extremismo islámico (surgido de la guerra civil afgana). En algunos países del Este han ganado en derechos de libertad y perdido en derechos de bienestar.
Las guerras, los odios, las desavenencias que han pululado en Europa oriental han sido otra desgraciada consecuencia de la extinción de la pax russica. Y los regímenes actuales de Georgia, Armenia, Kazajstán, Usbequistán, etc. no son para nada mejores que el poder soviético en esos territorios; ni sus poblaciones son ahora más felices que cuando eran ciudadanos de un gran país.
Hay otras cuatro consecuencias del fin de la guerra fría.
En resumidas cuentas, sí, hubiera sido un mal menor que continuara la guerra fría.
Bobbio quiere, en la citada carta, rescatarse aduciendo que también él se ha opuesto a guerras injustas de USA; v.g.: «durante la guerra del Vietnam io stesso ho partecipato a non so quante veglie in favore della vittoria di Ho-ci-min». Y a renglón seguido recalca: «Dico soltanto che, esaminati equamente, imparzialmente, senza animosità preconcetta i pro e i contro, di fatto, ripeto, di fatto, gli Stati Uniti si siano trovati sempre dalla parte giusta».
Pero entonces, puesto que los EE.UU se encontraban siempre en el bando justo, si estaba la justicia de su parte, fue erróneo e injusto participar en esas veladas a favor de la victoria de su enemigo bélico, Ho Chi Min, o sea de la derrota de la parte justa, los Estados Unidos. Bobbio debería autocriticarse por esa participación, en lugar de ufanarse de ella como si le sirviera de coartada para apoyar ahora las nuevas guerras de agresión norteamericanas.
Además, ¿qué filósofo político es aquel que aborda la guerra de Vietnam aisladamente y no como parte de la guerra fría? Si USA hubiera ganado la guerra de Vietnam, el derrumbe soviético de 1991 se habría producido antes.
§12.-- La angustia de Bobbio
12.1.-- El realismo político de Bobbio. Filosofía política frente a filosofía de la historia
Se me objetará que refuto las posturas adoptadas por Bobbio en ciertas ocasiones cruciales, sus avales a las dos estremecedoras y feroces guerras de agresión del Occidente contra sus enemigos --Mesopotamia en 1991, Yugoslavia en 1999-- sin tener en cuenta que ese mismo D. Norberto Bobbio, tras haber dicho lo que yo critico, en posteriores declaraciones o escritos --publicados o inéditos-- se lamenta, al menos en alguna medida, de esas mismas guerras por él justificadas o de cómo se llevan a cabo, o bien expresa desazón, amargura, desencanto.
Tengo ante mis ojos una nota escrita por Micheangelo Bovero (Isonomía Nº 20 [abril de 2004], pp. 239ss). En ella despliega sus artes retóricas el profesor de la Universidad de Turín para exonerar a Bobbio de sus complicidades con esas guerras, aduciendo otras declaraciones y situándolas en el contexto del dizque realismo político de Bobbio. D. Norberto habría sido un «realista insatisfecho». Como realista, se enfrentaba a los hechos histórico-políticos concibiendo su desordenada sucesión en la tradición de Trasímaco, Maquiavelo, Marx y Carl Schmitt, que sería la concepción de la política como conflicto, la visión polemológica, la política como continuación de la guerra por otros medios. La historia como mera acumulación o laberíntico amontonamiento de hechos brutos de pura lucha de intereses, que sólo cabría abordar con un prisma de pura facticidad, sin ningún juicio axiológico. Bobbio sería consciente de ese transfondo realista, pero, desde él, hilvanaría un enfoque propio más sutil, con un distingo entre el terminus ad quem, el poder coactivo, y el terminus a quo, ese mismo poder coactivo, pero «en cuanto» legislador; de tal distingo se seguiría una dualidad entre conquista y ejercicio del poder que de algún modo matizaría el realismo o rebajaría su crudeza. (No he entendido cómo.)64NOTA 64
Todas esas sutilezas estarán muy bien para los cultores de la ciencia política, pero está por ver qué rendimiento se le pueda sacar para nuestro tema. Bovero da vueltas y revueltas a sus distingos para buscar escapatorias a la brutalidad de las concepciones de un Carl Schmitt, con quien evidentemente está en incómoda sintonía.
Viene desmentida, cuando no se examina en sus episodios, sino en su desarrollo, esa versión tétrica, lúgubre y sórdida de la historia humana (entendida como la mera sucesión de hechos que se amontonan y donde los agentes humanos actúan sin escrúpulos para satisfacer sus ambiciones), como el reino de la voluntad de poder, de la brutalidad, de la violencia, de la avidez, ante el cual los únicos consejos pueden ser los cínicos y prudenciales de Maquiavelo. ¡Hagamos filosofía de la historia --algo muy distinto de la filosofía política!
Examinada la historia en su desarrollo, ¿cómo desconocer el progreso? ¿Cómo ignorar que, de una etapa a la que sigue, el ser humano ha ido logrando mayor racionalidad técnica, mejores instrumentos, más riqueza, más bienestar, un nivel de cultura y de conocimiento más alto? ¿Ha habido retrocesos? Sí, no han faltado. P.ej. la edad oscura que siguió a las invasiones bárbaras en el occidente europeo. Han sido infrecuentes y transitorios.
¿Ha habido algún milenio en el cual la esperanza de vida haya sido inferior a la del milenio precedente? ¿Ha habido algún milenio tal que, con relación al milenio anterior, la acumulación de conocimientos haya sido menor o la masa de la población haya sido más ignorante? ¿Ha habido algún milenio en el cual la productividad del trabajo haya descendido? ¿Ha habido algún milenio en que la población humana haya sido menos numerosa que antes? ¿Ha habido algún milenio en el que enfermedades que antes se curaban gracias a la medicina hayan pasado a ser incurables por la decadencia de la ciencia médica? ¿Ha habido algún milenio en el cual haya descendido el grado de urbanización de la población humana? ¿Ha habido algún milenio tal que los rendimientos agrícolas hayan sido inferiores a los de algún milenio anterior?
Si la respuesta a esas preguntas es un «¡No!» rotundo, constante, uniforme, ¿ha sido eso por pura casualidad? ¿O algo tiene que ver el ingenio humano, la lamarckiana tendencia instintiva de nuestra especie --y de cualquier otra-- para adaptarse al medio, usando sus dotes naturales --en nuestro caso, la inteligencia y la socialidad?
Además, ¿cómo negar que, sin ser ni constante ni uniforme, ha tendido a haber --desde que tenemos conocimiento histórico, o sea desde los orígenes de la escritura-- un cierto, y desigual, progreso axiológico, mediante la institución de un orden jurídico que (sinuosamente) ha ido rebajando la crueldad de los conflictos, suavizando el trato a los vencidos, luego reconociendo algunos derechos a los esclavos y siervos para más tarde encaminarse a una abolición de tales relaciones jurídicas, cuya plena extinción es, empero, reciente? ¿Cómo desconocer que también, en la evolución de las relaciones jurídicas, se ha ido tendiendo (no rectilíneamente) a un reconocimiento del valor y de los derechos del individuo humano, que, en el último cuarto de milenio, ha desembocado en nuestras concepciones modernas de los derechos naturales del hombre (que no han brotado de la nada, sino que tienen una larguísima prehistoria y unas raíces ideológico-jurídicas que vienen de muy lejos)?
¿O es que ha habido, digamos, un período de 500 o mil años de amplio reconocimiento de los derechos de libertad y de bienestar seguido por otro período igual, pero de barbarie, esclavitud, tortura institucionalizada y cultura jurídica de despotismo y arbitrariedad?
El pesimismo, alias «realismo», sirve de coartada y de cobertura para el cinismo, para no enjuiciar las actuaciones políticas o militares desde el punto de vista de si ayudan a hacer avanzar la historia hacia el Bien o si, al revés, la hacen retroceder hacia el Mal.
Eso lo comprobamos en las posturas de D. Norberto sobre las dos guerras de 1991 y 1999. Bovero se las ve y se las desea para, sin ocultar lo que dijo Bobbio en los momentos cruciales, contrarrestarlo con otros asertos suyos --generalmente cuando ya no podían influir en el desarrollo de los acontecimientos ni se requería su consenso para la propaganda bélica--, en los cuales expresa inquietudes, malestar, disconformidad, casi siempre vaga, manifiesta emociones, angustias.
Angustiado o no, Bobbio había dado su bendición a esas guerras. Sus ulteriores matizaciones jamás fueron autocríticas ni, en el fondo, implicaron un genuino y sincero desdecirse.
Bovero cita un texto de febrero de 1991 en el cual el filósofo-político turinés dice: «Nuestra conciencia está turbada». Sí, pero los cientos de miles o millones de víctimas no es que estén turbados, sino, los unos muertos, los otros huérfanos, viudos, tullidos, bombardeados, destrozados, privados de sus hogares, de sus medios de vida, de sus recursos. Antes de la agresión vivirían mejor o peor, pero no sufrían ese infierno. Justa o injusta (para mí la anexión había sido justa), la incorporación de Cuvait al resto de Mesopotamia había sido fulminante y casi incruenta. Lo que se había producido era la extinción de un principado artificial creado por el colonialismo para cerrar la salida al mar de un gran país milenario.
12.2.-- ¿Es legítima cualquier respuesta bélica a una pasada agresión?
Insiste Bobbio, en tales aclaraciones o matizaciones, en que la guerra estaba justificada por ser respuesta a una agresión. No, no está justificada cualquier respuesta a una agresión que tuvo lugar. Si lo estuviera, Dinamarca estaría justificada atacando a Suecia, que la agredió y le arrebató la parte del territorio danés situada en la península escandinava;65NOTA 65 España estaría justificada atacando a Francia para recuperar el Rosellón y a USA para responder a la agresión de 1898; México estaría justificado atacando a USA, que le arrebató por la fuerza la mitad de su territorio en 1848.66NOTA 66 Y así sucesivamente. Las agresiones consumadas hay que dejarlas pasar, salvo circunstancias absolutamente excepcionales (en cuyo detalle no tengo que entrar aquí). Castigar una agresión consumada y cuyos efectos ya se han completado no es objeto legítimo para una guerra justa.
Sé lo que se me va a objetar: en los casos que cito, ha habido tratados de por medio; tratados en los cuales el vencido ha cedido el territorio disputado al vencedor.
Respondo que:
No creo que en ninguno de esos casos juzguemos que sería lícito al que fue agredido o perdió territorio (incluso todo su territorio) lanzar un ataque de reconquista, ni --seguramente menos todavía-- que tuviera derecho a apelar a otros para que, en su nombre y por su cuenta, llevaran a cabo una guerra de reconquista. La verdadera razón no es el tratado --que, según mi opinión, frecuentemente es poco válido o muy inválido, por inicuo y hasta leonino--, sino el principio de preservación de la paz.
El 16 de enero de 1991 existía una situación de paz en Mesopotamia desde hacía 168 días. El gobierno iraquí había manifestado su plena disposición a buscar, por la vía diplomática, un arreglo pacífico al conflicto derivado de su anexión de Cuvait (sin excluir la evacuación de esa parte histórica de Mesopotamia, su costa en el Golfo Pérsico) siempre y cuando --única condición que enunciaba-- las negociaciones abarcaran todos los conflictos existentes en la región, todas las modificaciones territoriales producidas mediante acciones armadas, incluyendo la ocupación de los territorios palestinos por Israel en la guerra de los seis días de 1967 (ocupación también condenada por la ONU y considerada jurídicamente ilegal).
USA y el Occidente, rehusando tales negociaciones englobantes, sólo dieron una opción a Irak: retirarse inmediata e incondicionalmente de Cuvait sin absolutamente ninguna contrapartida ni la más mínima concesión ni atenuante, sin siquiera abrir un cauce de discusión de las reclamaciones iraquíes, que databan del 3 de octubre de 1932, el día en que a Iraq=Mesopotamia le otorgó el imperio británico una independencia nominal (la real sólo se alcanzará el 14 de julio de 1958 con la revolución republicana encabezada por Abdul Karim Qassim).
Se me objetará que el 16 de enero de 1991 sólo habían transcurrido cinco meses y medio desde la anexión y que es muy poco tiempo, tan poco que es igual que si la agresión se estuviera todavía produciendo. ¿Sí? Si cinco meses son pocos, 5+1 también; y 5+2, 5+3, ..., 5², 5³, ..., 5n, 5n+1, 5n+2, ..., (5n)², ..., (5n)n, .... O sea, perpetuamente duraría la causa legítima de venganza.
12.3.-- Los bombardeos norteamericanos de 1993
Bovero desempolva otro artículo de Bobbio de 1993, «Esta vez digo no» (La Stampa, 1993-07-01) contra uno de los antojadizos bombardeos norteamericanos sobre Mesopotamia en pleno período de nominal no-beligerancia, alegando una presunta complicidad iraquí en un fallido atentado contra el expresidente Bush. Claro que hoy nadie se cree el pretexto (si es que alguien se lo creyó alguna vez); como de costumbre USA era juez y parte. ¿En qué términos reacciona Bobbio? No denuncia la crueldad, la belicosidad, la arbitrariedad de una agresión que mata porque les da la gana. Lamenta sólo que «en vez de humillar al enemigo, habiendo golpeado hasta ahora (sólo a inocentes), lo exalta», por lo cual el bombardeo («la acción», nos dice eufemísticamente D. Norberto) «es irresponsable», Bobbio accede a evaluar esa agresión con el rasero de la política, según el cual el fin justifica los medios; ve discutible que el castigo de un atentado fallido pueda considerarse un fin bueno; pero, sobre todo, juzga ineficaz el medio, porque no se bombardeó la sede donde presuntamente se hallarían los servicios secretos iraquíes que lo habrían tramado. Ni se plantea lo que cualquier jurista reclamaría: antes de nada, atenerse a los principios de legalidad y de tipicidad, probar en un juicio imparcial, mediante debate contradictorio, la culpabilidad y que --por aquel a quien legalmente corresponda-- se aplique la pena preestablecida. A falta de tales vías, seguir las que marque el Derecho internacional. Desde luego el Derecho internacional no autoriza a la India a bombardear Paquistán porque crea (o incluso sepa) que los servicios secretos paquistaníes han instigado o armado a terroristas que han perpetrado un atentado en Bombay o en Delhi.
Bobbio es un juspositivista, no digo de toda la vida, pero casi. No enjuicia la política desde el Derecho ni, menos aún, desde el Derecho Natural, en el que no cree. Tampoco desde la moral, pues la política es amoral a su juicio. Pero en coyunturas decisivas desliza sus aprobaciones morales a algunos de los hechos bélicos más espeluznantes de los tiempos modernos, para luego, sin remordimiento, manifestar congoja.
Incluso en ese «Esta vez digo no», se alinea a favor de Occidente y contra sus enemigos. «Considero a Sadam Hussein uno de los hombres más nefastos que hayan aparecido sobre la escena política». ¿En qué estudio se basa? No tiene en cuenta dos hechos esenciales:
1º) Sin un poder autoritario, incluso férreo, Mesopotamia no podía ni puede ser gobernada. Hobbesianamente, el peor poder es mejor que ninguno. Y el de Sadán ¿era peor que la monarquía jachemita del rey Faisal que había reinado (impuesta por el colonialismo británico) hasta 1958? ¿Era peor que lo que hay ahora, con un poder sectario de las fanáticas milicias shiitas en Bagdad, el Curdistán prácticamente separado y el resto del país víctima de las sevicias del presunto Califato?
2º) Con Sadán Juseín hubo avances económicos y sociales: se nacionalizaron la extracción y el refinamiento de los hidrocarburos; mejoraron los servicios públicos; fueron alfabetizados amplios sectores de la población antes analfabetos; se incrementó la esperanza de vida; se concedió una limitada autonomía a los curdos (que les supo a poco, por lo cual se alzaron en armas para independendizarse del todo); se garantizó el respeto a las minorías religiosas (uno de los máximos personajes del régimen era el católico-caldeo Tariq Aziz [1936-2015]); mejoró sensiblemente la condición femenina; se instauró una relativa laicidad; se practicaron políticas redistributivas.
Desde luego, esos lados positivos de su régimen no lo exoneran de sus lados negativos, sobre todo de la política exterior que se inicia en 1979 con la guerra contra Persia. Una guerra en la que los iraquíes podían llevar razón (o una parte de razón); pero no basta llevar razón en política ni, mucho menos, para emprender una guerra. Esa agresión fue el origen de todos los males que aniquilaron la obra positiva de los años precedentes. El remate fue la anexión de Cuvait; de nuevo políticamente justificada, pero condenada al fracaso y, por consiguiente, indefendible.
Un analista político habrá de considerar todos los hechos y los personajes con objetividad. Es unilateral y sesgado el juicio de Bobbio sobre Sadán. Y, en el contexto del que forma parte, sirve de atenuante a la agresión aérea norteamericana. Ésta será desacertada, inconveniente, ineficaz, pero si, en lugar de matar a ciegas a quien sea, se hubiera apuntado al presidente Sadán Juseín, entonces --parece decirnos Bobbio--, entonces sí, él la habría aplaudido.
En todo caso, es un texto de 1993. Seis años después el mismo Bobbio dirá que los EE.UU siempre han llevado razón en sus guerras, siempre han guerreado justamente, siempre han estado del buen lado.
12.4.-- La confesión de Bobbio en mayo de 1999
Dejemos atrás la guerra de 1991 y su secuela de 1993 para considerar la guerra contra Yugoslavia de 1999. Al parecer existe un texto inédito de N. Bobbio del 15 de mayo de 1999 donde, esta vez, sin retractarse de su apoyo a la guerra contra Yugoslavia, expresa, no compunción, pero sí malestar al respecto. De ahí que lo llame «una confesión». ¿Qué confiesa D. Norberto? Cito según Bovero (ibid., p. 251): «hasta ahora los hombres no han encontrado otro remedio a la violencia que la violencia misma. Y ahora asistimos a una guerra que encuentra su propia justificación en la defensa de los derechos humanos, pero los defiende violando sistemáticamente incluso los derechos humanos más elementales en el país que quiere salvar».
¿Qué significa eso? Bobbio no publica ese texto «neutralista»; sí había publicado los textos belicistas pro-NATO. No hace un balance: el de algunas decenas de separatistas albaneses (o acaso aldeanos víctimas inocentes de operaciones antiguerrilla), por un lado, y, por el otro, millares que sufrieron los más terribles daños por los bombardeos de la NATO. No, la guerra no era para salvar los derechos humanos, sino para descuartizar a Yugoslavia y borrarla del mapa de Europa, como así se hizo.
§13.-- El vehemente anticomunismo del último Bobbio
En La Repubblica del 25 de enero de 2001 viene publicada una entrevista de Giancarlo Bosetti a Norberto Bobbio, en la cual el filósofo político turinés modifica sus tesis sobre el comunismo.
Si, anteriormente, había insistido en una significativa diferencia entre nazismo y comunismo --en tanto en cuanto del primero serían reprobables los fines y los medios, pero del segundo sólo los medios--, ahora nos dice que, tras el derrumbe de la Unión Soviética, ha cambiado de idea, alineándose con el punto de vista de Stéphane Courtois (y sus coautores) en el Livre noir du communisme, reconociendo una intrínseca afinidad entre «los dos totalitarismos», unidos en su común hostilidad a la libertad de los modernos de Benjamin Constant, al mundo del libre mercado, o sea al de la democracia, a la cual han opuesto sendas utopías, en cuyo nombre despojan del poder a las poblaciones para entregárselo a sendas élites oligárquicas.
Al comprender ahora esos hechos y esos nexos ideológico-políticos, Bobbio somete a autocrítica toda su precedente complacencia para con el comunismo. Dícenos: quisimos ver en él un aliado frente al nazi-fascismo, quisimos creer en sus afirmaciones de un cierto parentesco ideológico-político entre democracia y comunismo como dos herederos de la Ilustración. Nos equivocamos. El comunismo no es menos malo que el nazismo ni hereda nada de la Ilustración ni es progresista. Si debe algo a algún pensador del Siglo de las Luces es a Rousseau, profundamente reaccionario. Nazismo y comunismo eran utopías perfeccionistas.
Voy a refutar todas esas apreciaciones, pero no sin expresar previamente un argumento de descargo a favor de Bobbio. Hemos seguido varios episodios de su trayectoria. Las convulsiones histórico-políticas del último decenio del siglo XX implicaron un desafío a muchos esquemas. Cuanto más en equilibrio inestable estuvieran los enfoques que cada quien tuviera de la complejísima dinámica de ese turbulento siglo, mayor riesgo había de que se vieran trastornados por el huracán de los súbitos cambios sobrevenidos. Tal vez, en sus postrimerías, ya no disponía Bobbio de un dominio conceptual suficiente para hacer un balance más sosegado y menos unilateral.
13.1.-- El legado de Rousseau, Helvétius y la Ilustración
13.1.1.-- Rousseau
Es injusto lo que nos dice Bobbio de Rousseau. Hay, ciertamente, en el ginebrino aspectos pasadistas, nostalgias de un otrora mítico, actitudes ambivalentes ante al progreso (una noción frente a la cual prefiere la suya de perfectibilidad, que deja indeterminado si el cambio será, moralmente, para bien o para mal, en función del libre arbitrio humano). No pocas facetas de su pensamiento son un tanto equívocas; muchas de sus frases se prestan, sacadas del contexto, a interpretaciones retrógradas. Pero nostalgias pasadistas las hay en muchos otros ilustrados de su tiempo y en las revoluciones inglesa y francesa. (Al labrarse el futuro, muchas veces, por falta de un modelo, se remite uno a una representación legendaria de cierto pasado idealizado.)
A Rousseau hay que leerlo con paciencia, saber avanzar a través de sus paradojas, de su laberinto.67NOTA 67 Pese a su carácter atrabiliario, su manía persecutoria y sus acentos prerrománticos y vivenciales --poco en consonancia con el espíritu de su siglo--,68NOTA 68 Rousseau es, no obstante, un hombre de la Ilustración, un racionalista sui generis, un adversario de los prejuicios, de los privilegios, de la arbitrariedad, un defensor de los oprimidos, un precursor de los derechos naturales del hombre y de la democracia (aunque sea con su mítica noción de la voluntad general). Rousseau no rechaza las luces, sino que las apoya pero subordinándolas a una opción moral a favor del bien, al paso que, en general, los philosophes piensan que la ilustración, el avance del conocimiento, socavará y quebrantará los prejuicios, los privilegios abusivos, trayendo felicidad al género humano.
No están aisladas las actitudes de Rousseau de crítica a la sociedad de su siglo y de añoranza de un pretérito en algunas cosas mejor, siendo en parte compartidas por otros eminentes ilustrados.
En la célebre polémica sobre el lujo no todos los enciclopedistas coinciden con Voltaire en su aceptación irrestricta de lo suntuario.69NOTA 69 A medida que avanza el siglo de las luces, se va desarrollando un rechazo al ostentatorio despilfarro de la aristocracia y de la Corte, que será fermento de la revolución. Entre otros muchos autores que, en esa polémica, se alinean con Rousseau está Luis Sebastián Mercier, quien denuncia en su Tableau de Paris «al hombre de lujo» al cual desearía acusar ante un tribunal de la humanidad. En el ambiente propiciado por esos panfletos se desenvuelven los escándalos terminales del antiguo régimen, los desórdenes y desbordamientos de Versalles, estigmatizados por la agitación antimonárquica y antinobiliaria. (Más abajo señalaré la posición que, en esa controversia, adoptó Helvétius.)70NOTA 70
Hablo del debate sobre el lujo porque fue un tema central en las discusiones entre un Rousseau que manifestaba actitudes ambivalentes hacia los avances de la Ilustración dieciochesca y, en el polo opuesto, un Voltaire, máximo y más cálido adalid de ese progreso del siglo de las luces, un siglo que se va liberando de las cadenas de la superstición religiosa, de la opresión de las conciencias, de las morales del ascetismo y la mortificación de la carne, de la renuncia, para buscar el placer, el bienestar, la felicidad terrenal.71NOTA 71 (Sólo que Voltaire, aunque desea que de esa felicidad también participe el pueblo --en su feudo de Fernay se esforzará por aliviar los padecimientos de sus trabajadores--, se opone a que las gentes humildes salgan de la ignorancia y, más aún, a que se intente alterar o aun meramente atenuar la jerarquía social basada en el privilegio --a sabiendas de que se debe a un capricho de la fortuna; por otro lado, de democracia en Voltaire, nada, absolutamente nada; ni de libertades políticas; sólo libertad de pensamiento y expresión, entendidas como beneficiosas para élites cultas.)
Es plurivalente la noción de democracia en Rousseau; de ella se derivan la democracia liberal por un lado, la democracia popular por otro. Ninguna de las dos corresponde exactamente a la concepción rousseauista (además de que Rousseau considera quimérico pretender instituir la democracia en una gran nación moderna). La democracia de partido único, autoproclamado depositario de la voluntad general, es una de las posibles interpretaciones e implementaciones de una democracia de inspiración rousseauista, siempre que encarne principios de igualdad social y de racionalidad.72NOTA 72
No es de extrañar que, a lo largo de buena parte del siglo XIX, el liberalismo moderado haya tendido a identificar democracia (o «demagogia») y comunismo, razón suficiente para oponerse a un sufragio universal que destruiría la propiedad privada: de Donoso Cortés a Cavour, de Bolívar a Guizot, todos están de acuerdo en un principio de libertad con orden, con el orden de las clases poseedoras, dentro del marco de la economía de mercado, asegurada por el sufragio censitario.
Bobbio parece desconocer que (cualesquiera que fueran los atrabiliarios desquiciamientos de Rousseau, sus desmesuras, sus aspectos menos atractivos, en nuestra época y en la suya), Rousseau ha sido considerado por el fascismo su enemigo principal, como portaestandarte de la Ilustración contra el cual el totalitarismo ha lanzado sus dardos en el siglo XX: «Un hombre nefasto, que se llamaba Juan Jacobo Rousseau», dijo el marqués de Estella en su discurso del 29 de octubre de 1933 de fundación de la Falange Española.73NOTA 73 Lo que le reprochaba era el democratismo, someter a votación las decisiones, en lugar de reservarlas a la élite.
13.1.2.-- Diderot
Posiblemente algunas partes del Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres (redactado en 1754 y publicado al año siguiente) habían sido escritas a cuatro manos por Rousseau y Diderot, con quien el primero se hallaba en esos años en una luna de miel ideológica que, lamentablemente, no durará. Desde luego, el sesgo definitivo del libro lo pone Rousseau. Hay una diferencia entre el ser naturalmente social del hombre en Diderot y la naturaleza presocial de Rousseau. Ambos son optimistas, mas el primero confía en la bondad natural a través de la sociedad y de sus avances mientras que el segundo ve en la sociedad un peligro de corrupción del bien primigenio; sólo un peligro, no una fatalidad (no debemos leer a Rousseau con los ojos de Voltaire). Rousseau no es sistemáticamente hostil a la sociedad ni partidario de volver al estado de naturaleza, sino de reformar la sociedad para recuperar, en lo posible, una igualdad natural a cuya restauración sólo se oponen arbitrarios privilegios. (Y en eso sólo los matices lo separan de Diderot.)
Son comunes a Rousseau y a Diderot la hostilidad a la propiedad privada y una cierta (vaga) aspiración democrática (que ni el uno ni el otro conseguirán perfilar, siendo, en verdad, tarea que desbordaba su utillaje conceptual respectivo).
Verosímilmente, más aún que Rousseau, Diderot es un inspirador del comunismo del siglo XX, no sólo en su dudosa relación con Morelly (quizá un mero prête-nom para el genial editor de la Enciclopedia), sino también en las ideas, asimismo claramente comunistas, de sus últimos años (en el Suplemento sobre el viaje de Bougainville,74NOTA 74 que se relacionan con otras netamente revolucionarias en sus contribuciones a la Histoire des deux Indes, firmada por Guillermo-Tomás Raynal, dispuesto a pagar el tributo del exilio por esa asunción de autoría).
Diderot no es el único. Está Mably, cuya pertenencia a los círculos de la Ilustración es evidente (entre otras cosas por su hermano, Condillac). Y, al final del siglo, está Graco Babeuf, cuyas ideas de revolución político-social y de abolición de la propiedad privada son inseparables del influjo racionalista del enciclopedismo (de hecho se inspira directamente en el Code de la nature publicado en 1755 bajo la firma de Morelly, aunque posiblemente éste se limitó a prestar su nombre para que el verdadero autor, Diderot, quedara en la sombra).75NOTA 75
13.1.3.-- Helvétius
Ni deja el comunismo de los siglos XIX y XX de recibir otras influencias de la Ilustración francesa, como las de d'Holbach y Helvétius. Éste último es uno de quienes denuncian el lujo con mayor virulencia. Helvétius, materialista y ateo, es tal vez el ilustrado más radical. Su obra De l'Esprit, publicada en 1758, fue objeto de una interesante crítica de Diderot (quien años después escribirá otra, más detallada, sobre el libro póstumo de Helvétius, De l'Homme). Diderot afirma que De l'Esprit asesta el mayor porrazo a los prejuicios de todo tipo y prevé que será considerado uno de los grandes libros del siglo. Y es que esa obra es, en efecto, un vivísimo exponente de todo el espíritu ilustrado, formando pareja con la Enciclopedia, fabricada bajo el impulso y la incansable iniciativa de Diderot. Son obras disímiles, pero que, juntas, vienen a formar un tándem que compendia el sentido y el legado de la Ilustración racionalista del siglo de las luces.
Si De l'Esprit es un texto notable (una ardiente defensa del determinismo, de la razón, de la omnipotencia de la educación sobre la mente humana, una refutación del libre albedrío y del innatismo, una denuncia del despotismo, una argumentación detallada a favor del utilitarismo antes de Bentham, en el cual influirá sobremanera),76NOTA 76 no menos extraordinario fue el tumulto que provocó, a causa de caer en manos del Delfín, quien se sintió ultrajado por sus ideas subversivas. Por orden de las autoridades regias, el 10 de febrero de 1759 el libro es desgarrado y quemado por mano del verdugo ante la escalinata del Palacio de Justicia de París. Dos meses después, lo condena la Sorbona. Para librarse del encarcelamiento y de la confiscación de bienes, su autor tuvo que suscribir una abyecta retractación.
Dejando aquí de lado sus muchísimos contenidos interesantes, me ciño a uno: su juridicismo. En esa obra, De l'Esprit,77NOTA 77 Helvétius afirma: «la morale est une science frivole si l'on ne la confond avec la politique et la législation».
Hay que entender la frase en su contexto, el de una ética utilitarista en la cual el bien es la felicidad común, el interés público. Mas ese bien ¿cómo lograr que sea la guía de las conductas humanas? Helvétius ve dos únicos caminos. De un lado, la instrucción pública, que debe abarcar también una enseñanza ética; su rechazo del innatismo y su creencia en una educación omnipotente lo lleva a esa conclusión. Pero no basta. Ni es lo esencial. Porque los individuos, por bien educados que estén, viven en un mundo donde se enfrentan a la acción desordenada de intereses particulares antagónicos respecto al interés general. Por eso el medio para conseguir que los hombres sean virtuosos es obligarlos a serlo por una legislación apropiada, cuyo único canon metajurídico es el de establecer aquellas normas que conduzcan a la felicidad común.
Esa tesis de Helvétius es una anticipada crítica de la moral subjetivista kantiana, del moralismo de la prédica.78NOTA 78
Para Helvétius el legislador puede hacer mejores las conductas de los hombres, constriñéndolos; el maestro, educándolos. Pero, en cambio, el predicador moral no los hará mejores con su sermón. La verdadera tarea del teórico de la ética es diseñar buenas leyes, proponiéndoselas al legislador, no prodigar consejos de buena conducta para uso general ni llamamientos a la conciencia.
En tiempos recientes, los pensadores de inspiración moralista-subjetiva y de inclinaciones antiestatistas han zaherido a Helvétius por ese juridicismo, con el cual estaría socavando la esfera personal e íntima de la conciencia moral, estaría devaluando el papel de la subjetividad ética a favor de una legislación de contenido y orientación paternalistas. En su libro Freedom and Its Betrayal,79NOTA 79I. Berlin80NOTA 80 somete a una demoledora refutación todo el pensamiento de Helvétius. I. Berlin escribe con hondo conocimiento, transmite ideas sugerentes y hasta cautivantes, es muy didáctico (pagando el inevitable precio de la esquematización reductiva). Ese capítulo sobre Helvétius merece una gran atención. ¿Merece también aquiescencia? ¡No, en absoluto! Está radicalmente equivocado. Lo que reprocha a Helvétius es que, al confiar la mejora de la humanidad al legislador y al maestro --el primero para que fuerce a los hombres a ser virtuosos con sus premios y castigos y el segundo para que les inculque la virtud con su educación--, Helvétius rechaza la vía de la convicción racional, la de ofrecer argumentos para que la gente, usando su razón y su libre albedrío, opte por la buena conducta.
Helvétius sale airoso de esas objeciones. Si es verdadero el determinismo --como lo pensamos Helvétius y yo--, los juicios del individuo están causados por factores diversos. En una sociedad donde imperan la avidez, los intereses creados, la opresión, la desigualdad social, la precariedad de la vida y la arbitrariedad de los ricos y poderosos, los individuos no se harán buenos porque un filósofo se lo aconseje con elocuencia, ni los de arriba ni los de abajo. Ningún predicador moral cambiará la sociedad para bien. Incluso para capacitar a los individuos a fin de que puedan razonar libremente, alcanzando convicciones acertadas sobre las conductas buenas y malas, es menester que el legislador los haya liberado de la opresión, de la precariedad, del infortunio, de la desigualdad social y que hayan recibido la instrucción y la cultura idóneas para poder entender los razonamientos.
Algunos han llegado a ver en la tesis juridicista de Helvétius una especie de prefascismo. ¡Nada más erróneo! Helvétius no es un demócrata (en una carta a Montesquieu, en la cual critica De l'Esprit des Lois [ibid., p. 15] dice «Je ne connais que deux espèces [de gouvernements]; les bons et le mauvais: les bons, qui sont encore à faire; les mauvais, dont tout l'art est, par différents moyens, de faire passer l'argent de la partie gouvernée dans les bourses de la partie gouvernante. [...] Je crois cependant à la possibilité d'un bon gouvernement où, la liberté et la propriété du peuple respectées, on verrait l'intérêt général résulter, sans toutes vos balances, de l'intérêt particulier»).
Helvétius juzga a los regímenes políticos por sus obras, por sus leyes, por los principios que regulan su política. Los buenos son los que respetan la libertad y la propiedad de la población, promoviendo el interés general, o sea aquellos cuyas leyes se inspiran en los inmutables principios del Derecho Natural. En ese criterio no entra --como sí entra en Rousseau-- que las leyes reflejen la voluntad general.
Ningún pensador puede ser más antagónico frente al fascismo que Helvétius, un igualitarista convencido, un enemigo de los estamentos privilegiados; su interés general implica --lo acabamos de ver-- el respeto a la libertad individual.
¡Seamos cautos en la lectura! Si Helvétius defiende la propiedad, también aboga por leyes que reduzcan la desigualdad de riquezas, en virtud de la cual unos son opulentos a expensas de casi todos. Con tales leyes cada ciudadano obtendrá los bienes necesarios a su vida y la de los suyos, un tiempo de reposo, junto con la libertad de pensamiento y expresión. Helvétius está, pues, preconizando golpes contra la propiedad de los privilegiados, una política redistributiva, un reparto igualitario de la riqueza; tal será el punto de arranque, decenios después, de las reflexiones que llevarán a Babeuf al comunismo, percatándose de que el reparto igualitario sería una estación de tránsito hacia una nueva desigualdad. En todo caso hay que recalcar ese hilo conductor de Diderot y Helvétius a Babeuf.
Militando Helvétius en el campo de los philosophes, capitaneados por Voltaire --un campo del cual también se sintió miembro Rousseau, antes de verse excluido o de excluirse él mismo--, dependiendo del juicio de Arouet (en el mismo momento de la incipiente polémica Voltaire/Rousseau sobre el lujo, que alcanzará su paroxismo años después), hallamos, empero, en De l'Esprit una denuncia del lujo y de la opulencia que va en el sentido de Rousseau y que, quizá más radical en el fondo, constituye un ataque contra las clases privilegiadas, aunque, desde luego, en primer lugar contra el ostentatorio e insultante derroche de los déspotas. (V. ibid., pp. 82ss, un capítulo dedicado al lujo pero, cautelosamente, titulado «De l'ignorance».) Helvétius retoma y refuta los argumentos de Mandeville y de Voltaire. En lugar de estimular la economía por el consumo suntuario, propone --según lo hemos visto-- un equitativo reparto de la riqueza, con el cual cesará el lujo. Éste es la antesala de la ruina de los Estados, no el impulsor de su prosperidad.
Esta digresión sobre Helvétius nos sirve para ver cuán hondas raíces tiene el comunismo en los pensadores de la Ilustración, frente a la errónea afirmación de Bobbio de que el único autor del siglo de las luces en el cual el comunismo ha podido inspirarse es Rousseau. Todo lo cual no obsta a la influencia de éste último, tanto en su idea de la democracia cuanto en la ideología de socialización de la propiedad --hay un vínculo entre ambas.
13.1.4.-- Voltaire
Por último, no podemos omitir, de entre los racionalistas de la Ilustración que influyen en el marxismo, al astro más fulgurante de ese firmamento: Voltaire. Y eso que en el autor del Candide no hallamos nada que prefigure ni democracia ni comunismo. Hay cuatro aspectos del pensamiento voltairiano que van a atraer a Marx y, en pos de él, a los marxistas-leninistas.
En primer lugar, la exaltación del progreso material, la honda convicción de que la mejora del ser humano pasa por el incremento de sus capacidades productivas, de sus obras materiales, que conducen a la abundancia; lejos de ser antagónico con un perfeccionamiento moral ese logro de nuevas comodidades («la molicie» que alaba Voltaire), Arouet coincide con Marx y sus discípulos en que la mejora material propicia la mejora ética (aunque el marxismo huye como de la peste de ese tipo de adjetivos). Tenemos en ciernes la idea marxista de que la historia de la humanidad es la historia del crecimiento de las fuerzas productivas.
En segundo lugar, Voltaire es el más enérgico partidario, de entre el círculo de los philosophes, del instrumentalismo, la doctrina de que el fin justifica los medios, que se traduce en una absoluta intolerancia hacia sus enemigos. Para él todo vale a fin de écraser l'infâme, incluso las torturas del marqués de Pombal o las sevicias de la Semíramis del Norte (Catalina II). No era el único. Algunos visitantes italianos en París, que se asomaron a los salones ilustrados, quedaron aterrados por la virulencia de su odio a los enemigos de las lumières, una execración que, si pudieran, los llevaría a perseguir a esos persecutores con sus mismas armas.81NOTA 81
Si bien suele oponerse ese espíritu intransigente francés a la más dúctil y acogedora ilustración británica, no olvidemos que había sido Locke, en su Carta sobre la tolerancia de 1689, quien enunciara en primer lugar el principio de que no se podía ser tolerante con los intolerantes, por lo cual preconizó que los católicos siguieran estando fuera de la ley.82NOTA 82 Los voltairianos tienden a (en pudiendo) poner fuera de la ley a l'infâme, cuya concreción sería la Iglesia Católica.83NOTA 83
En tercer lugar --en íntima conexión con la faceta precedente--, Voltaire es, en esa coterie, el más virulento adversario de la religión (a salvo de la «religión natural»).84NOTA 84 Su antirreligiosidad fue heredada por Marx (menos por Engels) y después exacerbada por Ulianof y otros marxistas del siglo XX (aunque es verdad que, con el paso del tiempo, se irá diluyendo hasta desvanecerse en los años 40).85NOTA 85
En cuarto lugar, Voltaire encarna, más que ningún otro, el despotismo ilustrado. Digo más porque otros ilustrados --Montesquieu, Diderot, Rousseau-- se oponen al despotismo (y los dos últimos son precursores de la democracia). Voltaire piensa que el gobernante ha de hacer felices a sus súbditos sin pedirles su opinión y sin interferencia de ningún contrapoder. No me cabe duda de que el comunismo del siglo XX ha seguido, en eso, la estela de Voltaire. Ciertamente los regímenes comunistas siempre se proclamaron democráticos (con «democracia proletaria», «democracia socialista» o «democracia popular»); desde 1936, instituyeron asambleas legislativas elegidas por sufragio universal ante las cuales respondía el poder ejecutivo. Pero no hay democracia con partido único, porque democracia y poder de la mayoría son cosas distintas. Democracia es un poder, no de la mayoría, sino del pueblo, gracias a unas instituciones que garanticen las libertades políticas y el respeto a las minorías.
Desde luego, hay una enorme lejanía entre el concepto de felicidad popular de Voltaire y el de los comunistas del siglo XX. Voltaire quiere que se deje intacta la jerarquía social, preservándose inalterada la desigualdad de rangos y estamentos y, por añadidura, que el pueblo permanezca en las tinieblas de la ignorancia, pues la instrucción no lo ayuda a ser más feliz.86NOTA 86 En cambio, el comunismo del siglo XX ha sido hondamente igualitarista (de hecho las sociedades con tales regímenes tuvieron grados de desigualdad social muy inferiores a las del Occidente --aunque, eso sí, mayores de lo que pretendía la propaganda oficial). Sobre todo, uno de los máximos logros de esos regímenes fue no sólo la erradicación del analfabetismo sino también el acceso a escalones medios y superiores de la enseñanza de capas sociales antes hundidas en la incultura. Tales diferencias no impiden la similitud entre las ideas de Voltaire y esas políticas de procurar la felicidad de las masas incluso por vías que no permiten a éstas criticar libremente a los gobernantes ni elegir, en su lugar, a otros; vías que significan que la felicidad popular es, no sólo un derecho, sino también un deber.
13.1.5.-- ¿Qué herencia de la Ilustración?
Todas estas consideraciones nos hacen ver las múltiples influencias (no todas ellas encomiables) que Marx y los marxistas-leninistas derivan de unos y otros componentes de la Ilustración. En coherencia con esa inspiración ilustrada del marxismo, la colección «Les classiques du peuple» de las Ediciones Sociales del partido comunista francés se dedicó a reeditar, con esmero y cariño, obras de La Mettrie, Voltaire, Rousseau, Helvétius, d'Holbach, Condorcet, Babeuf, Condillac, Mably, Diderot (además de dos breves volúmenes de extractos de la Enciclopedia), Marat, Robespierre, Saint-Just y Lamarck;87NOTA 87 toda la historiografía comunista ha consagrado siempre un lugar de honor al pensamiento francés del siglo XVIII, que, de Engels a Ulianof, viene repetidamente caracterizado como una de las principales fuentes del marxismo.
Pregúntase uno qué legado de la Ilustración reivindica Bobbio. Tal vez Mandeville, Adam Smith, Hume, Kant. Ninguno de ellos es pro-demócrata, ni siquiera muy pro-liberal políticamente. (Kant es, en rigor, un pos-ilustrado, como Benjamin Constant, Burke, Chateaubriand, Tocqueville, pensadores en los cuales podría tal vez inspirarse Bobbio.)
Más cerca de nosotros, Bobbio parece querer prescindir de Weitling y de George Sand, de Saint-Simon y Pierre Lerroux, de Fourier y de Cabet, de Blanqui y Louise Michel, de Mazzini y de la Comuna así como cortar el cordón umbilical que une el comunismo del siglo XX con el socialismo marxista de la II internacional, del cual surgió.
El comunismo del siglo XX no fue sino una rama desgajada de ese tronco de la II internacional, que arrastró a mayorías o grandes minorías de los partidos socialistas en países como Francia, Alemania e Italia. Quizá Bobbio, en su postrera condena sin paliativos, hubiera querido hacer extensiva su denuncia también a todo el socialismo marxista; pero, de ser así, habría sido mejor que lo aclarase. Tal aclaración nos hubiera permitido saber cuál era el blanco de sus iras.
13.2.-- El siglo XX: evolución de las democracias y de los comunismos
Nadie ignora que, en su evolución, los comunismos del siglo XX --muy dispares entre sí, pese a su matriz común--88NOTA 88 adquirieron contornos y aplicaron políticas que no habían sido previstos ni por Marx, ni por Engels, ni por los hombres y las mujeres de la Comuna, ni tampoco por los propios leninistas de la primera hora --quienes se lanzaron a la toma del poder sin ningún plan preconcebido y sin saber lo que les esperaba (los más clarividentes habían anticipado, ya en marzo de 1917, que todo sería infinitamente más complicado de lo que imaginaban los dos principales líderes de la toma del poder en noviembre de ese año). La génesis ideológica es una cosa. La persistencia en los mismos planteamientos, otra. De persistir los planteamientos, no hay génesis: hay mera supervivencia.
También las democracias (no menos dispares que los comunismos) han evolucionado tantísimo que difícilmente las reconocerían hoy los primeros demócratas de comienzos del siglo XIX. Los cartistas, que luchaban por el sufragio universal (masculino) también preconizaban elecciones anuales, pues las plurienales les parecían tan antidemocráticas como hoy nos parecerían las elecciones cada 11 o cada 17 años. El oligopolio partitocrático sería una abominación para todos los demócratas antes de bien avanzado el siglo XX (si tardó en reconocerse la libertad de asociación fue por el temor a los corps intermédiaires, que coartan la libre voluntad del individuo como miembro directamente del cuerpo político).
Dista también mucho de la utopía democrática de la voluntad general (que es un simple mito) la democracia real (con su subordinación a los poderes fácticos extra o supraestatales, sus Guantánamos, sus operaciones Gladio, sus múltiples guerras, sucias o «limpias»).89NOTA 89 Reconocerlo no es rechazar el ideal de la democracia ni, menos aún, pretender eliminarla, ignorando que, pese a sus defectos, es mejor que lo que la precedió (o, parafraseando a Churchill, es el menos peor de los regímenes políticos). Trátase de reformarla para bien, de pasar de una democracia meramente electiva a una justificativa. (Quizá el modelo helvético sea, dentro de los actuales, el único que merece la calificación de «democracia».)90NOTA 90
13.3.-- ¿Utopía nazi? Utopía marxista
Otro error de Bobbio es atribuirle al nazismo una utopía. ¿Dónde la ha encontrado? Para el nazismo se trataba de volver al pasado, a las glorias teutónicas de tiempos remotos, a las proezas guerreras de la historia germánica, todo ello bajo el ocultismo, la adivinación, la astrología, la fe ciega y el voluntarismo.91NOTA 91 Nada utópico en tales afanes, puesto que todo eso ya se había realizado, esas conquistas ya habían avasallado a pueblos «inferiores»; tratábase de emular a los antepasados, enorgulleciéndose de Alarico y Genserico, de los Caballeros Teutónicos y de Federico II. No pretendían construir un hombre nuevo (quiera eso decir lo que quisiere), sino depurar la raza nórdico-germánica de elementos contaminantes venidos del sur.
Una utopía no es eso. Una utopía es un plan de futuro, un proyecto de vida colectiva mejor; tal vez quimérico, irrealizable. ¿Fue utópico el comunismo del siglo XX? Lo fue, pero su utopía no jugó papel alguno ni en su organización política ni en sus actuaciones. Tal utopismo venía de Marx, consistiendo en la idea de un «hombre nuevo» para el cual trabajar será la principal necesidad vital y no un medio de vida. Marx abraza con entusiasmo esa idea desde los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 hasta la Crítica del Programa de Gotha de 1875, aunque con acentos diversos. En sus escritos de madurez, esa mutación antropológica será posible por una economía de abundancia, en la cual ya dejará de tener sentido la avidez, el ansia de acumular, limitándose así cada quien a tomar lo que necesite y contribuyendo voluntariamente a darle a la sociedad según sus capacidades. Será una sociedad anárquica, sin coerción, sin poder político, sin leyes, sin normas jurídicas, de puro espontaneísmo.
Compartido con los anarquistas (sólo que éstos no aceptan lo que para Marx es una imprescindible fase intermedia, la del Estado proletario), ese futurismo utópico no era patrimonio exclusivo de los comunistas, sino conjuntamente abrazado por sus ex-hermanos socialistas, hasta que éstos acaben renunciando a la doctrina de Marx. El primero en dar ese paso será el partido socialista alemán en su programa de Bad Godesberg de noviembre de 1959. Posteriormente lo han ido imitando todos. (Aparte está el partido laborista británico, que nunca se había profesado marxista.)
Creo que en la praxis de los partidos socialistas ese futurismo utópico no ejerció influencia alguna. ¿La ejerció en la de los partidos comunistas? Como instrumento de propaganda ideológica, sí, claro. Se inculcaba en sus escuelas de formación ese lejano horizonte como meta a la que se llegaría un día. ¿Cuándo? A esa pregunta nadie se atrevió a dar una respuesta antes que Mao Tse-tung, quien en 1963 predijo que tal vez sería dentro de medio milenio.92NOTA 92
En definitiva, el utopismo del futuro «hombre nuevo» de la sociedad de la abundancia no jugó papel alguno que explique la praxis de los comunistas del siglo XX, igual que la esperanza del segundo advenimiento de Cristo no explica para nada la praxis de las iglesias cristianas.
13.4.-- El terceto de Bobbio: A, B y C
13.4.1.-- Hechos históricos que Bobbio soslaya
Toda la argumentación de Bobbio se basa en un terceto: A (democracia liberal), B (nazi-fascismo), C (comunismo), que, según D. Norberto, son los tres actores del siglo XX.
Bobbio desconoce el movimiento de emancipación de los pueblos del sur contra el yugo colonial, las luchas de los nativos o indígenas que reclamaron ser considerados hombres y que, frustradas sus reivindicaciones por las opresoras potencias coloniales, acabaron exigiendo la independencia (que no había sido, en general, su primer objetivo); desconoce el movimiento antirracista; desconoce multitud de corrientes que no se alinearon ni con la democracia liberal capitalista ni con el nazifascismo ni con el comunismo, entre ellas «Justicia y libertad» de Carlo Rosselli (a la cual, en parte, se ligan varios episodios de su propia vida). Esas corrientes han sido, en general, de eficacia limitada, pero borrarlas de la memoria conduce a una historia simplificada y esquemática. Y no hablo de «socialdemócratas», pues éstos sí pronto (aunque tal vez no todos ellos) se adhirieron al sistema de la democracia liberal, renunciando a luchar por un tertium quid y optando por una más modesta aspiración de perfeccionamiento interno. (Por eso resulta forzado embutir en la socialdemocracia proyectos como los de Nenni en Italia --durante muchos años--, los esposos Webb en Gran Bretaña, los socialprogresismos de América Latina.)
Bobbio tiene presentes las atrocidades del bloque oriental y de los sistemas de obediencia comunista, pero olvida o desconoce las perpetradas por el bloque occidental,93NOTA 93 principalmente el yugo colonial: los trabajos forzados, el expolio de la capitación (cuyo impago llevaba al encarcelamiento de los familiares), el trato vejatorio, insultante y deshumanizante, la brutal discriminación (lo de Suráfrica fue una mera supervivencia tardía de cómo habían tratado los europeos a sus súbditos coloniales durante decenios), la ignorancia en que se mantuvo a las poblaciones sojuzgadas (se prohibió, v.g., que los niños aprendieran historia, eso los poquitos que recibían alguna instrucción). En el momento de las independencias, la obra «civilizadora» de los colonizadores ¿qué dejaba tras de sí? Atraso, pobreza, absoluta falta de personal cualificado, pocas obras públicas, hambres, endemias, desatención sanitaria. Y, a partir de ahí, se cerraron a cal y canto las fronteras para que no pudieran emigrar en busca de una vida mejor. Olvidarse de eso es pintar un cuadro de la democracia occidental de color de rosa, que no corresponde a la realidad.94NOTA 94
13.4.2.-- Las hondas conexiones y similitudes entre la democracia occidental y el comunismo marxista
Vuelvo a su terceto: A, B, C. Si B está contra A y C está contra A, entonces --nos dice Bobbio-- es que B y C tienen en común muchísimo, que son hermanos, distinguidos sólo en lo accesorio. Me pregunto si Bobbio estudió lógica alguna vez o si en 2001 ya no razonaba con lucidez. No se para a pensar que, si B y C se opusieron a A, también A y B se opusieron a C así como A y C se opusieron a B. En realidad una fugaz concomitancia entre B (nazifascismo) y C (comunismo) sólo se dio excepcionalmente, entre agosto de 1939 y junio de 1941 (a consecuencia del reiterado rechazo de A [los líderes de la democracia liberal occidental] de cooperar con C [el comunismo autoritario ruso] contra la agresión de B [el nazifascismo]).
Sobre todo, A y C han sido aliados bélicos en la guerra más terrible de la historia contra B, hasta su destrucción, al paso que el breve intervalo de 22 meses del pacto germano-soviético no fue de alianza (de haberlo sido, Rusia habría guerreado contra Francia e Inglaterra; los únicos enfrentamientos armados entre los rusos y los anglofranceses habían tenido lugar durante la guerra civil rusa, de 1919 a 1921). Además, en diversos países y períodos ha habido frentes populares antifascistas formados por comunistas y demócratas liberales. En ninguno ha habido un frente antiliberal formado por fascistas y comunistas.
Las similitudes entre A y C eran, y siempre fueron, considerables, incluso en el período de máximo antagonismo mutuo. La democracia liberal capitalista y el comunismo autoritario profesaban valores comunes de libertad, igualdad y fraternidad (aunque con una articulación muy diferente y dando lugar a una praxis enormemente dispar); tenían, desde 1936, sistemas constitucionales parecidos (aunque en la práctica funcionaran de maneras radicalmente divergentes) y evolucionaban en sentido convergente --aunque no lo reconocieran. Por lo menos, esa evolutiva convergencia se iba produciendo hasta 1975; tras el viraje neoliberal que se inicia a mediados de los setenta, se invierte la tendencia en Occidente, al paso que el bloque oriental --minado desde 1956 por las derivas y escisiones internas-- entra en una fase de estancamiento que desembocará en la implosión de 1991.
Insisto en la similitud jurídico-constitucional. Entre las primeras constituciones de la Rusia Soviética (1918) y de la URSS (1924), por un lado, y las de las democracias occidentales de entonces, por otro, se daba una radical oposición, con poquísimos puntos de conexión. Pero entre la constitución soviética de 1936 y las occidentales de la II posguerra mundial hay parecidos, hasta el punto de que sería posible tomar una de ellas, enmendándola, para tener un resultado en principio aceptable en el ámbito opuesto, sin que tales enmiendas produjeran un texto irreconocible.
Obviamente nada similar sucede con las leyes fundamentales de los regímenes fascistas, cuando las ha habido. Así, la Ley de Principios Fundamentales del Movimiento Nacional de 1958 sería imposible convertirla, por más enmiendas que se le infligieran, en una constitución democrática. Lo mismo vale para la ley fundamental del Estado totalitario de Mussolini de 9 de diciembre de 1928, que sometía el poder legislativo al Duce del Fascio.
13.4.3.-- Las concomitancias entre liberalismo y fascismo
No podemos olvidar, por otro lado, que entre A y B sí ha habido reiteradas confluencias, algunas de ellas duraderas y decisivas. ¿Cómo llegó Mussolini al poder? Encabezando una coalición en la que participaron dos democristianos (popolari, Stefano Cavazzoni y Vincenzo Tangorra), dos democrático-sociales, Gabriello Carnazza y Giovanni Antonio Colonna di Cesarò, dos liberales, Giuseppe De Capitani d'Arzago y Teofilo Rossi, junto con un nacionalista, un independiente, dos militares y sólo cuatro ministros fascistas.
La moción de confianza que obtuvo el Duce en la Cámara de Diputados el 16 de noviembre de 1922 --que le permitía legislar por decreto-- congregó 306 votos favorables, entre ellos los de muchos democristianos (como De Gasperi y Gronchi) y liberales (Bonomi, Giolitti, Orlando, etc.). Sólo hubo 116 votos en contra, casi todos marxistas.
¿Cómo llegó Hitler al poder? A título de Canciller del Reich, designado por el Presidente, Mariscal von Hindenburg, el 30 de enero de 1933, al frente de una coalición --la Regierung der nationalen Konzentration-- en la cual participaban los democristianos católicos (el Zentrumpartei)95NOTA 95 y los nacionalistas conservadores (el DNVP, o Deutschnationale Volkspartei).96NOTA 96 Los nazis sólo tenían, en esa coalición, tres ministros --y únicamente dos carteras, pues Göring era ministro sin portafolio. O sea, la clase política que impuso la tiranía nazi era la misma de la República de Weimar, salvo los socialistas.97NOTA 97 Hitler instaura su despotado por la Ley de habilitación del 23 de marzo votada por todos los partidos excepto los marxistas.98NOTA 98
¿Cómo llegó Pétain al poder en 1940? Derrotados los ejércitos franceses por la ofensiva alemana,99NOTA 99 había dos opciones. La una, si de veras llegaba a resultar imposible consolidar ningún frente en la metrópoli, evacuarla, continuando la guerra desde el inmenso imperio colonial, que ni los alemanes ni, menos aún, sus adláteres italianos tenían medios para conquistar.100NOTA 100 La segunda vía era capitular, para lo cual se hacía preciso complacer al nazismo adoptando en Francia un régimen lo más similar posible a los de corte fascista (aunque con algunas peculiaridades galas).101NOTA 101
Por abrumadora mayoría, optaron por la capitulación las élites francesas. La historiadora Annie Lacroix-Riz sostiene que, lejos de ser una reacción improvisada --determinada por la desazón o el desconcierto ante el éxito de la ofensiva relámpago del enemigo--, la capitulación y el desmantelamiento de la república eran la consumación de un hondo y arraigado anhelo de la oligarquía francesa desde mucho antes.102NOTA 102 En 1870, por chiripa, había venido al mundo la III república, al haber capitulado Napoleón III en Sedán ante el ejército prusiano. Francia era entonces un país de mayoría monárquica, sólo que los borbonistas no lograron ponerse de acuerdo entre sí ni sobre el pretendiente al trono ni, en último término, sobre la bandera (blanca o tricolor). La alta burguesía y la aristocracia siempre habían sido hostiles a la república. A lo cual se añade, desde la llegada de Hitler al poder, el deseo de instaurar en Francia un régimen parecido al de la Alemania nacional-socialista y amistoso para con ella.
Aprovechando, pues, la derrota militar, el miércoles 10 de julio de 1940 tiene lugar en el Gran Casino de Vichy una sesión conjunta del Senado y de la Cámara de diputados para votar una revisión constitucional que otorgara plenos poderes constituyentes al mariscal Philippe Pétain, presidente del consejo de ministros.103NOTA 103 De 649 presentes, votaron a favor 568 y 80 en contra, con 20 abstenciones. De la SFIO, 170 a favor, 36 en contra. De los radicales, 171 a favor, 27 en contra. En los demás partidos sólo hubo muy aislados votos negativos. Masivamente la clase política de la democracia francesa votó por el fascismo. ¿Quién podía pretender ignorar qué tipo de régimen político iba a instaurar Pétain subordinado a Hitler? Para que no quepa duda alguna: en esa ley de revisión constitucional se confiaba al Mariscal la potestad de imponer un nuevo orden constitucional del «Estado francés».104NOTA 104 La ley enterraba la república, abriendo la vía a una posible restauración monárquica.105NOTA 105
¿Quiénes apoyaron al fascismo español, de 1936 a 1975? Todos los países occidentales; cada uno de un modo. Resultó decisivo el apoyo de las democracias francesa, inglesa y estadounidense (no se trató de una mera «no intervención», como se bautizó). Desde el pacto de Madrid del 23 de septiembre de 1953,106NOTA 106 Franco fue un puntal del Occidente, un aliado de la NATO, de la cual formaba parte el Portugal de Salazar.
Entre 1933 y 1939, el bloque anglofrancés estuvo en luna de miel con la Alemania hitleriana, lo cual se plasmó principalmente en el contubernio de Munich de septiembre de 1938 sobre partición de Checoslovaquia;107NOTA 107 y es que, a lo largo de esos años, se esperaba que Hitler lanzara su agresión al Este, con mayor o menor beneplácito occidental.108NOTA 108
No hablo ya de los apoyos de la democracia estadounidense (y de las europeas) a regímenes antidemocráticos, sean o no calificables de «fascistas», como las tiranías militares de América Latina, las monarquías autocráticas del Oriente Medio, la del Shah de Persia hasta su caída en 1979, la de Tailandia y así sucesivamente.
En todos esos casos hemos asistido a un entendimiento entre A y B (o situaciones afines a B). No extraeré una conclusión maniquea, al estilo de la guerra fría, diciendo que A=B, ni siquiera A≅B. Lo que se deduce de esos hechos es sólo una tesis más débil: que las relaciones entre A, B y C fueron muy complejas y variables y que es reductivo, esquemático y simplista inferir --según lo hace Bobbio-- B≅C de la premisa de que tanto B cuanto C se oponían a A.
13.4.4.-- La enemistad entre comunismo y fascismo
Si se diera la afinidad que afirma Bobbio entre comunismo y fascismo, esperaríamos que, a lo largo de su historia, generalmente hubieran sido fuerzas convergentes, materializándose en hechos una tendencia a entenderse y cooperar, al ser más aquello que los uniría que aquello que los separaría. ¿Sucedió así?
La respuesta a esa pregunta tiene que basarse en datos empíricos, en una investigación historiográfica detallada. Lo que con esos datos se puede demostrar es en qué medida se ha plasmado en los hechos una afinidad electiva entre esos dos movimientos, comunismo y fascismo, y en qué medida no ha sido así.
Lo que demuestran los hechos es que la enemistad entre comunismo y fascismo fue mortal, violentísima, sin la más mínima concomitancia, sin acercamiento mutuo, sin tregua, sin cuartel, salvo, muy parcialmente, en el bienio 1939-41; más exactamente durante los 669 días de vigencia del pacto de no agresión Ribbentrop-Molotof.
Digo que muy parcialmente porque el estudio de la línea política de los principales partidos comunistas prueba que no atenuaron en esos 22 meses la lucha contra sus enemigos fascistas en la cual estuvieran ya empeñados antes del 23 de agosto de 1939.
Cuatro eran los principales partidos comunistas: el chino, el alemán, el francés y el italiano. En alianza nominal con el Kuomintang del dictador militar Chiang Kai-shek, el PC chino estaba enfrascado en una lucha armada contra la agresión del Imperio Japonés. El Japón era, claro está, el aliado número uno de la Alemania hitleriana, unido a ella por el Pacto Antikomintern. ¿Hubo alguna aminoración de la hostilidad al Japón por parte del PC Chino durante ese período de 669 días? No, en absoluto. El estudio de la historia china desmiente cualquier hipótesis de ese tenor.109NOTA 109
Tampoco el PC italiano aminoró en lo más mínimo su lucha por derribar al régimen mussoliniano, sino que, al revés, obtuvo en ese bienio nuevos avances, ampliando su acción y colocando sus peones agazapados para dar un fuerte zarpazo contra el fascismo cuando llegara el momento oportuno.
13.4.4.1.-- Alemania
El PC alemán no era en 1939 ni la sombra del orgulloso y potentísimo partido que --con cien diputados en el Reichstag, seis millones de votantes y cerca de medio millón de afiliados-- había sido en vísperas del asalto nazi al poder en 1933; el único partido que había disputado a las milicias nazis el dominio de la calle, peleando, a brazo partido, por poner coto a los desmanes de las SS y las SA.110NOTA 110 Hitler lo trituró con su represión feroz (una represión que no ejerció, ni remotamente, contra las demás fuerzas políticas, ni siquiera contra los socialistas). Aun así, no había logrado destruirlo. No sólo era una fuerza considerable en las cárceles y en los campos de concentración, sino que, además, sus células clandestinas seguían existiendo en muchas ciudades alemanas, distribuyendo propaganda, promoviendo pequeñas movilizaciones y actos de sabotaje.
Una de las quejas del régimen hitleriano contra los rusos durante el bienio 1939-41 fue la de que la distensión de las relaciones germano-soviéticas no se había traducido en absoluto en una disminución de la hostilidad anti-hitleriana del clandestino PC alemán ni en un relajamiento de su lucha revolucionaria. Moscú no impartió ninguna consigna a sus camaradas alemanes de suavizar su oposición al régimen nacionalsocialista.
En efecto, a raíz del pacto Ribbentrop-Molotof, el secretariado del PC alemán, KPD --que trabajaba clandestinamente en París-- emite un comunicado el 25 de agosto de 1939 llamando a la solidaridad de los obreros alemanes con todos los pueblos oprimidos o amenazados por los nazis, demandando la autodeterminación de Austria y Checoslovaquia así como la paz con Polonia. En caso de estallido bélico, el proletariado alemán debería --sigue diciendo el comunicado--, igual que en 1914, considerar que el principal enemigo era doméstico.
Una Declaración del comité central del KPD emitida en Estocolmo el 3 de septiembre llamaba a la unidad obrera para derribar la dictadura nazi. En sucesivos documentos del KPD se afianza la hostilidad al régimen hitleriano, aunque también se ataca al imperialismo anglo-francés.
A la vez, la Gestapo recrudece su encarnizada represión contra el KPD, encarcelando a miles de presuntos militantes, provocando así una exacerbación de los ánimos antinazis de los comunistas alemanes --si es que alguno había vacilado. Un impresor de la juventud comunista, Heinz Kapelle, autor de un manifiesto antibelicista, fue torturado durante meses y sentenciado a muerte en febrero de 1941.
El KPD condenó la política belicista de Hitler, defendiendo la libertad de Bélgica, Holanda, Dinamarca, Nortuega y Luxemburgo, los primeros países de Europa occidental arrollados y sojozgados por la Wehrmacht. Con matices de redacción, persiste la beligerancia revolucionaria antinazi, de suerte que la operación Barbarroja no determinará ningún viraje en la actitud del KPD con respecto al régimen, aunque sí con relación a los aliados occidentales.
Lejos de cesar en su actividad clandestina para moldarse al régimen hitleriano, el KPD intensificó el envío de instructores al interior --principalmente desde Estocolmo--, consiguiendo reconstituir células clandestinas (en junio de 1941 las tenía en 89 fábricas berlinesas), aunque con una eficacia minada por la infiltración de la Gestapo en la dirección local.111NOTA 111
13.4.4.2.-- Francia
Sobre el PC francés se ha dicho que, siguiendo la estela moscovita, en ese bienio 1939-41 adoptó una postura neutral o incluso favorable a Alemania. Voy a demostrar que no es así. Para empezar, he de hacer una aclaración. Algunos historiadores sostienen que, si bien el PCF estuvo, desde el comienzo, radicalmente opuesto al régimen de Vichy, sus ataques al poder del Mariscal no implicaban una similar hostilidad al ocupante germano. Los textos desmienten ese distingo. De un lado, sería puramente abstracto y conceptual, ya que la dominación alemana, impuesta al pueblo francés en junio de 1940, era inseparable del poder de su necesario instrumento, el régimen del mariscal Pétain. Pero además los textos que voy a citar claramente estigmatizan, no sólo a Pétain, sino también al fascismo alemán --apreciándose, eso sí, una intensificación progresiva de tales ataques a medida que se aproxima el fin del bienio, señal de que se presagiaba que una pronta e inexorable agudización de esa lucha.
El lunes 17 de junio de 1940, en Gradignan (cerca de Burdeos), una octavilla titulada «Appel», redactada por Charles Tillon en nombre de la dirección del PCF, afirma:
Unos días después el mismo Tillon hace circular una segunda proclama, con el título «Pour la défense de la liberté et de l'indépendance: Rassemblement», en la cual leemos:
Ya antes de que se otorgaran plenos poderes a Pétain, el PCF había lanzado, así, un llamamiento incendiario contra el régimen que estaba a punto de instaurarse y cuya preparación venía de lejos.
Un tercer manifiesto del PCF, también redactado por Tillon, titulado «Union du peuple pour libérer la France» (al parecer de agosto de 1940) --conocido como «el Manifiesto de Burdeos»--, afirma:
En ese folleto se anuncia una participación del gobierno fascista de Vichy en la guerra al lado de Alemania y, premonitoriamente, «en vue de l'agression dont ils rêvent contre l'URSS, et de bénéficier d'un nouveau partage du monde, en échange de l'exploitation sanglante du pays». En otro pasaje se dice: «La classe ouvrière n'oubliera pas qu'une autre issue aurait pu être trouvée pour la France, si tous les partis n'avaient pas ensemble, réprimé l'appel du Parti communiste qui demandait notamment en mai 1940 (par l'Humanité illégale et ses publications éditées au prix de tant d'abnégation) le rétablissement des libertés démocratiques, des mesures brisant la 5e colonne, un gouvernement sans traîtres, et capable de faire appel à l'Union Soviétique pour pratiquer une politique d'amitié confiante, permettant sa collaboration en faveur du rétablissement de la paix véritable dans le monde».112NOTA 112
Irá haciéndose cada vez más virulenta la propaganda del PCF contra el régimen del mariscal Pétain. En octubre, cuando el gobierno de Vichy planea entrar indirectamente en la guerra en el bando del Eje, se publica el artículo «À bas la diplomatie secrète!», donde leemos:
En el folleto «Le Parti communiste a vingt ans» redactado por Gabriel Péri y difundido en febrero de 1941 para conmemorar el vigésimo aniversario del PCF leemos:
En febrero de 1941, el PCF lanza el folleto «Pour le Salut du peuple de France» con una tirada clandestina de varios centenares de miles de ejemplares. Extracto estas frases:
El folleto «Non, le Nazisme n'est pas le Socialisme» redactado en abril de 1941, asimismo por Gabriel Péri, afirma:
En ese folleto se ataca al nazismo en términos de extrema indignación, calificándolo de burda superchería y de monstruosa estafa; el nazismo es servidor de la plutocracia que dice combatir. Asimismo se denuncia vigorosamente al antisemitismo.
De todo lo cual se extraen tres conclusiones:
1ª) Que, en el período de junio de 1940 a junio de 1941, el PCF denuncia la capitulación ante Alemania (por los mismos que, poquito antes, habían perseguido al PCF a causa de haber propuesto negociaciones de paz con el gobierno de Berlín a fin de prevenir las hostilidades), enarbolando la bandera de lucha a muerte por el derrocamiento del régimen fascista de Pétain.
2ª) Que la propaganda comunista va adquiriendo una tonalidad más vehemente contra el invasor germano a medida que se acerca el final de ese lapso --sin ninguna duda siguiendo las indicaciones de Moscú.
3ª) Que todo eso no es óbice para que, simultáneamente, el PCF se oponga absolutamente a cualquier pacto con la France libre del expatriado general de Gaulle y a combatir a los alemanes en alianza con la Gran Bretaña (en coherencia con su visión de la guerra desde septiembre de 1939 como guerra imperialista y, por lo tanto, injusta por ambos bandos). Por eso, no hay en la propaganda comunista de ese período ninguna indicación de que el PCF preconice o prepare una lucha armada.
En ese tiempo, el PCF aspira a seguir luchando por la vía pacífica, incluso contra los alemanes. (Había solicitado la publicación legal de l'Humanité, iniciativa absolutamente legítima; los periódicos de orientaciones no comunistas seguían publicándose bajo la ocupación.)
He aquí un ejemplo de su lucha. Los dos departamentos de Norte y Pas-de-Calais han sido convertidos por los ocupantes en una «zona prohibida» directamente dependiente del mando militar alemán de Bruselas. Movidos por su avidez de ganancias --y, en parte, también empujados por la presión de la Oberfeldkommandantur 670 de Lille, a fin de contribuir al esfuerzo bélico--, los empresarios mineros imponen a sus trabajadores una prolongación de horarios laborales más una intensificación de las cadencias, todo ello en detrimento de la seguridad. En septiembre de 1940 dos aprendices mueren asfixiados en el piso 210 del pozo Dahomey de Dourges. Cunde la indignación. La vida de los mineros se hace muy penosa por la escasez, el racionamiento y el frío. La Compañía minera de Dourges reintroduce el pago a destajo.
Entonces, el PCF lanza una acción huelguística que trae en jaque a los dueños de las minas e, indirectamente, al invasor. Iníciase el combate el martes 27 de mayo de 1941 en el pozo 7 de Montigny-en-Gohelle, que cesa el trabajo bajo el liderazgo de Michel Brulé, joven comunista que encabeza el Comité de unión sindical y de acción (CUSA). Extiéndese el paro a toda la cuenca, ampliándose las reivindicaciones; piden aceite, pan, jabón y el cese de las vejaciones. La única organización presente entre los mineros es el clandestino PCF (ilegal desde septiembre de 1939).113NOTA 113
Reorganizado en torno a Auguste Lecoeur y Julien Hapiot --veteranos del combate antifascista en España-- y a figuras del sindicalismo minero como Nestor Calonne, el PCF impulsa la lucha de modo que, a comienzos de junio, están en huelga 100.000 trabajadores, o sea el 80% del personal. También juegan un papel activo las mujeres de los mineros, que se manifiestan.
Viene aplastada la huelga por la represión conjunta de los propietarios, sus agentes, los ingenieros de minas, y los militares germanos, quienes practican una tremenda redada y deportan a Alemania a cientos de presuntos líderes. No obstante, los huelguistas consiguen algunas de sus reivindicaciones, como aumentos salariales y mejoras de abastecimiento.114NOTA 114
En suma, ese único paréntesis temporal de parcial coincidencia entre nazi-fascismo y comunismo que es el de vigencia del pacto germano-soviético del 23 de agosto de 1939 (que fenece con la agresión alemana del 22 de junio de 1941) dista de ser un tiempo de connivencia o de alianza entre esos dos movimientos, más allá de la colaboración interestatal entre las dos potencias, marcada por hondas desavenencias y ásperas fricciones desde el verano de 1940.
13.5.-- Falta un estudio doctrinal comparativo
Puesto que Bobbio considera comunismo y nazi-fascismo como dos ideologías gemelas, dos utopías que, por igual, se oponen a su común enemigo, la democracia, o sea, puesto que, aparte de una tesis historiográfica de convergencia fáctica entre esas dos corrientes,115NOTA 115 lo que formula es un aserto de coincidencia ideológica y de génesis doctrinal,116NOTA 116 hubiera esperado el lector que lo sustentara en alguna cita, en algún análisis de textos, en alguna sinopsis de una y otra ideología, en algo; no que quedara enunciado, como si tal afinidad ideológica se siguiera del hecho bruto de que, cada una por su lado, luchó contra la democracia y practicó atrocidades (callando, por cierto, las cometidas por esa misma democracia, que ya he mencionado en páginas anteriores).
Pienso que cualquier lector de este trabajo conoce suficientemente la ideología marxista.117NOTA 117 El marxismo se basa en siete principios:
Ahora comparemos esa concepción con la ideología hitleriana, según la he expuesto al final del capítulo I de este trabajo. ¿Qué coincidencias hallamos? No veo ni un solo elemento coincidente, ni un solo aserto compartido, como tampoco ninguna influencia común.
Podríamos pensar que, al menos, tienen en común el aprecio por Darwin. Sin embargo esa consideración es errónea. Si Marx y Engels, efectivamente, expresaron su aprobación de la obra de Darwin en los meses siguientes a su aparición, era porque, a su entender, aportaba un argumento más a favor del ateísmo y del materialismo, no porque les sirviera absolutamente para nada en su teoría social.
Como materialistas dialécticos concebían el cosmos en evolución y, por lo tanto, eran transformistas.119NOTA 119 Desconfiaban del finalismo de Lamarck, pues la teleología les sonaba a teísmo o deísmo, al menos residual. (Claro que, reconózcanlo o no, su propia concepción de la historia es teleológica.) Alababan como una teoría adecuada para dar cuenta de la transformación o evolución de las especies la explicación de Darwin (si es que es explicar decir que todo estriba en que se producen mutaciones porque sí --o en virtud de causas desconocidas-- y que, de ellas, se mantienen las que, por casualidad, resultan adaptativas, o sea aquellas que hacen a sus portadores más suited to the environment; aparte de la tautología de que tienden a sobrevivir los más aptos, o sea aquellos que tienden a sobrevivir).
Era tabú para Marx y Engels aplicar el darwinismo al ámbito social, ya que, antes bien, son hondamente dualistas --como gran parte de la filosofía del siglo XIX y del XX--: el hombre es un ser natural, pero, a la vez, como trabajador, como productor, transciende la naturaleza, haciéndose extranatural; son diferentes las leyes del desarrollo natural y las del desarrollo social (nunca consideran otras sociedades que no sean exclusivamente las humanas). El reino de lo humano ya no es el reino de la naturaleza; ha emergido de ella, mantiene su base material-natural, pero es también otra cosa irreducible, transnatural.
Aunque, a poco de publicarse la obra de Darwin, Marx cayó en la trampa de ver en la misma un fundamento para su propia teoría de la lucha de clases, en seguida cambió, repudiando cualquier paralelismo entre las leyes de la evolución natural y las de la evolución social; es más, releyendo el libro de Darwin, se fue haciendo más crítico, atacando sus fundamentos malthusianos, sin los cuales el darwinismo no tiene sentido alguno.
Además, el marxismo estaba ya elaborado en todo lo esencial cuando, a fines de noviembre de 1859, se publica la primera obra de Darwin El origen de las especies. Unos meses antes, en junio, había visto la luz la Contribución a la crítica de la economía política, la gran obra teórica del Marx (antes de El capital), que compendia su filosofía del materialismo histórico y su teoría económica. Esa obra pasó desapercibida, no siendo reseñada por nadie y ni siquiera halló eco entre los adeptos de las ideas de Marx (los entusiastas del Manifiesto del partido comunista de 1848). La posteridad le ha reservado los honores de una brillante síntesis, mil veces citada.
A partir de entonces todos los marxistas han profesado oficialmente su adhesión al darwinismo --aunque muchos de ellos repudiaron, enérgicamente, el neodarwinismo de August Weismann. El científicamente poco glorioso episodio de la biología en la URSS en los años cuarenta demostró, empero, que, por detrás de esa profesión darwiniana, pedía darse en el marxismo otra visión de la evolución, mucho más cercana a Lamarck.120NOTA 120
En suma, hay que relativizar ese único punto de contacto, el común aprecio por Darwin (compartido, además, por toda o casi toda la ciencia oficial occidental). De ninguna manera sirve de indicio de una afinidad ideológica entre dos doctrinas que no pueden ser más radical y absolutamente opuestas.
13.6.-- La debilidad del triádico análisis conceptual de Bobbio
Al margen de todas estas consideraciones, hay que señalar una fundamental falla analítica en el enfoque triádico de Bobbio. Al establecer ese terceto de {A, B, C}, no sigue pauta alguna de análisis conceptual. De hecho, mientras que A y C son conceptos, respectivamente de filosofía política y de filosofía social, B es una categoría puramente historiográfica, que denota un fenómeno contingente y circunstancial de la historia del siglo XX, con perfiles confusos, eso que englobamos bajo el rótulo de «el fascismo» o «el nazi-fascismo».
En efecto, la democracia es un concepto de filosofía política, como poder del pueblo, opuesto a la aristocracia, poder de una minoría selecta, y a la monocracia, poder de uno solo. Desde luego ese concepto de democracia ha evolucionado desde la antigüedad. Las instituciones atenienses serían hoy consideradas antidemocráticas por muchas razones, aunque se adaptaran para hacerlas viables en nuestras sociedades modernas.121NOTA 121 A pesar de su metamorfosis, la democracia de hoy y la de otras épocas tienen algo en común.122NOTA 122 De suyo la democracia es indiferente a que haya o no comunismo, o sea a que todos los bienes sean comunes.
El comunismo es también un concepto, mas no de filosofía política, sino de filosofía social. Consiste en proponer que todos los bienes sean comunes, que no haya propiedad privada. Se ha atribuido a San Ambrosio, a San Basilio, a Wiclef, a Tomás Münzer, a los anabaptistas, a Santo Tomás Moro, a Campanella y a Gerrard Winstanley (los true levellors de la revolución inglesa); más cerca de nosotros, son comunistas las doctrinas de Mably, Morelly (probablemente Diderot), Babeuf, Cabet, Weitling, Blanqui, Marx y muchos otros. Si la democracia --como concepto abstracto-- es indiferente a que haya o no comunismo, el comunismo --asimismo como concepto abstracto-- es indiferente a que haya o no democracia.
El comunismo del siglo XX, el movimiento político internacional marxista-leninista, es sólo una realización particular y concreta de ese concepto abstracto del comunismo, igual que la democracia electiva occidental del siglo XX es una concreción del concepto de democracia. No tiene sentido contraponer los conceptos abstractos de democracia y de comunismo, porque pertenecen a registros diferentes. Sí tiene sentido oponer el comunismo actualizado en el siglo XX a la democracia electiva actualizada en ese mismo siglo y, aún más, el principal bloque político en el cual se plasmó y fortificó el primero, encabezado por Rusia, con el bloque opuesto en el que se plasmó la democracia electiva, el occidental, capitaneado por USA.
Sólo que hay que saber qué se está haciendo, si análisis conceptual o historiográfico. Sólo acarrea confusión introducir al tercero en discordia, el fascismo, como si también fuera un concepto de filosofía política o de filosofía social. Su introducción únicamente es aceptable cuando lo que estamos haciendo es un examen historiográfico de los hechos políticos del siglo XX.
13.7.-- La coyuntura político-intelectual de 2001
No podemos pasar por alto que el virulento anticomunismo de N. Bobbio sólo se produce después de la caída del bloque oriental y de que el PCI haya mudado de nombre, renegado de su pasado y abrazado alborozadamente la causa del occidentalismo, del atlantismo.
Anteriormente un anticomunismo de ese tenor le habría valido a quien lo profesara la hostilidad --incluso con cajas destempladas-- de amplios sectores del público culto, lo cual acarrearía renunciar, no sólo a agasajos, invitaciones y lisonjas publicitarias, sino --peor que eso-- el riesgo de ser ninguneado en los amplios círculos de la intelectualidad italiana cercanos al PCI o a alguna de sus desgajadas ramificaciones;123NOTA 123 no ya ser ninguneado, sino boicoteado y zaherido, particularmente en el medio académico. (Es eso lo que le da un valor a un hombre como Raymond Aron, anticomunista extremo cuando eso se pagaba.)
En 2001 soplaba el poniente, no el levante.124NOTA 124 Ya sabemos: no es la veleta la que gira; es el viento.
Referencias
1
[NOTA 1]
Estos datos y bastantes de los que siguen los tomo de Nitsch, 2014.
[NOTA 2]
El texto de la carta está reproducido en muchos sitios; aquí la tomo de wikipedia: it.m.wikipedia.org/wiki/Norberto_Bobbio.
[NOTA 3]
La preparación de la agresión contra Etiopía, ya vagamente planeada desde el final de la I guerra mundial, toma cuerpo con la carta de Mussolini a Badoglio del 30 de diciembre de 1934, anunciando que el conflicto se resolverá como siempre se han resuelto tales desavenencias: por el recurso a las armas. El 16 de enero de 1935 el Alto Comisariado para el África Oriental viene confiado a De Bono. (V. Milza & Berstein, 2004, p. 395.)
[NOTA 4]
Si bien, en su desenlace final, la conquista italiana de Etiopía en 1935-36 suscitó una desaprobación formal de los colonialistas franceses e ingleses, los unos y los otros la habían venido favoreciendo desde decenios atrás. En 1925 Inglaterra había otorgado a Italia licencia de manos libres en Etiopía (Milza & Berstein, 2004, p. 368). Diez años después fue el ministro francés de exteriores, Pierre Laval (futuro jefe del gobierno fascista de Vichy), quien, de facto, también vino a conceder a Mussolini «manos libres» en Etiopía (ibid., p. 387). Sólo que luego los acontecimientos siguieron un rumbo imprevisto. Los anglofranceses pensaban que Italia impondría un protectorado en Etiopía, pero el Negus, con el apoyo de todo su pueblo, desafió a los agresores italianos, quienes, ante su terquedad, hubieron de llevar a cabo una feroz guerra de conquista, convirtiendo a Abisinia en una colonia italiana. Siendo Etiopía un país miembro de la Liga de Naciones, denunció la invasión; la Liga la condenó e impuso algunas sanciones (USA en seguida declaró que no las acataría). Los anglofranceses tuvieron que hacer remilgos, aunque su oposición fue la mínima posible. (V. también Dino Biondi, El tinglado del Duce, Barcelona: Planeta, 1975, p. 277.)
[NOTA 5]
Tal vez algo de eso sería todavía indagable --o lo era en los años noventa, hace ya un cuarto de siglo--; mas no parece que haya habido interés alguno por esas indagaciones.
[NOTA 6]
En (Occone, 2003), Guido Martinotti, en su contribución «La lettera al Duce: Storia di spie e nefasti rancori» nos acusa a quienes recordamos esa carta al Duce de 1935 --viendo en ella un dato que es ilícito omitir en la biografía intelectual de Bobbio-- diciendo, nada menos, que aplicamos una técnica ideológica totalitaria, en cuanto confrontamos el comportamiento concreto de una persona con un modelo abstracto ideal para deducir de ahí un juicio negativo «capcioso», siempre que la conducta concreta se desvíe de la norma abstracta. Según Martinotti, obrar así es un típico procedimiento deshumanizante, igual al que se practica haciendo ponerse un uniforme de rayas a un preso (p. 65). Resulta asombroso hasta qué punto se llega en la hagiografía. No consigo captar la lógica de Martinotti. Juzgamos la juridicidad o antijuridicidad de una conducta confrontándola con el modelo «abstracto» que viene trazado en la norma jurídica. Si los juicios morales son verdaderos o falsos (no meras exclamaciones de aprobación o desaprobación), la evaluación moral de una conducta se hará confrontándola con valores éticos, evidentemente abstractos. (Igual que, para determinar el peso, la longitud o el volumen, confrontamos el objeto que medimos con un modelo abstracto.)
Martinotti opone a ese modo «deshumanizante» de juzgar esa concretísima conducta de Bobbio en 1935 el recuerdo de una actitud dialogante del mismo personaje 42 años después. Pero ¿qué tiene que ver? ¿Cualquier conducta de cualquier sujeto es éticamente absolvible si ese sujeto ha tenido o tendrá conductas loables en otros momentos de su vida? ¿O sólo se aplica a Bobbio ese especial rasero evaluativo? (Además, Bobbio no siempre ha sido tan dialogante, según lo veremos más abajo.)
No parece muy liberal tachar de totalitarios a cuantos discrepen de las propias opiniones o valoraciones.
[NOTA 7]
De hecho mantuvo durante esos años su empadronamiento en Turín, adonde volvía para pasar las vacaciones.
[NOTA 8]
V. Peña, 2011.
[NOTA 9]
V. Di Lucia, 1997, pp. 29-35.
[NOTA 10]
V. web.unicam.it/museomemoria/accademia/bobbio.htm.
[NOTA 11]
Texto tomado del artículo «Il camerata Norberto Bobbio», https://forum.termometropolitico.it/257520-il-camerata-norberto-bobbio.html, acc. 2016-05-07.
[NOTA 12]
V. D'Addio, 2011 p. 118, n. 11.
[NOTA 13]
De hecho no contraerá matrimonio hasta 1943, con Valeria Cova.
[NOTA 14]
A Bobbio --quien, según lo vamos a ver, se benefició muchísimo, indirectamente, de esas disposiciones--, las leyes raciales de 1938 (que de manera inmediata frustraron la carrera de su amigo Renato Treves, forzándolo al exilio argentino) le suscitaron una actitud igual a la que se tiene ante una epidemia, una borrasca o un rayo. Que yo sepa jamás las alabó y hasta lamentó el perjuicio para su amigo, pero como si fuera resultado de una calamidad natural. No he visto referencia probatoria alguna de una condena del legislador que promulgaba tales monstruosidades.
[NOTA 15]
Ciertamente el racismo se practicaba en las colonias italianas; el régimen de Mussolini lo agravó, prohibiendo los matrimonios mixtos en el África oriental italiana, tras la conquista de Etiopía; pero nadie había pensado que ese racismo se iba a aplicar a italianos de muchas generaciones indiscernibles de los demás por sus nombres, apellidos y apariencia somática.
Según se dice en Alberto Moravia & D. Maraini, Il bambino Alberto -- Intervista, Milán: Bompiani, 1986, pp. 34-39: «Gli ebrei italiani erano tutti molto più italiani che ebrei. In tutti i casi erano quasi sempre dei borghesi. Per questo spesso sono stati dei fascisti».
[NOTA 16]
Entiendo que el asunto de su soltería se deja en suspenso, esperando contraiga pronto matrimonio.
[NOTA 17]
Hay que decir que de 1.200 profesores universitarios, sólo doce habían rehusado el juramento; más abajo volveré sobre esta faceta de los hechos.
[NOTA 18]
V. Fiorot, 2011.
[NOTA 19]
La mayor parte de estos datos los tomo de (Canfora, 1985). Asimismo, a ese libro debo muchas de las informaciones recogidas en las páginas siguientes.
[NOTA 20]
Al parecer, Biggini era plenamente consciente --como lo eran todos los capitostes de la «república social», hasta el propio Mussolini-- de la imposibilidad de vencer en la guerra. Sólo aspiraban a ganar tiempo para buscar una paz sin destrucción del régimen (lo cual era imposible). Biggini era de los poquísimos (quizá el único) que preferían una paz separada con los soviéticos, para echar a los angloamericanos de Italia. Tal vez eso explique su benevolencia hacia Marchesi.
[NOTA 21]
Para ello tuvo que ponerse en manos de un «traficante de seres humanos» como ahora dice la prensa; cada paso clandestino de la frontera costaba 10.000 liras, una suma significativa.
[NOTA 22]
Habría sido, claro, con seudónimo o bajo anonimato, pero, tras la liberación, se habría revelado quién lo habría escrito.
[NOTA 23]
Los ocupantes alemanes, no obstante, prohibieron las medidas socializantes que --para vengarse de una alta burguesía que lo había traicionado-- quiso establecer Benito Mussolini en las postrimerías de su poder.
Serían erróneas cualesquiera comparaciones con otros países donde también ha habido fascismo --como España. La situación italiana del otoño de 1943 a la primavera de 1945 fue única, dificilísima de entender sin un conocimiento muy prolijo y hondo de la realidad histórica italiana. A la «república social» se oponían no pocos monárquicos, terratenientes, aristócratas, oligarcas financieros, grandes burgueses y vaticanistas de antaño, aunque también, desde luego, los comunistas (sus más enérgicos e irreconciliables enemigos) y los adeptos de nuevos partidos clandestinos aliadófilos --de ideología vaporosa--, como los accionistas y los demócrata-cristianos. El neofascismo «republiquino» quiso volver al viejo fascismo de reivindicación proletaria de 1919, con un énfasis laboralista, socialista y anticapitalista --que quedó en casi nada por el veto de los alemanes. Además, las ciudades italianas eran salvajemente bombardeadas por la aviación angloamericana. El minúsculo «reino del sur», arrinconado en la Apulia, era tan poco independiente como lo era la república de Salò en el centro-norte. En ese torbellino, ni todas las simpatías al nuevo régimen de Mussolini venían de elementos reaccionarios ni todas las oposiciones eran de signo democrático, menos aún necesariamente progresista.
El fascismo italiano ha sido diverso del español y del alemán. En Italia era de origen socialista; de ese socialismo renegó completamente en el veintenio de poder monárquico, 1922-43, en el cual el fascismo mussoliniano fue el instrumento cruel y violento de la reacción clerical-monárquica, de la oligarquía financiera y latifundista, del militarismo imperialista. Pero a ese origen quiso tardíamente volver --o, mejor dicho, se imaginó que quería volver-- en el período terminal de la República de Salò. Nada en común con España, donde el falangismo fue, desde sus orígenes, un movimiento de la aristocracia terrateniente y monárquica, del gran capital, con apenas el mínimo barniz pseudo-medio-socializante (el nacionalsindicalismo vertical). El fascismo español ni emanó nunca del socialismo ni siquiera tuvo éxito en su intento de catequizar al anarcosindicalismo. (Tal vez lo habría logrado con Ledesma Ramos, pero éste fue astutamente eliminado por las intrigas y zancadillas del advenedizo marqués de Estella, respaldado por los círculos de magnates del dinero.)
[NOTA 24]
Parece incluso que unas semanas antes de la caída final y completa del régimen mussoliniano, en febrero de 1945, todavía el ministro fascista de Educación Nacional, Alberto Biggini, contempló ascender a Bobbio, atribuyéndole la anhelada cátedra de Turín; ese episodio, sin embargo, ha sido rectificado por el propio Bobbio, aunque lo cierto es que hubo, en tal sentido, alguna gestión cerca de Biggini.
[NOTA 25]
Antecedente de los planes de federalización varios decenios después, siempre emanados del septentrión; tales planes implican enterrar el legado del Risorgimento garibaldino.
[NOTA 26]
V. Camillo Langone, Cari italiani vi invidio, Fazi Editore, 2013. ISBN 9788876252532. V. asimismo Benedetto Coccia, Quarant'anni dopo: Il sessantotto in Italia fra storia, società e cultura, Editrice Apes, 2008, ISBN 9788872330418 y http://www.cristinacampo.it/public/cestinate%20cattabiani%20avvenire%20gennaio%202000.pdf, acc. 2016-05-29. El relator de la memoria de Cattabiani era el republicano Luigi Firpo, quien defiende al laureando. A Bobbio le contestó otro miembro del tribunal, Alessandro Passerin d'Entrèves, quien señaló que no se discutía sobre Joseph de Maistre, sino sobre una tesis acerca de de Joseph de Maistre, por lo cual el único tema de debate era si la tesis estaba o no científicamente bien elaborada. Sin embargo, Cattabiani tendrá que desistir de cualquier carrera académica, dedicándose al mundo editorial y al periodismo.
[NOTA 27]
No siempre --ni mucho menos-- son respetuosos de la libertad ajena quienes más alardean de ser adalides del liberalismo. Puede que todos tendamos a respetar la libertad de opinión de los demás cuando están de acuerdo con nosotros. Pero a veces los liberales pueden ser menos tolerantes que quienes profesan otras visiones del mundo; tan persuadidos están de que su ideología es la justa --por ser la única respetuosa de la libertad--, que se sienten exasperados ante las doctrinas discrepantes. Dentro de sus parámetros, todo; fuera de ellos, nada. En cambio, aquellos pensadores que no ponen la libertad por encima de todo (que no la erigen en el valor privilegiado en un orden lexicográfico --en palabras de Rawls) pueden ser menos intransigentes y más conscientes de que su propia adopción de un determinado enfoque doctrinal es una opción posible, no la única, por lo cual otras opciones son dignas de respeto.
[NOTA 28]
En 1968 su hijo primogénito, Luigi (nacido en 1944) funda la organización ultraizquierdista Lotta continua. Hoy es catedrático de ciencia política de la Universidad de Turín.
Recuerdo, con amargura, el desquiciamiento de lo que empezó siendo un movimiento de masas juveniles por causas justas (lucha contra la agresión imperialista estadounidense en Vietnam, solidaridad con los países del tercer mundo víctimas del neocolonialismo, ampliación del estado del bienestar --cuyas realizaciones no habían estado a la altura de sus promesas, a pesar de la favorable coyuntura económica) para acabar convirtiéndose en tumultos y algaradas sin sentido, lucha contra los exámenes (y hasta contra las enseñanzas consideradas superfluas o desfasadas por los nuevos oscurantistas), hostigamiento a los profesores (incluso a los más progresistas), la contestación por la contestación, la «prohibición de prohibir» (v. Peña, 2008) y la subversión de los valores dizque burgueses (en realidad los valores históricamente enaltecidos por el movimiento obrero), como el esfuerzo, el trabajo, la lealtad, la disciplina, el conocimiento, la cultura y el patriotismo. (V. mi autobiografía (Peña, 2010).)
Otro de los disparates de aquel movimiento juvenil fue una reactualización de una vieja fábula, la de «reformar la vida» --lo cual, en ese caso, significaba rechazar la «sociedad de consumo», optando por una existencia más natural, prescindiendo de lo superfluo. Eso llevó a algunos sesentayochistas a una emigración de la ciudad al campo y a otros a adherirse al movimiento hippy. Cualesquiera que sean sus inexactitudes, sus debilidades artísticas y sus desaciertos, es significativa de aquella deriva la película de André Cayette de 1969 Les chemins de Katmandou.
[NOTA 29]
V. Langobne, 2001, pp. 29-30.
[NOTA 30]
Sobre cómo Bobbio se convirtió en un apóstol para un amplio sector neo-comunista y neo-marxista en Italia, en España, en el Brasil y en otros países iberoamericanos, v. Filho, 2011.
[NOTA 31]
Turín: ed. UTET, 1976.
[NOTA 32]
De hecho, el propio Norberto Bobbio recoge varios de los rasgos que enumero a continuación en sus obras «L'ideologia del fascismo» --en Fascismo, antifascismo, resistenza, rinnovamento, Milán, 1975-- y Profilo ideologico del '900, Milán, 1990. Aun así, Bobbio se queda en las nubes, flotando, con una caracterización ideológica, en rigor imposible, puesto que la ideología fascista, la de cualquier fascismo, fue siempre una pseudoideología, sin perfil doctrinal mínimamente claro, justamente por su total irracionalismo, su rechazo de la lógica y su falta absoluta de fundamentos teóricos. Cualquier ideología fascista fue un amasijo de eslóganes, unas pocas ideas elementalísimas, primarias, divulgativas, sustentadas a posteriori con discursos acomodaticios de circunstancias. No excluye eso un cierto perfil ideológico, pero es más negativo que positivo; céntrase en sus rechazos: a la razón, a la masa, al populacho, a las libertades, a la igualdad, a la Ilustración, al progreso, a las virtudes de amabilidad, compasión y similares.
Por el contrario, yo ofrezco una definición enumerando rasgos del fascismo real, de los regímenes fascistas de los años 30 y 40, como los de Hitler, Mussolini, Horty, Franco, Antonescu, Ante Pavelic, en cierto grado la Francia del mariscal Pétain y algunos más. El régimen franquista mantuvo todos los rasgos que enumero aquí hasta su final, con la defunción del déspota el 20 de noviembre de 1975. (No hubo --contrariamente a lo que tantas veces, pero erróneamente, se pretende-- un franquismo postfascista.)
[NOTA 33]
Bajo el régimen de Mussolini, 1922-1945, se dictaron 28 mil años de encarcelamiento por delitos políticos, se extirpó a 80.000 libios del Gebel --expulsados al desierto, donde perecieron a mansalva--, se exterminó a 700.000 etíopes, se deportó a 45.000 italianos por motivos raciales o políticos, de los cuales 15.000 no regresarían de Alemania. Aunque hasta 1943 fue escaso el número de sentencias capitales (sólo 42), hay que agregar las ejecuciones extrajudiciales, como el asesinato de los hermanos Rosselli por la Cagoule en Bagnoles de l'Orne el 9 de junio de 1937, cumpliendo una misión confiada por el servicio secreto mussoliniano; eran primos carnales de Alberto Moravia. Uno de ellos, Carlo, fue el fundador de Giustizia e libertà, con algunos de cuyos simpatizantes tuvo una relación de amistad Bobbio antes de ser detenido en 1935, lo cual fue el motivo de su carta al Duce. Y de esa organización, de signo liberal-socialista, emanará el partito d'azione al cual estará afiliado Bobbio en la inmediata posguerra.
En 1979 Bobbio escribirá el ensayo «Liberalismo e socialismo in Carlo Rosselli», como introducción a la republicación del libro Il socialismo liberale, que Rosselli había redactado durante su cautiverio en Lipari en 1927 (Carlo Rosselli, Socialismo liberale, Turín: Einaudi, 1979). El libro de Rosselli es interesante (no mereciendo la implacable crítica que de él hizo Palmiro Togliatti), pero sus ideas son muy vagas, flotantes, mariposeando por aquí y por allá sin proponer, a fin de cuentas, nada claro ni medianamente preciso. Sería reductor tomar ese opúsculo como acabada expresión de las ideas de Rosselli, quien, después de escribirlo, todavía sufrió varias evoluciones: una de ellas, al comienzo de la guerra de España (en la cual combatió en el frente de Huesca), de aproximación al pensamiento libertario; la siguiente y última, de simpatía hacia el comunismo por su labor organizativa en la guerra española.
[NOTA 34]
Siendo unilateral, por excesivamente cargada de sociología marxista-leninista --la doble teoría de la lucha de clases y del capitalismo financiero--, no deja de ser pertinente --sin llegar a ser satisfactoria-- la definición que había propuesto el comunista búlgaro Jorge Dimitrof en el VII congreso de la Internacional comunista en Moscú, el 2 de agosto de 1935: el fascismo sería «la dictadura abiertamente terrorista de los elementos más reaccionarios e imperialistas del capital financiero», agregando una segunda definición: «El fascismo es el poder del propio capital financiero; es la organización de la venganza terrorista contra la clase obrera y el sector revolucionario del campesinado y de la intelectualidad».
La definición de Dimitrof, algo tosca, ha sido vehementemente criticada por otro marxista, Nicos Poulantzas, en su gran obra Fascismo y dictadura: La III Internacional frente al fascismo, Siglo XXI, 1971 (sin nombre de traductor). Poulantzas propone un concepto de fascismo articulado con enrevesadísimos y sutiles distingos conceptuales, inspirados en el estructuralismo de Althusser, a cuyo tenor el fascismo vendría a ser un bloque de poder en el cual estarían en alianza el capital financiero y la pequeña burguesía. Otros autores han ido más lejos, afirmando que, al menos en Italia, la conquista del poder por el fascismo fue la escalada de una masa proletaria, aunque la política socio-económica del régimen luego no fuera favorable a esa clase social. Considerando de sumo interés el análisis de Poulantzas (sobre todo en el prolijo estudio de las instituciones políticas de Alemania e Italia bajo aquellos regímenes), en el plano conceptual dudo que tales consideraciones nos hagan avanzar con relación a Dimitrof, quien se atuvo a lo esencial. Cualesquiera que fueran los apoyos populares de los fascismos (pequeño-burgueses o proletarios), el acceso al poder sólo fue posible por el sostén y el respaldo de la oligarquía, que fue la beneficiada por sus políticas, al paso que a los de abajo, como mucho, les cayeron migajuelas.
[NOTA 35]
Las rarísimas excepciones, en general, han sido las de reaccionarios, algunos criptofascistas o fascistoides --aunque no ha faltado un rarísimo pronunciamiento condenatorio desde las filas anticapitalistas.
[NOTA 36]
V. al respecto Papuzzi, 2004 y Greco, 2000.
[NOTA 37]
V. Risolo, 1994, pp. 50ss.
[NOTA 38]
V. Bobbio, 1991a, p. 39.
[NOTA 39]
V. http://archivio.feltrinellieditore.it/classici/SchedaTesti?id_testo=2498, acc. 2016-05-08.
[NOTA 40]
La ONU no ha declarado guerra alguna para poner fin a las ocupaciones de territorio extranjero que se prolongan durante decenios a consecuencia de guerras victoriosas; v.g., la de una parte de Cachemira por el Paquistán, o la de Israel --más allá de los límites interestatales fijados por la Asamblea General de la ONU en su plan de partición de Palestina del 29 de noviembre de 1947-- o la del norte de Chipre por Turquía.
[NOTA 41]
La cruel guerra perpetrada por los EE.UU. y sus amigos no fue tan espantosa como la que habían anunciado antes de empezar. Recordemos la amenaza del Secretario de Estado, James Baker III, al ministro iraquí de asuntos exteriores, el católico Tariq Aziz, de bombardear Mesopotamia back to the Stone Age. Habría significado hacer volver a esa cuna de la civilización a su situación hace casi seis milenios. La intención de hacerlo desmiente los propósitos humanitorios que USA y sus aliados puedan invocar en cualquiera de sus múltiples agresiones contra países díscolos a su hegemonía. (V. http://larouchepub.com/other/2003/3040iraq_witness.html, acc. 2016-06-23.)
[NOTA 42]
El bloque austro-alemán era el más avanzado en legislación laboral. De hecho, al reconquistar Francia la Alsacia-Lorena en noviembre de 1918, sus habitantes perdieron la asistencia médica y el seguro de jubilación.
[NOTA 43]
V. un recuento de tales intervenciones en Rosenfelder, 1996.
[NOTA 44]
V. Scott, 1985.
[NOTA 45]
V. Peña, 2009b.
[NOTA 46]
¿Ha habido guerras humanitarias? A juicio del autor de estas páginas, ha habido sólo una: aquella que, en la Navidad de 1978, emprendió la República socialista de Vietnam para emancipar al pueblo camboyano de la tiranía de los khmer-krahom (el régimen de Pol Pot) --fulminante intervención que, tras dos semanas de campaña, resultó victoriosa con la liberación de la capital, Phnom Penh.
¿Por qué fue una guerra justa? Porque la situación bajo Pol Pot era como la del salvajismo extremo de que hablaba el P. Vitoria. Si, en tres años y medio de reinado, los khmer-krahom habían matado a la cuarta parte de la población, es verosímil que, de haber continuado su poder unos cuantos años más, la masacre habría conducido al cuasiexterminio del pueblo camboyano. Se ha hablado de genocidio, lo cual no es correcto según la definición jurídica; pero, posiblemente, una prolongación de ese régimen sí habría conducido a un autogenocidio, una inmolación colectiva, único caso conocido en la historia universal.
¿Cuál fue la reacción de los humanitarios occidentales? Apoyar totalmente a los khmer-krahom (acogidos, con todos los honores, en el vecino reino de Siam) de dos modos: (1º) armando hasta los dientes a sus aliados monárquicos --acaudillados primero por el banquero Son Sann y luego por S.A.R. el príncipe Norodom Ranariddh--, gracias a cuyo apoyo (y a las armas que les dio la China posmaoista) pudieron seguir hostigando durante años a las nuevas autoridades con una maligna guerra de guerrillas (que mantuvo subyugadas ciertas comarcas fronterizas, martirizando a su población); y (2º) reconociendo a su exiliada camarilla como gobierno legal de Camboya y miembro de la ONU hasta 1993. Haciéndose eco del consenso occidental, su excelencia Mr. Jacques Leprette, embajador de Francia cerca de las Naciones Unidas, declaró en enero de 1979: «Où irions-nous si l'on entérinait le principe qu'on pourrait envahir un pays parce que son gouvernement viole les droits de l'homme?».
Las armas suministradas por las potencias occidentales no sólo fueron a parar a los aliados de los khmer-krahom, sino que éstos se las pasaron a los de Pol Pot, que eran la única fuerza combatiente real en su trimembre alianza, la cual no era más que una pantalla para disimular. (V. los magníficos reportajes de John Pilger: «Year Zero: The Silent Death Of Cambodia», http://vimeo.com/17634265; «Cambodia: Year One», http://vimeo.com/16367496; «Cambodia: Year Ten», http://vimeo.com/16367752; «Cambodia Year Ten Update», http://vimeo.com/16496040; «Cambodia: The Betrayal», http://vimeo.com/16367212; y «Cambodia: Return to Year Zero», http://vimeo.com/16366664; todos ellos acc. 2016-08-10. Del mismo autor, «How Thatcher gave Pol Pot a hand», The New Statesman, 2000-04-17 [acc. 2016-08-10 en http://www.newstatesman.com/politics/politics/2014/04/how-thatcher-gave-pol-pot-hand] y «The Long Secret Alliance: Uncle Sam and Pol Pot», Covert Action Quarterly, Fall 1997 [acc. 2016-08-10 en http://whale.to/b/pilger15.html]. V. también Kenton Clymer, The United States and Cambodia, 1969-2000: A Troubled Relationship, Routledge, 2013, ISBN 9781134341566.)
Otro caso infinitamente más dudoso es el que sucedió pocos meses después: la intervención de Tanzania en Uganda para derribar al tirano Iddi Amín Dadá en marzo-abril de 1979.
Las posteriores guerras de agresión occidentales con pretexto humanitario han invocado esos dos precedentes como si hubieran creado una norma jurídico-internacional consuetudinaria. Por tres motivos no es así. (1º) Porque ellos mismos condenaron la intervención vietnamita, financiaron la resistencia armada contra ella y mantuvieron jurídicamente proscrito al nuevo gobierno camboyano, fruto de tal acción; ahora bien, para que haya una norma consuetudinaria es preciso que las conductas conformes con ella se realicen según una opinio juris seu necessitatis; si no, trátase de un mero uso; y no hubo tal opinio juris cuando justamente quienes ahora aducen ese precedente lo estigmatizaron como antijurídico. (2º) Porque, para que se cree una costumbre jurídicamente vinculante, es menester que se acumule un número de realizaciones con frecuencia y repetición suficientes, a lo largo de un tiempo, no un par de casos aislados (y, además, simultáneos). (3º) Porque, aun admitiendo que las dos intervenciones vietnamita y tanzania hubieran sentado precedentes bastantes para generar, por sí solas, una nueva costumbre jurídico-internacionalmente vinculante, el supuesto de hecho al que se aplicarían sería el de un estado equivalente al salvajismo, una extinción de vida civilizada, un retroceso histórico de milenios, no de siglos.
Notemos, en fin, que ese mismo año 1979, después de haber condenado la intervención vietnamita --que salvó la vida de seis millones de camboyanos--, la Francia de Valéry Giscard d'Estaing interviene militarmente en Centroáfrica para derribar al emperador Bokassa I (quien se había adueñado del poder en 1965-12-31 --el golpe de la San Silvestre-- gracias, si no a la acción de la Françafrique de Focard --secrétaire général des Affaires africaines et malgaches de la presidencia francesa--, al menos sí con el visto bueno de París; sólo que el incidente de los diamantes regalados a Giscard lo había convertido en un personaje molesto, del cual había que desembarazarse). En la noche del 20 al 21 de septiembre de 1979, hallándose de visita en Trípoli, Bokassa viene derrocado por el Servicio de documentación exterior y contraespionaje (SDECE) y por las tropas de paracaidistas franceses. David Dacko, el expresidente derribado en 1965 por Bokassa, viene reinstalado en la presidencia por los paracaidistas. La excusa de la intervención militar francesa era la de que el gobierno de Bokassa había violado los derechos del hombre.
[NOTA 47]
Hegel es selectivo en sus simpatías y antipatías, dependiendo, en buena medida, de sentimientos variados, entre otros los de pertenencia religiosa. Sin ser muy religioso (quizá en el fondo de su alma, nada religioso), es y se siente protestante, viendo como progreso cuanto, en la historia de Europa, ha propiciado el poderío del cristianismo protestante, al paso que se manifiesta hostil a todas las potencias mediterráneas. Ya mucho antes de sus Lecciones sobre la filosofía de la historia había exaltado el idealismo como principio del Norte, de la interioridad espiritual del sujeto, frente al realismo griego y, en general, mediterráneo, el de los pueblos del Sur volcados a la brillante luz externa, a la objetividad no mediada por la subjetividad, no elevada al nivel de lo espiritual. Como la historia universal es la de la libertad, está claro que la mirada oblicua marca un progreso frente a la mirada recta. De las potencias del sur puede salvar, en parte, al Imperio Romano (pero se ensaña en su ataque contra el Imperio Romano de Oriente); todos los demás son condenados, por muy prepotentes que fueran en su momento. Tampoco defiende a Gengis Kan. Su visión de América es entre desdeñosa y condescendiente. En fin, su eslogan «todo lo real es racional y todo lo racional es real» ha de interpretarse según pautas hermenéuticas de las cuales él tiene el secreto. En realidad, Hegel, amante de la paradoja y de la frase provocativa, habría podido, más comedidamente, expresar su idea matizando ese eslogan con el adverbio «tendencialmente».
[NOTA 48]
Con su toma de posición sobre la I guerra mundial, Bobbio vuelve a sus orígenes familiares y juveniles, los del chovinismo intervencionista, opuesto al pacifismo de la abrumadora mayoría del pueblo italiano --puesto que aunaba, por una vez, a los católicos, los socialistas y los anarquistas e incluso a un sector de los liberales.
Recordemos que la entrada en guerra de Italia a favor de la Entente en 1915 fue una puñalada por la espalda de la casa de Saboya contra sus aliados, Austria-Hungría y Alemania; una de tantas traiciones de la dinastía alóbroge (como la calificó D. Marcelino Menéndez Pelayo), el linaje más voluble y oportunista, menos de fiar, de toda la historia europea. Su último viraje para estar siempre al final con el bando victorioso lo dio Víctor Manuel III en 1943, no ya firmando el armisticio por separado, sino uniéndose a sus enemigos de la víspera para declarar la guerra a su aliado germano.
[NOTA 49]
La propaganda aliada presentó al Reich alemán de los Hohenzollern como una monarquía cuasi-autocrática. ¡Mentira! Era una monarquía constitucional como las de Inglaterra, Bélgica e Italia (y menos autoritaria que las de otros aliados menores, Serbia, Montenegro y Rumania). (Además de que era el país donde el socialismo tenía más fuerza, dentro y fuera del Parlamento, el Reichstag.) Sólo que en Berlín todavía no se había instituido la responsabilidad del ministerio ante el parlamento. En el rigor de la ley, ninguna monarquía constitucional tenía reconocida tal responsabilidad; o sea, ninguna era, constitucionalmente, un régimen parlamentario. En todas el poder ejecutivo lo poseía el rey, quien nombraba y destituía libremente a sus ministros. La práctica, por vía consuetudinaria, había ido estableciendo el hábito de que el ministerio dimitiera cuando el parlamento votaba una moción de censura. Los Hohenzollern no habían consentido tal disminución de su potestad monárquica, pero, en la evolución normal, hubiera sido cuestión de tiempo,
La otra gran potencia central, Austria-Hungría --bajo el cetro del mismo Francisco José que, en 1848, había restaurado brutalmente el absolutismo y bombardeado su rebelde capital-- había, entre tanto, evolucionado tantísimo que era uno de los países más liberales del continente. La Viena de comienzos del siglo XX era un santuario de libertad, refugio de exiliados de Rusia y otros países, con ambientes político-intelectuales que eclipsaban a los de París.
[NOTA 50]
En The Pity of War, Niall Ferguson (Londres: The Penguin Press, 1998, ISBN 9780713992465) ofrece un análisis que desafía todas las ideas recibidas y los arraigados prejuicios sobre la I guerra mundial, la leyenda de que en ella los austroalemanes eran los malos y los aliados los buenos, siendo así un mal menor la derrota de las potencias centrales. Su visión es, antes bien, la de que, si el Reino Unido se hubiera abstenido de entrar en la guerra en 1914, como estuvo a punto de hacer (la mitad de los liberales en el gobierno optaban por la paz y la decisión belicista fue duramente combatida por el Independent Labour Party y por los liberales radicales), el desenlace de la guerra habría sido menos malo que lo que a la postre resultó del Tratado de Versalles.
Desde el punto de vista filosófico es particularmente interesante el debate sobre la legitimidad epistemológica de los contrafácticos históricos. Muchos historiadores han sostenido que no son más que especulaciones arbitrarias, pudiendo cada quien suponer el desenlace que le dé la gana de una hipótesis irreal («¿qué habría pasado si ...?). Discutiendo con Jay Winter (http://www.history.ac.uk/reviews/review/72, acc. 2016-06-18; el texto es de 2009), Ferguson afirma:
El autor de este ensayo tiene grabada en su memoria una advertencia de quien fue brevemente su maestro, el historiador francés Pierre Vilar, en un seminario en la École pratique de hautes études en 1969, contra cualesquiera suposiciones de historia alternativa. Ya entonces me resistía a estar de acuerdo con él. Siendo Vilar un marxista y, por lo tanto, un determinista histórico, tenía que aceptar que en la historia unos hechos determinan causalmente otros. Ahora bien, la noción de causa es inseparable de las verdades contrafácticas. Si es el veneno lo que ha causado la muerte, entonces, de no haberse suministrado el veneno, no se habría producido la muerte (salvo casos de sobredeterminación). Si es el tsunami lo que ha causado el accidente de Fukushima, entonces, de no haber tenido lugar el maremoto, no hubiera acaecido el siniestro. Si no pudiéramos enunciar (con verosimilitud) contrafácticos históricos, tampoco podríamos afirmar cadenas causales en la historia. La historiografía quedaría reducida a puro relato, sería un saber exclusivamente idiográfico (en el sentido de Rickert), no una ciencia (ni siquiera una ciencia imperfecta).
En mi impugnación de las tesis de Bobbio sobre la bondad de las intervenciones estadounidenses en las dos guerras mundiales y de su victoria en la guerra fría comparto con mi interlocutor la convicción de que tienen sentido y verdad los contrafácticos históricos; sólo que no coincidimos en qué contrafácticos reputamos verdaderos.
[NOTA 51]
Una estimación un poco diferente (pero no radicalmente discrepante de la mía) la brinda Martin Kettle en su artículo «What if the Germans had won the first world war?» (The Guardian, http://www.theguardian.com/commentisfree/2013/dec/25/if-germans-won-first-world-war, acc. 2016-06-18), de donde saco estos extractos:
Obviously, it would have been dominated and shaped by Germany. But what kind of Germany? The militaristic, conservative, repressive Prussian power created by Bismarck? Or the Germany with the largest labour movement in early 20th-century Europe? German history after 1918 would have been a contest between the two -- and no one can say which would have won in the end.
But one can say that a victorious Germany, imposing peace on the defeated allies at the treaty of Potsdam, would not have had the reparations and grievances that were actually inflicted upon it by France at Versailles. As a consequence, the rise of Hitler would have been much less likely. In that case, neither the Holocaust nor the second world war would necessarily have followed. If Germany's Jews had survived, Zionism might not have had the international moral force that it rightly claimed after Hitler's defeat. The modern history of the Middle East would therefore be very different -- partly also because Turkey would have been among the victors in 1918.
In the kaiser's Europe, defeated France would be the more likely seedbed for fascism, not Germany. But with its steel and coal still in German-controlled Alsace-Lorraine, France's military and naval potential would have been contained.
Meanwhile, defeated Britain would have seen its navy sunk in the Heligoland Bight, have been forced to cede its oil interests in the Middle East and the Gulf to Germany, and have been unable to contain Indian nationalism. In practice, the British empire would have been unsustainable. Today's Britain might have ended up as a modest north European social democratic republic -- like Denmark without a prince.
Meanwhile America, whose entry into the war would have been successfully pre-empted by Germany's victory, would have become a firmly isolationist power and not the enforcer of international order. Franklin Roosevelt would solve America's postwar economic problems in the 1930s, but he would never fight a war in Europe -- though he might have to fight one against Japan. The Soviet Union, with a wary but powerful neighbour in victorious Germany, would have been the great destabilising factor but it might not have been invaded as it was in 1941. And with no second world war there might never have been a cold war either.
[...] at least we can see that the outcome mattered. Europe would have been different if Germany had won in 1918. [...] there is a plausible case for saying many fewer people would have died in 20th-century Europe.
[NOTA 52]
La propaganda irredentista de los chovinistas italianos presentaba a la minoría italófona de Austria-Hungría como oprimida. No era verdad. Recordemos que Alcide de Gasperi era diputado en el parlamento vienés (será jefe de gobierno de la República Italiana en la II posguerra) (También era diputado en el Reichsrat de Viena el irredentista Cesare Battisti.) Tanto en Gorizia como en toda la región Friul, cuando pertenecía a Austria, estaban permitidas las publicaciones y la enseñanza en lengua italiana.
[NOTA 53]
Al entrar las tropas italianas en la ciudad, habían huido nueve de cada diez habitantes. De los 3.000 que quedaban, varios centenares, sobre todo eslovenos, fueron inmediatamente internados en Cerdeña. Gorizia fue reconquistada por los austro-húngaros en octubre de 1917, a consecuencia de la batalla de Caporetto. Pasó finalmente a Italia tras la victoria aliada en noviembre de 1918. Sufrió entonces un proceso de limpieza étnica e italianización violenta, que se intensifirá bajo el fascismo.
[NOTA 54]
V. http://www.ordet.it/lyrics/gorizia.htm, acc. 2016-06-02.
[NOTA 55]
Recordaré aquí toda la política de benignidad hacia las sucesivas violaciones del Tratado de Versalles por Hitler.
Desde 1934 Alemania estaba abiertamente incumpliendo el Tratado. El primer paso fue el rearme:
Ante cualquiera de esas sucesivas violaciones, Berlín habría retrocedido si los anglofranceses hubieran, en represalia, enviado tropas al interior de Alemania. No sólo no lo hicieron, sino que ni siquiera propusieron la imposición de sanciones de la Liga de Naciones.
La II guerra mundial pudo ser evitada. Pero Francia e Inglaterra deseaban el rearme alemán contra la URSS.
[NOTA 56]
El tratado ruso-alemán de no agresión del 23 de agosto de 1939 fue un desesperado último recurso del gobierno moscovita, a quien los occidentales acababan, una vez más, de darle calabazas en sus intentos de unidad antifascista. Cito el siguiente texto del Daily Telegraph
Stalin was prepared to move more than a million Soviet troops to the German border to deter Hitler's aggression just before the Second World War
By Nick Holdsworth in Moscow
5:16PM BST 18 Oct 2008
Papers which were kept secret for almost 70 years show that the Soviet Union proposed sending a powerful military force in an effort to entice Britain and France into an anti-Nazi alliance.
Such an agreement could have changed the course of 20th century history, preventing Hitler's pact with Stalin which gave him free rein to go to war with Germany's other neighbours.
The offer of a military force to help contain Hitler was made by a senior Soviet military delegation at a Kremlin meeting with senior British and French officers, two weeks before war broke out in 1939.
The new documents, copies of which have been seen by The Sunday Telegraph, show the vast numbers of infantry, artillery and airborne forces which Stalin's generals said could be dispatched, if Polish objections to the Red Army crossing its territory could first be overcome.
But the British and French side -- briefed by their governments to talk, but not authorised to commit to binding deals -- did not respond to the Soviet offer, made on August 15, 1939. Instead, Stalin turned to Germany, signing the notorious non-aggression treaty with Hitler barely a week later.
The Molotov-Ribbentrop Pact, named after the foreign secretaries of the two countries, came on August 23 -- just a week before Nazi Germany attacked Poland, thereby sparking the outbreak of the war. But it would never have happened if Stalin's offer of a western alliance had been accepted, according to retired Russian foreign intelligence service Major General Lev Sotskov, who sorted the 700 pages of declassified documents. «This was the final chance to slay the wolf, even after [British Conservative prime minister Neville] Chamberlain and the French had given up Czechoslovakia to German aggression the previous year in the Munich Agreement,» said Gen Sotskov, 75.
The Soviet offer -- made by war minister Marshall Klementi Voroshilov and Red Army chief of general staff Boris Shaposhnikov -- would have put up to 120 infantry divisions (each with some 19,000 troops), 16 cavalry divisions, 5,000 heavy artillery pieces, 9,500 tanks and up to 5,500 fighter aircraft and bombers on Germany's borders in the event of war in the west, declassified minutes of the meeting show.
But Admiral Sir Reginald Drax, who lead the British delegation, told his Soviet counterparts that he authorised only to talk, not to make deals. «Had the British, French and their European ally Poland, taken this offer seriously then together we could have put some 300 or more divisions into the field on two fronts against Germany -- double the number Hitler had at the time,» said Gen Sotskov, who joined the Soviet intelligence service in 1956. «This was a chance to save the world or at least stop the wolf in its tracks».
When asked what forces Britain itself could deploy in the west against possible Nazi aggression, Admiral Drax said there were just 16 combat ready divisions, leaving the Soviets bewildered by Britain's lack of preparation for the looming conflict.
The Soviet attempt to secure an anti-Nazi alliance involving the British and the French is well known. But the extent to which Moscow was prepared to go has never before been revealed.
Simon Sebag Montefiore, best selling author of Young Stalin and Stalin: The Court of The Red Tsar, said it was apparent there were details in the declassified documents that were not known to western historians. «The detail of Stalin's offer underlines what is known; that the British and French may have lost a colossal opportunity in 1939 to prevent the German aggression which unleashed the Second World War. It shows that Stalin may have been more serious than we realised in offering this alliance.» [...]
The declassified archives -- which cover the period from early 1938 until the outbreak of war in September 1939 -- reveal that the Kremlin had known of the unprecedented pressure Britain and France put on Czechoslovakia to appease Hitler by surrendering the ethnic German Sudetenland region in 1938. «At every stage of the appeasement process, from the earliest top secret meetings between the British and French, we understood exactly and in detail what was going on», Gen Sotskov said. «It was clear that appeasement would not stop with Czechoslovakia's surrender of the Sudetenland and that neither the British nor the French would lift a finger when Hitler dismembered the rest of the country». [...]
Shortly before the notorious Munich Agreement of 1938 -- in which Neville Chamberlain, the British prime minister, effectively gave Hitler the go-ahead to annexe the Sudetenland -- Czechoslovakia's President Eduard Benes was told in no uncertain terms not to invoke his country's military treaty with the Soviet Union in the face of further German aggression. «Chamberlain knew that Czechoslovakia had been given up for lost the day he returned from Munich in September 1938 waving a piece of paper with Hitler's signature on it», Gen Sotksov said.[...]
The documents will be used by Russian historians to help explain and justify Stalin's controversial pact with Hitler, which remains infamous as an example of diplomatic expediency. «It was clear that the Soviet Union stood alone and had to turn to Germany and sign a non-aggression pact to gain some time to prepare ourselves for the conflict that was clearly coming,» said Gen Sotskov.
[NOTA 57]
Si los anglofranceses tenían el propósito de defender a Polonia contra la inminente agresión alemana, ¿cómo así, durante los meses que precedieron al estallido del conflicto, no le habían concedido ayuda alguna? Lo más que le ofrecieron fueron algunos créditos. El británico fue rechazado con indignación por el gobierno de Varsovia a causa de su irrisorio monto.
Iniciadas las hostilidades (que no constituyeron ninguna sorpresa para nadie), la flota británica habría podido concentrar buques en el Báltico y perforar el cierre del pasillo de Dantzig por el ejército germano, enviando ayuda militar a Polonia.
También hubieran podido los anglofranceses forzar a la titubeante monarquía rumana, desembarcando tropas (ya lo habían hecho en Grecia durante la I guerra mundial), a título de amigo, para constreñir a ese país a dejar pasar ayuda militar a Polonia.
Incluso sin ser invitados por el reaccionario gobierno monárquico del rey rumano Carlos II de Hohenzollern-Sigmaringen (más alemán que rumano, como toda su infausta dinastía), para desembarcar tropas y material en el país dacio contaban los anglofranceses con una decisiva baza; el acuerdo anglo-turco del 12 de mayo de 1939, por el cual el gobierno de Angora se comprometía (art. 3) a, si Francia o Inglaterra acudían en ayuda de Rumania o de Grecia (de conformidad con las garantías a su integridad que habían suscrito poco antes), abrir los estrechos a la navegación de sus buques de guerra.
A pesar de la orientación pro-germana del disoluto déspota Carlos II, los acontecimientos de 1939, en particular el pacto germano-soviético del 23 de agosto, el ataque alemán a Polonia el 1 de septiembre y la declaración anglofrancesa de guerra a Alemania el 3 del mismo mes, crearon una situación en la cual el gobierno de Bucarest titubeó antes de declarar su neutralidad el día 6. Evidentemente los aliados occidentales habrían podido evitar esa declaración anticipándose; primero, no esperando más de 48 horas para declarar ellos mismos la guerra; segundo, iniciando inmediatamente algunas hostilidades militares, para persuadir a Rumania de la seriedad de su propósito bélico; tercero, utilizando las vías combinadas de la diplomacia (incluyendo las amenazas) y del servicio secreto --usuales en tales casos-- a fin de presionar a Bucarest para no declararse neutral, en violación del tratado de alianza polaco-rumano de 1921 y del tratado con Francia de 1926.
Después de esa declaración de neutralidad, no todo estaba perdido. Rumania no hubiera podido tratar como enemiga a una flota anglofrancesa que hubiera desembarcado en un puerto del Mar Negro; es casi seguro que se habría retractado de su neutralidad, convirtiéndose eo ipso es uno de los países aliados de Polonia.
No sólo no se hizo nada de eso, sino que los pozos de petróleo rumanos, que en su 75% estaban en manos de oligopolios anglofranceses, siguieron aprovisionando a los ejércitos de Hitler. (Sólo después de la destrucción de Polonia esas empresas recibieron órdenes de disminuir sus entregas de crudo a Alemania.)
(Datos tomados de: Rebecca Haynes, Romanian policy towards Germany 1936-40, Palgrave-Macmillan, 2000, ISBN 0333710185.)
[NOTA 58]
Francia lanzó una limitadísima incursion hacia Saarbrücken (Sarabia), en la que murieron unos cientos de soldados; era un mero alfilerazo, sin ningún valor militar. También la potentísima marina británica realizó alguna operación naval puntual, sin ningún impacto. En general, la aviación franco-británica se limitó a lanzar octavillas.
Se ha aducido que ni Francia ni Inglaterra estaban en condiciones de llevar a cabo una guerra. Vamos a suponer que sea así. Surgen las siguientes preguntas:
La única explicación que conozo de tan extraña conducta es la que brinda la historiadora polaco-británica Anita J. Prazmowska en varios libros dedicados a las relaciones entre Inglaterra y Polonia durante la II guerra mundial, especialmente Britain, Poland and the Eastern Front, 1939, Cambridge U. P., 2004 (ed. revisada), ISBN 9780521529389. Su tesis es que Inglaterra declaró la guerra con intención de hacerla, sólo que más tarde. Polonia no entraba para nada en consideración; no se trataba en absoluto de salvar a Polonia. Los dirigentes políticos británicos esperaban ganar tiempo, fortalecer su capacidad militar para, más adelante, vencer a Alemania. La razón de esa política bélica estaría en que, en el curso de 1939, se habrían persuadido de que una Alemania tan fuerte era un peligro para el Imperio Británico. (A lo cual añado yo que fue determinante la pretensión alemana de recuperar las colonias perdidas en 1919.)
Esa explicación confirma la acusación que, durante el período de septiembre de 1939 a junio de 1941, lanzaron los soviéticos y sus simpatizantes de que la guerra era imperialista por ambos bandos. Agresores fueron los alemanes e italianos pero los líderes anglofranceses también actuaron como incendiarios belicistas, siendo absoluta y premeditadamente infieles a su palabra empeñada: animaron a Polonia a no ceder ni un palmo a las reivindicaciones germanas, ofreciéndole su ayuda con la intención de no cumplir, ni poco ni mucho, esa promesa.
El estudio de muchos trabajos sobre el desencadenamiento de la II guerra mundial lleva a la siguiente conclusión: si la URSS y Alemania no hubieran firmado el pacto de no agresión del 23 de agosto de 1939, ni el Reino Unido ni Francia habrían declarado la guerra al Reich. Habrían esperado de brazos cruzados a que Alemania, tras zamparse Polonia y llegar a la frontera rusa, atacara a la URSS (en cumplimiento de todos los planes consustanciales al nazismo); así las dos potencias enemigas se habrían desgastado en un enfrentamiento mutuo y, ¡ojalá!, el comunismo habría sido barrido de la faz de la Tierra. Según la situación resultante de tal conflicto, los occidentales se lo habrían pensado dos veces para acordar una política conforme con sus intereses; seguramente la expansión alemana hacia el Este habría colmado los apetitos germanos, disipando el ansia manifestada por Hitler en agosto de 1939 de recuperar las colonias alemanas en África perdidas por el Tratado de Versalles. (El desenfoque eurocéntrico de los historiadores lleva, casi siempre, a ocultar o ignorar la importantancia del tema de las aspiraciones coloniales de Hitler en los años treinta. Una excepción la constituye el libro Appeasement And Germany's Last Bid For Colonies de Andrew J Crozier, Palgrave Macmillan UK, 1988, eBook ISBN 9781349192557, DOI 10.1007/978-1-349-19255-7. (V. también Louis W. Roger, «Colonial Appeasement, 1936-1938», Revue belge de philologie et d'histoire, 49/4 [1971], pp. 1175-1191, DOI 10.3406/rbph.1971.2892, www.persee.fr/doc/rbph_0035-0818_197num_49_4_2892, acc. 2016-06-18.)
Con respecto a la pregunta 3ª enunciada más arriba, cabe recordar que (según lo señala Ian Kershaw, en su biografía Hitler [Penguin, 2009, ISBN 9780141035888, p. 611]), ya en octubre de 1938, el Führer había formulado sus dos reivindicaciones con relación a Polonia: la autodeterminación de la ciudad «libre» de Dantzig y una conexión extraterritorial (ferroviaria y por carretera) que uniera las dos partes disjuntas de Alemania, la Prusia oriental y el resto (que, en su imaginativo diseño fronterizo, el Tratado de Versalles había separado por ese célebre pasillo o corredor polaco). A cambio ofrecía a su vasalla, Polonia (con cuyos militares en el poder se entendía a la perfección para preparar una agresión conjunta contra Rusia), no sólo un puerto libre en Dantzig, sino la prolongación del tratado de colaboración entre ambos Estados por cinco lustros, con garantía de fronteras. (Claro que nadie podía fiarse de la palabra del gobierno de Berlín, como tampoco de la de los de Varsovia, París, Washington o Londres.) Al rehusar Polonia (incitada a esa intransigencia por los anglofranceses), Hitler declaró caduco el tratado germano-polaco, pero mantuvo sus mismas reclamaciones hasta la víspera de su ataque a Polonia el 1 de septiembre de 1939, sólo que añadiendo la pretensión de recuperar las colonias alemanas perdidas en 1939, posiblemente con un cálculo de regateo; con esa reclamación le salió el tiro por la culata, porque, desde ese momento, la Gran Bretaña se sintió amenazada en sus intereses imperiales.
[NOTA 59]
Los acontecimientos cambian, evolucionan, pudiendo incluso sufrir alteraciones sustanciales, auténticas metamorfosis. La revolución francesa, 1789-1799, tiene fases tan diversas que muchos han sostenido que estamos en presecia de varias revoluciones. No lo creo. También hay una sola revolución rusa, de febrero de 1917 a marzo de 1921, porque el alzamiento bolchevique de octubre de 1917 es un estadio de un proceso iniciado ocho meses antes.
[NOTA 60]
¡Con qué amargura podemos recordar la proclama del presidente Roosevelt el mismo 1 de septiembre de 1939!
V. http://www.dannen.com/decision/int-law.html, acc. 2016-06-14.
The President of the United States to the Governments of France, Germany, Italy, Poland and His Britannic Majesty, September 1, 1939
The ruthless bombing from the air of civilians in unfortified centers of population during the course of the hostilities which have raged in various quarters of the earth during the past few years, which has resulted in the maiming and in the death of thousands of defenseless men, women, and children, has sickened the hearts of every civilized man and woman, and has profoundly shocked the conscience of humanity.
If resort is had to this form of inhuman barbarism during the period of the tragic conflagration with which the world is now confronted, hundreds of thousands of innocent human beings who have no responsibility for, and who are not even remotely participating in, the hostilities which have now broken out, will lose their lives. I am therefore addressing this urgent appeal to every government which may be engaged in hostilities publicly to affirm its determination that its armed forces shall in no event, and under no circumstances, undertake the bombardment from the air of civilian populations or of unfortified cities, upon the understanding that these same rules of warfare will be scrupulously observed by all of their opponents. I request an immediate reply.
Franklin D. Roosevelt
El llamamiento de F.D. Roosevelt fue aceptado por los beligerantes. Tanto Hitler como N. Chamberlain (primer ministro de Su Graciosa Majestad) se comprometieron a ajustarse a esa prescripción, no bombardeando jamás a poblaciones civiles. Ya sabemos cómo cumplieron. Según lo señala Sherwood Ross en «From Guernica to Hiroshima: How America reversed its policy on bombing civilians» (http://www.scoop.co.nz/stories/HL0609/S00270.htm, acc. 2016-06-14; asimismo http://warisacrime.org/node/35250): «By the end of the war, more than 7-million Germans and 8-million Japanese had been bombed out of their homes and estimates of the German and Japanese dead have been put as high as 1-million in each country. Of these victims, perhaps 20 percent were children». No están contadas las víctimas de los bombardeos angloamericanos en Italia, en Francia y en otros países. La contribución de tales bombardeos a la victoria militar fue, en la mayoría de los casos, nula; muchos fueron estratégica y tácticamente contraproducentes, enardeciendo la resistencia del enemigo y alienándose poblaciones que habrían podido tener una neutralidad benévola hacia la causa aliada o incluso de simpatía. (Aconsejo la lectura de La ciociara de Alberto Moravia.)
[NOTA 61]
V. Daniele Gansen, NATO's Secret Armies: Operation Gladio and terrorism in Western Europe, Routledge, 2005, ISBN 9791135767846. Asimismo Paul L. Williams, Operation Gladio: The unholy alliance between the Vatican, the CIA, and the Mafia, Prometheus Books, 2015, ISBN 9781616149758. David Talbot, The Devil's chessboard: Allen Dulles, the CIA, and the Rise of American secret government, Harper, 2015, ISBN 9780062276162.
[NOTA 62]
V. Chris Tudda, A Cold War Turning Point: Nixon and China, 1969-1972, LSU Press, 2012, ISBN 9780807142912.
[NOTA 63]
Lo cual no significa que la voluntad mayoritaria estuviera en contra de tales regímenes, o sea: que éstos subyugaran a poblaciones hostiles. Eso raras veces sucede. Entre gobernantes y gobernados suele llegarse a un modus vivendi, por el cual los súbditos obedecen la autoridad del poder a cambio de que éste promueva --al menos hasta cierto punto-- el bien común (o parezca que lo hace), asegurando a los habitantes del territorio ciertos derechos, sean de libertad, sean de bienestar. En el caso del bloque oriental, los de libertad eran pocos; los de bienestar eran más sustanciales, principalmente el pleno empleo. Pero, aun dándose ese acuerdo no escrito entre los de arriba y los de abajo, la actitud de éstos podría variar si se encontraran ante opciones alternativas. Es ésa otra fuerza de los occidentales, por lo menos cuando las alternativas se presentan de la manera que los sistemas liberales tienen bien rodada de canalizar las opciones para que siempre (o casi siempre) gane una de aquellas que son preferidas por las oligarquías.
[NOTA 64]
Paréceme totalmente errónea la inclusión de Marx en esa genealogía de lo diabólico, igual que lo sería la de Hegel, pues para ambos la historia se encamina a una metahistoria que sea el reino de la razón, más allá de los conflictos, así sea a través de los conflictos; claro que a Marx le disgustaba cualquier terminología moralizante, pero eso no obsta al fondo del asunto, que es así: al final habrá una sociedad mundial sin antagonismo, sin violencia, donde cada cual voluntariamente aportará a la humanidad según su capacidad.
[NOTA 65]
En 1643, sin previa declaración de guerra, los militares suecos mandados por el rey Jorge III invaden sorpresivamente el reino de Dinamarca-Noruega, apoderándose de una parte de la Dinamarca oriental. A esa primera guerra nórdica siguen otras, pero el resultado es el total despojo de Escania y demás provincias de Dinamarca al Este del Sound, que quedan así anexionadas a Suecia.
[NOTA 66]
Podría agregar el conjunto de países latinoamericanos que han sido despojados de parte de su territorio por sus vecinos, unas veces mediante agresiones bélicas, otras mediante amenazas y coacciones. Atacada alevosamente por Chile, Bolivia perdió en 1883 el extenso despoblado de Atacama y toda su salida al mar --una franja costera de considerable longitud-- (en aquella guerra también el Perú fue despojado de una parte de su territorio a favor de Chile); perdió después la provincia del Acre, de la cual se adueñó el Brasil por la fuerza en 1903, y, finalmente, el Chaco septentrional, apropiándose del mismo el Paraguay de resultas de una larga y sangrienta guerra de rapiña, 1932-35. El Paraguay se desquitaba así --a expensas de su inocente y desventurada vecina, Bolivia-- de su propia espantosa derrota en 1870, tras la guerra de la triple alianza (1864-70), por la cual su majestad el Emperador del Brasil y sus dos sus aliados, la Argentina y los conservadores uruguayos (partido colorado), habían causado la muerte de la mayoría de la población masculina paraguaya; como consecuencia de esa guerra el Paraguay había perdido más de la mitad de tu territorio, convirtiéndose de facto en un protectorado del Imperio Brasileño. Perú, despojado violentamente por Chile de una parte de su territorio en 1883, se vengó despojando en 1941 al Ecuador de su Amazonía, que históricamente había llegado hasta la frontera brasileña; la extensión territorial del Ecuador se redujo en un 66%. Podría agregar otras conquistas y otros desplazamientos de frontera bajo coacción (Brasil, p.ej., les ha arrancado territorio a todos sus vecinos).
Dudo que nadie hoy justifique ninguna guerra de revancha. No por lo sacrosanto de unos tratados inicuos, leoninos e impuestos por la violencia, sino por el principio de respeto a la paz, resignándose a los hechos consumados.
[NOTA 67]
Bobbio, aficionado al laberinto, hubiera debido percatarse del dédalo del pensamiento rousseauista.
[NOTA 68]
Todo lo cual determinó sus estrepitosas rupturas y mortales enemistades con Hume, Voltaire, Diderot, d'Holbach etc. y su tremendo aislamiento.
[NOTA 69]
V. Audrey Provost, Le luxe, les Lumières et la Révolution, París: Éditions Champ Vallon, 2014.
[NOTA 70]
Como de costumbre, Raymond Trousson nos traza un cuadro maestro y sinóptico de esta querella en su artículo «Art et luxe au dix-huitième siècle», À tirer, revista online, 2006, acc. http://www.bon-a-tirer.com/auteurs/trousson.html, 2016-06-02.
[NOTA 71]
Vale la pena traer a colación a Edward Gibbon, con su magna obra The Decline and Fall of the Roman Empire (1776-1788), un libro acabado de escribir en vísperas de la revolución francesa y en el cual se emite, reiteradamente, una enérgica advertencia sobre la amenaza del lujo, como posible factor de decadencia. En el capítulo XXXVIII, «General Observations on the Fall of the Roman Empire in the West» (http://www.historyguide.org/intellect/gibbon_decline.html, acc. 2016-06-23) afirma: «This dangerous novelty [la división del imperio en dos mitades a la muerte de Teodosio] impaired the strength and fomented the vices of a double reign: the instruments of an oppressive and arbitrary system were multiplied; and a vain emulation of luxury, not of merit, was introduced and supported between the degenerate successors of Theodosius»; «The happiness of an hundred millions depended on the personal merit of one or two men, perhaps children, whose minds were corrupted by education, luxury, and despotic power». Vemos la asociación entre los males estigmatizados por la Ilustración diociochesca, a ambos lados del Canal de la Mancha: lujo (con la posible connotación de «lujuria» en lengua inglesa), despotismo, arbitrariedad.
En otro lugar de su obra, Gibbon habla del doble efecto del lujo: su necesidad y, a la vez, la corrupción que acarrea. Cito un curioso pasaje del capítulo II:
Es patente el transfondo de esa reflexión en los debates económicos de la época. En 1776, el mismo año en que aparece el primer tomo de la obra de Gibbon, se publica La riqueza de las naciones de Adam Smith, donde hallamos esas mismas ideas. El pensamiento de Gibbon parece ser el de que el lujo es positivo pero, en su exceso, se vuelve negativo y deletéreo.
No es casual en ese tiempo, cuando el cristianismo halla escaso crédito entre la opinión ilustrada, que Gibbon ensalce a Juliano el Apóstata por su morigeración y su desdén del lujo corruptor de la corte imperial. Cito del capítulo XXII:
La hermosísima prosa barroca de Gibbon contiene muchos otros diamantes, cuya lectura es un deleite. Un número de veces hallamos el tema del lujo (a menudo ligado al viejo prejuicio que lo asocia a Asia, igual que el despotismo). (Los pasajes citados los tomo de http://www.his.com/~z/gibbon.html, acc. 2016-06-23.)
[NOTA 72]
Una de las manifestaciones del influjo de Rousseau en el pensamiento soviético la hallamos en un capítulo de los Essais d'histoire de France au XVIIIe siècle del historiador ruso Albert Manfred, Moscú: Ediciones Progreso, 1969, pp. 9-32.
[NOTA 73]
El discurso empieza con estos párrafos:
Cuando, en marzo de 1762, un hombre nefasto, que se llamaba Juan Jacobo Rousseau, publicó El contrato social, dejó de ser la verdad política una entidad permanente. Antes, en otras épocas más profundas, los Estados, que eran ejecutores de misiones históricas, tenían inscritas sobre sus frentes, y aun sobre los astros, la justicia y la verdad. Juan Jacobo Rousseau vino a decirnos que la justicia y la verdad no eran categorías permanentes de razón, sino que eran, en cada instante, decisiones de voluntad.
Juan Jacobo Rousseau suponía que el conjunto de los que vivimos en un pueblo tiene un alma superior, de jerarquía diferente a cada una de nuestras almas, y que ese yo superior está dotado de una voluntad infalible, capaz de definir en cada instante lo justo y lo injusto, el bien y el mal. Y como esa voluntad colectiva, esa voluntad soberana, sólo se expresa por medio del sufragio --conjetura de los más que triunfa sobre la de los menos en la adivinación de la voluntad superior--, venía a resultar que el sufragio, esa farsa de las papeletas entradas en una urna de cristal, tenía la virtud de decirnos en cada instante si Dios existía o no existía, si la verdad era la verdad o no era la verdad, si la Patria debía permanecer o si era mejor que, en un momento, se suicidase.
Como el Estado liberal fue un servidor de esa doctrina, vino a constituirse no ya en el ejecutor resuelto de los destinos patrios, sino en el espectador de las luchas electorales. Para el Estado liberal sólo era lo importante que en las mesas de votación hubiera sentado un determinado número de señores; que las elecciones empezaran a las ocho y acabaran a las cuatro; que no se rompieran las urnas. Cuando el ser rotas es el más noble destino de todas las urnas. Después, a respetar tranquilamente lo que de las urnas saliera, como si a él no le importase nada. Es decir, que los gobernantes liberales no creían ni siquiera en su misión propia; no creían que ellos mismos estuviesen allí cumpliendo un respetable deber, sino que todo el que pensara lo contrario y se propusiera asaltar el Estado, por las buenas o por las malas, tenía igual derecho a decirlo y a intentarlo que los, guardianes del Estado mismo a defenderlo.
De ahí vino el sistema democrático, que es, en primer lugar, el más ruinoso sistema de derroche de energías. Un hombre dotado para la altísima función de gobernar, que es tal vez la más noble de las funciones humanas, tenía que dedicar el ochenta, el noventa o el noventa y cinco por ciento de su energía a sustanciar reclamaciones formularias, a hacer propaganda electoral, a dormitar en los escaños del Congreso, a adular a los electores, a aguantar sus impertinencias, porque de los electores iba a recibir el Poder; a soportar humillaciones y vejámenes de los que, precisamente por la función casi divina de gobernar, estaban llamados a obedecerle; y si, después de todo eso, le quedaba un sobrante de algunas horas en la madrugada, o de algunos minutos robados a un descanso intranquilo, en ese mínimo sobrante es cuando el hombre dotado para gobernar podía pensar seriamente en las funciones sustantivas de Gobierno.
[NOTA 74]
Diderot fue ambivalente y oscilante en los problemas de la relación entre virtud y felicidad, entre sociedad y naturaleza, entre lujo y austeridad y en muchas otras. Su filosofía es, en gran medida, un titubeo. Si en sus obras juveniles, comparte, con Voltaire, una valoración totalmente positiva del hedonismo libertino, criticando al estoicismo, es bien sabido que, al final de su vida, reconsidera esa posición con una alta estima de Séneca. Su íntima amistad con Rousseau en torno a 1750 precede al enfrentamiento, cuando juzgue que el ginebrino ha traicionado la causa de las Luces. Pero una subterránea crítica de la corrupción de la sociedad de su tiempo, una cierta añoranza de una vida más natural (sin renunciar al progreso de la civilización) reaparece en su obra tardía, indicio claro de que nunca había abjurado totalmente de tales pensamientos, si bien jamás consiguió sintetizar sus múltiples ideas. En el Suplemento del viaje de Bougainville pone en boca de un tahitiano la frase: «nous sommes heureux [...] Nous suivons le pur instinct de la nature [...]. Ici tout est à tous». ¿Hay que tomarla como expresión de lo que piensa Diderot? ¿No estamos en la robinsonada, en el exotismo, tan cultivado en su siglo, v.g. en la novela Paul et Virginie de Bernardin de Saint Pierre? Creo que, una vez más, Diderot vacila. No desea una vida tan primitiva como la de esos isleños ni renuncia a las comodidades y la cultura que han traído consigo los progresos de la sociedad europea, pero el comunismo ahí perfilado lo ve como un ideal, aunque no sepa hacerlo compatible con los otros valores que profesa.
Mi lectura viene avalada leyendo la obra en su conjunto, así como en el contexto de todos los escritos tardíos del coordinador de la Enciclopedia, especialmente su voluminosa contribución a la Histoire des deux Indes cuya autoría endosó al P. Raynal, sin olvidar la cercanía a Rousseau en los primeros años cincuenta y la posible autoría del Code de la nature, cuya atribución a Morelly pudo ser otra de sus habituales astucias para ponerse a salvo.
[NOTA 75]
Étienne-Gabriel Morelly, Code de la nature, édition critique par Stéphanie Roza, París: La ville brûle, 2011. ISBN 9782360120147.
[NOTA 76]
En el libro que en seguida citaré, Isaiah Berlin afirma que el reconocimiento por Bentham de que le debía mucho a Helvétius era un understatement. Posiblemente el meollo de la doctrina utilitarista benthamiana está ya en Helvétius; pero, más allá de ese meollo, hay tres elaboraciones teóricas que no he hallado en la pluma de Helvétius: (1ª) la fórmula de la máxima felicidad del máximo número; (2ª) los principios y criterios del cálculo felífico; (3ª) los prolijos planes de reforma legislativa fundados en tales bases doctrinales. Bentham es un jurista mientras que Helvétius no lo es.
[NOTA 77]
V. ed. de Guy Besse, París: Éditions Sociales, 1968, p. 50.
[NOTA 78]
Al igual que varios de sus correligionarios enciclopedistas, Helvétius es un heredero de un gran protoilustrado, La Rochefoucauld, con sus espléndidas Maximes.
[NOTA 79]
Isaiah Berlin, Freedom and Its Betrayal: Six Enemies of Human Liberty, ed. por Henry Hardy, Princeton U. P., 2003, ISBN 9780691114996.
[NOTA 80]
I. Berlin es un liberal demócrata de ideas muy próximas al último Bobbio, aunque, a diferencia de éste, expresamente repudia el legado de la Ilustración racionalista.
[NOTA 81]
A este respecto conviene tener presente lo que podríamos llamar «el dilema de Voltaire», a saber: que, según está configurado el mundo, por la concatenación de causas y efectos (Voltaire, como todos los ilustrados salvo Rousseau, es determinista, rechazando burlonamente el libre albedrío), la realidad social nos suele colocar ante la alternativa de ser yunque o martillo, enclume ou marteau. Pese a todos sus egoísmos, sus prejuicios, sus propias veleidades, su megalomanía y, a menudo, su mala fe, hay que reconocer que Voltaire, en conjunto, trató de ser útil al progreso de la sociedad, de contribuir a hacer más felices a sus semejantes, hallando, con ingenio, alguna escapatoria para no ser ni yunque ni martillo. Tal vez se engañó en ocasiones, siendo martillo o auxiliando el brazo que golpeaba el martillo (v.g. en su apoyo a Luis XV y a su canciller René Nicolas de Maupeou cuando, el 21 de enero de 1771, suprimieron los tribunales soberanos [los parlements], eliminando así todo control jurisdiccional de la legislación regia y convirtiendo la monarquía absoluta en un despotismo; verdad es que, un par de años después, por influencia de Beaumarchais, modificará su posición; recordemos que, en esa coyuntura, se produjo una de las más fuertes desavenencias entre Diderot y Voltaire).
El comunismo del siglo XX ha estado obsesionado con ese dilema de ser yunque o martillo. A lo largo de ochenta años, los partidos comunistas, en los diversos países, las más veces han estado perseguidos o han sido persecutores de sus adversarios. Aun en los casos excepcionales en que no ha sido así, era frágil y precaria, pendiente de un hilo, la legalidad que se les reconocía en las democracias liberales (a veces a regañadientes), pues nunca los ponía a salvo de un cambio de política del estamento dominante, ora por la instauración de un régimen tiránico o de un golpe militar (casos de Italia, Alemania, Francia, Chile, entre otros), ora, sencillamente, por una ilegalización sin alteración de régimen (han sido frecuentes). Esa percepción de ser potenciales blancos de la persecución cuando no dominaban ellos condujo a los partidos comunistas a practicar, en llegando al poder, duras medidas represivas contra sus adversarios políticos, que ellos juzgaban preventivas de una contrarrevolución.
Bobbio no tiene en cuenta ese contexto en su sinóptica apreciación del comunismo del siglo XX como enemigo de la democracia.
[NOTA 82]
En ese ensayo, Locke también propone la prohibición del ateísmo, pero por un motivo distinto: el ateo, no creyendo en Dios, no se siente obligado moralmente a respetar su palabra empeñada, mientras que todo vínculo social se funda en un principio de confianza en las promesas, en los pactos o juramentos. Locke no explica por qué un ateo no puede sentirse obligado a cumplir sus promesas; conjeturo que para él (sería la premisa mayor que está faltando en el entimema) sólo el miedo al infierno puede ser un motivo psíquicamente suficiente. Con tal criterio, Locke debería ampliar muchísimo el ámbito de la prohibición, extendiéndola al pitagorismo, al averroísmo, al agnosticismo, a las religiones orientales y al origenismo (que admite sólo un infierno temporal, porque al final Dios acabará perdonándolo y divinizándolo todo). Locke prohibiría a todos los ilustrados y racionalistas que van a venir en pos de él y se van a inspirar en su empirismo.
En cambio, decenios antes, bajo la revolución inglesa, el jurista John Cook había defendido la libertad para los ateos, a quienes habría que convertir a la fe por las buenas, no por las malas.
[NOTA 83]
Voltaire siempre tuvo muy claro que la campaña para la disolución de la Compañía de Jesús era sólo un primer paso en la lucha por destruir a l'infâme, rompiendo su cadena por el eslabón más débil.
[NOTA 84]
A pesar de su vago deísmo, que estuvo a punto de claudicar ante el ateísmo en los años inmediatamente posteriores al terremoto de Lisboa.
[NOTA 85]
Rebrotará con violencia en la revolución cultural china de los 60 y en la «revolucionarización» de la Albania de Enver Hoxha en su fase final.
[NOTA 86]
En una carta a Damilaville del 1 de abril de 1766, Voltaire dice: «il est à propos que le peuple soit guidé et non pas qu'il soit instruit; il n'est pas digne de l'être». En otros textos precisa: «Ce n'est pas le manoeuvre qu'il faut instruire, c'est le bon bourgeois, [...]; cette entreprise est forte et assez grande». «Quand la populace se mêle de raisonner, tout est perdu». En el polo opuesto dentro del movimiento ilustrado, Diderot propondrá a la zarina Catalina II un plan universal de instrucción obligatoria y gratuita. Helvétius ya había preconizado (aunque no desarrollado) un plan de ese tipo en su obra De l'Esprit.
[NOTA 87]
En la misma colección del PCF se publicaron textos de Blanqui, Jaurès, Lafargue, Jules Guesde, La Boétie, Thomas More, Goethe, Lucrecio, Pasteur, Claude Bernard, Cyrano de Bergérac, Anatole France, Saint-Simon, Robert Owen, Heine, Romain Rolland, Fourier, etc. Esa lista es sintomática de las influencias doctrinales de las cuales se sentía deudor el movimiento comunista. Sería rarísimo que alguno de esos autores fuera reivindicado, en su propia genealogía, por ideólogos nazis o fascistas. Al revés, quedan fuera de la colección «Les classiques du peuple» escritores como Maquiavelo, Carl Schmitt, Nietzsche, Gobineau, Heidegger, Sorel, Pareto, Max Stirner, Spengler y Houston Stewart Chamberlain. Es, por consiguiente, vacía la intersección de los conjuntos de antepasados doctrinales del fascismo y del comunismo.
[NOTA 88]
V. M. Dreyfus, B. Groppo, C. Ingerflom et alii, Le siècle des communismes, París: Les Éditions de l'Atelier, 2000.
[NOTA 89]
Hablo sólo de la democracia real occidental, porque los esquejes trasplantados a otras áreas geográficas han producido monstruosos y escalofriantes sistemas políticos, a veces peores que despotados de las mismas zonas. ¿Qué son las pseudo-democracias de África? La única que podría un poco aspirar legítimamente a tal título es la Suráfrica del post-apartheid, aunque pagando el precio de la pervivencia de una condición infrahumana para la masa negra (a cambio de que, por la discriminación positiva, una minoría haya sido cooptada para formar una burguesía black, que se codea con la oligarquía blanca, verdadera dueña del país, que es el de mayor desigualdad social del Planeta y quizá el de mayor violencia). En uno u otro grado las otras «democracias» del continente negro son dictaduras disimuladas, a las que se aplica mi análisis de (Peña, 2009b).
Quienes cifran la democracia en la alternancia por las urnas (un criterio con el cual precisamente Suráfrica no es una democracia, ni durante el Apartheid ni después) aducirán cuatro ejemplos de democracia: Túnez, Gana, Nigeria y Senegal (omitiendo otros seis: Costa Ebúrnea, Guinea, Níger, Malí, Benín y Madagascar, en los cuales, cuando la alternancia no se ha producido intercalada con intervenciones militares o suscitada por ellas, ha conducido a un nuevo poder despótico). Veo muy discutibles los dos últimos (y problemáticos los dos primeros). Particularmente niego que Nigeria sea una democracia. Tras vivir la mayor parte de su independencia política bajo tiranías militares, ese desgraciado país --víctima de la violencia extrema, la inseguridad, la ausencia de orden estatal en grandes áreas del país y, según dicen, la mayor corrupción del planeta-- celebra elecciones fraudulentas y amañadas, en las cuales varias camarillas oligárquicas se pelean y se entienden (por las buenas o por las malas), de tal modo que, desde la llegada de la «democracia» en 1999, Nigeria ha vidido nueve años bajo dos presidentes que habían sido previamente dictadores militares con puño de hierro: Olusegun Obásanjo y ahora Muhammadu Buhari. Si eso es democracia, ...
Además, ¿hay democracia donde sólo vota una minoría del cuerpo electoral? Se me dirá que el elector es libre y que, si no vota, puede deberse a múltiples causas. Cierto, pero una de ellas, también en África, es haberse hastiado de la clase política, desconfiando de todas las candidaturas con posibilidades reales de ganar y no juzgando que valga la pena molestarse en votar por quien, a buen seguro, no va a salir elegido. Así en Túnez --tal vez el país que más se acerca a ser democrático--, en las elecciones presidenciales de 2014 (que son las que consiguen movilizar a un mayor número de electores), el cuerpo electoral estaba formado por 7.886 millares; habían solicitado la inscripción 5.308 millares; votaron 3.579 millares, o sea 45'39% del cuerpo electoral (aunque los medios de comunicación sólo facilitaron otro porcentaje, el de votantes con relación a inscritos, el 67'4%). Pero es que hay que añadir que casi el 5% de los votos fueron nulos. En las elecciones presidenciales nigerianas de 2015 integraban el cuerpo electoral 91.669.312 ciudadanos; inscritos para votar: 67.422.005; votaron: 29.432.083, o sea menos de un tercio del cuerpo electoral. ¿Es por ignorancia? Lo dudo. En las elecciones presidenciales de 2003 había votado el 65'33% del cuerpo electoral (un ascenso respecto a 1999 en que lo hizo el 57'33%), declinando imparablemente en 2007 y 2011 para alcanzar al irrisorio 32% en las últimas elecciones. ¿Se han vuelto más indoctos los nigerianos? ¿O están asqueados de sus políticos?
Dícese que la India es la mayor democracia del mundo. En ese país de castas, un millón de dalits han muerto --desde la independencia-- a manos de hombres de castas superiores. Hay quienes afirman un número de víctimas mortales mucho mayor; me atengo a la cifra que he visto más consensuada. (V. http://www.siasat.pk/forum/showthread.php%3F48287-Sudra-Holocaust-Genocide-of-1-million-Dalits-in-India-since-1947; «One million dalits have been killed in india since independence», http://soc.culture.nepal.narkive.com/fGLjQhBW/genocide-of-1-million-dalits-in-india; «Mass Murder of Dalits: Ethnic Cleansing in South Asia», http://www.salem-news.com/articles/january042013/dalit-discrimination-ab.php --los tres sitios acc. 2016-06-11. V. asimismo Oliver Mendelsohn & Marika Vicziany, The Untouchables: Subordination, Poverty and the State in Modern India, Cambridge U. P., 1998, ISBN 9780521556712.)
Ha empeorado aún más la penosísima condición de los dalits tras el triunfo electoral del partido fundamentalista brahmánico BJP (Bharatiya Janata Party) en 2014. (V. http://www.bbc.com/news/world-asia-india-35349979, 2016-06-11.) Se han multiplicado los suicidios, ante una vida insoportable. Y no hablo de la opresión y las vejaciones que tienen que aguantar otros sectores también discriminados de la población india, como la casta shudra y las tribus aborígenes. (V. Narender Kumar, «Dalit and Shudra Politics and Anti-Brahmin Movement», Economic and Political Weekly, Nº 35/45, 2000, pp. 3977-3979, acc. http://www.jstor.org/stable/4409928, 2016-06-11.)
¿Es democracia un país así? ¿Es democracia un Estado donde ni los derechos de libertad ni, menos aún, los de bienestar se respetan en absoluto para la masa proletaria más desfavorecida (varios cientos de millones de dalits, muchos de ellos de tez más oscura que la de las castas aupadas)? Citaré un dato reciente:
Cuatro jóvenes intocables violadas en la India reclaman justicia
V. http://www.14ymedio.com/internacional/intocables-violadas-India-reclaman-justicia_0_1586241362.html, acc. 2016-06-07.
Tales constataciones me hacen maravillarme de la acogida triunfal que todos los medios académicos y muchos otros han prodigado a la obra del Dr. Amartya Sen, el adalid intelectual de la democracia india, aunque --hay que reconocerlo-- no sea su panegirista incondicional. En este extracto de su libro The Country of First Boys And Other Essays (Oxford U.P., 2015, ISBN 9780198738183), Amartya Sen reflexiona sobre los éxitos y los fracasos de la democracia india:
We have reason to be proud of our determination to choose democracy before any other poor country in the world, and to guard jealously its survival and continued success over difficult times as well as easy ones. But democracy itself can be seen either just as an institution, with regular ballots and elections and other such organizational requirements, or it can be seen as the way things really happen in the actual world on the basis of public deliberation. I have argued in my book The Argumentative Indian that democracy can be plausibly seen as a system in which public decisions are taken through open public reasoning for influencing actual social states.
(Tomado de: http://blog.oup.com/2015/10/on-indian-democracy-and-justice/, acc. 2016-06-16.)
¡Qué cuento de hadas! Salvo en Suiza (único país democrático del mundo) ¿dónde se toman las decisiones públicas por razonamiento y deliberación de la gente? Que no es así lo prueba irrefutablemente lo siguiente: en varias materias decisivas para la vida y la política, los sondeos de opinión arrojan porcentajes abrumadoramente mayoritarios a favor de cierta medida; las asambleas legislativas, también por abrumadora mayoría --o por unanimidad--, optan por la medida opuesta. ¿Celébrase un plebiscito que rechaza una alteración política? Se promulga, no obstante, tal alteración sin nuevo plebiscito retocándola un poquitín y cambiándole el nombre. O bien se fuerza a un plebiscito tras otro hasta que, domada, la mayoría acepta lo que quieren las élites. ¡Ésa es la democracia real, señor Amartya Sen!
En «Democracy as a Universal Value», Amartya Sen (Journal of Democracy 10/3 [1999], pp. 3-17; tomado de http://www.unicef.org/socialpolicy/files/Democracy_as_a_Universal_Value.pdf, acc. 2016-06-16) afirma:
among the great variety of developments that have occurred in the twentieth century, I did not, ultimately, have any difficulty in choosing one as the preeminent development of the period: the rise of democracy.
¿Que es democracia? A falta de otra definición, hay que entender que se entiende la palabra en el sentido convencional (la democracia electiva), de elecciones periódicas y disputadas para llenar los escaños de las asambleas legislativas, mediante sufragio universal, en condiciones de pluralidad de partidos y unas libertades --mayores o menores-- de prensa y asociación. Para Sen eso (que se da en la India, de lo cual se siente orgullosísimo) es un avance más importante que los siguientes:
Pero Amartya Sen no es ciego. Él mismo reconoce algunos de los defectos de la democracia india. En el libro de Jean Drèze & Amartya Sen, An Uncertain Glory: India and its Contradictions (Princeton U.P., 2013 ISBN 9780691160795 --datos tomados de http://www.thehindu.com/books/books-reviews/the-inequalities-of-democracy/article4941693.ece, 2016-06-16) afirma:
At a time when the public discourse is all about the falling GDP growth rate and India's economic troubles, Professors Amartya Sen and Jean Drèze shake you up with their latest book, An Uncertain Glory -- India and Its Contradictions. It is not the slowdown that is a worry -- indeed, growth will return presently. The bigger concern for India today should be the continuing deep disparities in society that are only widening with every percentage point growth in GDP.
India's democracy, say the authors, has failed to rise to the challenges the country faces in the economic and social fields; and worse, it has been compromised by the extent and form of social inequality. Whether it is education, health care, female literacy, sanitation, or nutrition, India fares only marginally better than countries in sub-Saharan Africa.
And this should shock you: even Bangladesh has better social indicators than India. It has higher life expectancy (69 vs India's 65), better sanitation (half of all homes in India have no toilets compared to 10 per cent in Bangladesh), lower infant mortality (37 versus India's 47) and lower fertility rate (2.2 against 2.6 for India). For those arguing that Bangladesh is a much smaller country, the answer is that its GDP per capita is roughly half that of India's. So, if a country with poorer resources can do it, why not India?
The authors argue that India, unlike the East Asian countries, has failed to make use of the two-way relationship between economic growth and the expansion of human capabilities. The resources generated by growth should be spent on expanding health care, education and nutrition. The resultant expansion of human capabilities will in turn help drive economic growth. The biggest failings are seen in health care and education.
Lamenting the total absence of health care in public debates, Sen and Dreze point out that child immunisation rates in India are only better than in sub-Saharan Africa and conflict-ravaged countries like Afghanistan, Haiti and Iraq. The state's utter failure to provide a viable health care system is evident from the allocation for the same in its budget.
Nunca veo que ahí se cuestionen las castas. Ése es el principal problema de la India, cuyas clases dominantes (de las castas privilegiadas) han oscilado entre dos políticas igualmente opresivas: (1ª) hacer como si las castas no existieran (al haberles rehusado reconocimiento legal); (2ª) institucionalizarlas, so pretexto de proteger a las más desfavorecidas por el sistema de discriminación positiva; tal sistema, en verdad, reintroduce la división legal en castas de la población india; las cuotas sólo favorecen la cooptación de una selecta minoría de las castas inferiores, facilitando su ascenso social pero sin mejorar la suerte de la mayoría. Sin duda otras medidas sociales habrían sido eficaces: un impuesto altamente progresivo sobre el patrimonio de los descendientes de las castas privilegiadas --llegando a la expropiación sin indemnización en determinados casos extremos de acaparamiento de riquezas-- para, gracias a esos recursos, pagar un preculio anual de resarcimiento a todos aquellos cuyos antepasados sufrieron sojuzgamiento y postración por pertenecer a una casta inferior, al menos a lo largo de una generación.
[NOTA 90]
La democracia justificativa la he formulado y defendido en (Peña, 2009a).
[NOTA 91]
V. Monica Black & Eric Kurlander, Revisiting the «Nazi Occult»: Histories, Realities, Legacies, Boydell & Brewer, 2015, ISBN 9781571139061.
[NOTA 92]
En la perspectiva china, con una nación plurimilenaria, con la cultura del taoísmo, eran posibles prolaciones así, que en otras ubicaciones geográfico-culturales habrían sonado mal.
[NOTA 93]
Entre otras las sistemáticas torturas practicadas por la CIA. V. «Quand la CIA révèle ses méthodes de torture», Agoravox, 2009-05-28, http://www.agoravox.fr/rdv-de-l-agora/article/quand-la-cia-revele-ses-methodes-56632, acc. 2016-06-05.
[NOTA 94]
V. Adam Jones (ed), Genocide, war and the West: History and complicity, Londres/Nueva York: Zed Books, 2004, ISBN 9781848136823.
[NOTA 95]
El vicecanciller del gabinete Hitler, el aristócrata Franz von Papen zu Köningen, era uno de los dirigentes del Zentrumpartei; pero unos meses antes de su pacto con el Führer, sus intrigas para suplantar en la cancillería a su correligionario Heinrich Brüning habían provocado una amenaza de expulsión, ante la cual optó por darse voluntariamente de baja; sin embargo, permaneció ligado al partido centrista en condición de cuasi-afiliado. En el gobierno del 30 de enero no había ningún otro ministro de ese partido, pero el líder del mismo, el canónigo de Tréveris, R.P. Ludwig Kaas, entabló conversaciones con Hitler el martes 31 de enero, ofreciendo su apoyo. Hitler lo rechazó para forzar nuevas elecciones. En el nuevo Reichstag salido de los comicios del 5 de marzo, monseñor Kaas y su partido apoyaron --en las votaciones del 23 y del 24 de marzo en el Reichstag y el Reichsrat-- la ley de plenos poderes a Hitler, la cual puso punto final a la República de Weimar, instaurando el despotado nazi.
[NOTA 96]
El Volksnationale Deutschpartei, o partido popular-nacional alemán, creado a fines 1918 (tras la forzada abdicación del Kaiser Guillermo II), era la fusión de los viejos partidos conservador y nacional-liberal, que habían sido hegemónicos bajo el cetro de los Hohernzollern. Su residual liberalismo estaba totalmente diluido en el magma ideológico de un monarquismo autoritario y antidemocrático.
[NOTA 97]
Estribó la tragedia de la república democrática instituida por la constitución de Weimar del 11 de agosto de 1919 en que no era democrática la clase política que ejerció el poder. No lo era ningún partido importante. El principal artífice de esa constitución (adoptada por la Asamblea Nacional congregada en dicha ciudad sajona, con el «sí» de 262 votos contra 75 «noes») fue el partido socialdemócrata, SPD (cuya ideología oficial --por muy abandonada que estuviera en la práctica-- era hostil a la «democracia burguesa»). Su escasa adhesión a la democracia viene confirmada por haberse sumado a quienes recomendaron el artículo 48, que autorizaba al Presidente del Reich a suplantar al parlamento en el ejercicio del poder legislativo (con vagos constreñimientos que, en la práctica, se saltaron).
El primer Presidente del Reich, el socialista Friedrich Ebert, se sirvió de tal artículo en 136 ocasiones, entre otras para deponer ilegalmente a los gobiernos democráticamente elegidos de Sajonia y de Turingia, por escorarse demasiado a la izquierda. El partido del centro, al que se ha considerado demócrata cristiano, era cristiano, mas no demócrata; era un partido conservador católico, que seguía la doctrina de su santidad León XIII y de sus sucesores en el solio pontificio, a saber: la democracia no era la tesis, sino la hipótesis; no era el desideratum, sino un hecho; ya que estaba ahí, tocaba transigir sirviéndose de ella. Tampoco era demócrata el partido popular de Gustav Stresemann (el más brillante líder político de aquella república, muerto en 1929), pues se trataba de una formación monárquica que había rechazado la constitución de Weimar y que, tras la defunción de Stresemann, girará a un acercamiento con los nazis. Menos demócratas todavía eran los nacional-monárquicos del VNDP, el Volksnationale deutschpartei, que en 1933 serán los principales aliados de Hitler. Fue aquella una democracia sin demócratas.
El artículo 48 será uno de los instrumentos jurídicos que servirán para imponer fraudulentamente la tiranía nazi. Sobre ese artículo, v. C. Paul Vincent, A historical dictionary of Weimar's Republic, 1918-1933, Grenwood Press, 1997, ISBN 0-313-27376-6. Un prolijo estudio histórico-jurídico de dicho artículo lo ofrece Clinton Rossiter en la Parte I de Constitutional dictatorships (Nueva York: Harcourt, Brace & World, Inc., 1963, pp. 29-62). Otro análisis, de frustrante concisión, lo proporciona Ottmar Bühler en su «Comentario sistemático de los preceptos», en La Constitución de Weimar, por Costantino Mortati, Walter Jellinek y Ottmar Bühler, trad. J. Rovira Armengol, Madrid: Tecnos, 2010, ISBN 9788430951178, pp. 203-207.
[NOTA 98]
Los 81 diputados comunistas fueron cautivados o tuvieron que esconderse --no pudiendo así concurrir al Reichstag. Los socialistas votaron en contra. Oficialmente la ley se llamó «Gesetz zur Behebung der Not von Volk und Reich», «Ley para remediar la necesidad del pueblo y del Imperio».
[NOTA 99]
No fue debida esa derrota militar a ningún presunto genio estratégico o táctico de Hitler ni, menos aún, de su generalato, alarmado por los planes militares impuestos por el Führer en la campaña de mayo-junio de 1940, descabellados a tenor de las reglas del arte bélico. (Por el contrario, en la de Polonia de septiembre de 1939 el Führer había dado carta blanca a los expertos militares, limitándose a impartir unas instrucciones generales.) Gracias a su espionaje el caudillo germano sabía lo que sus generales ignoraban: los militares franceses no opondrían ninguna resistencia encarnizada al avance alemán, limitándose a librar batallas con desgana, por la forma, animados por el deseo de rendirse pronto. V. las obras de Annie Lacroix-Riz citadas en seguida.
[NOTA 100]
De hecho la campaña de Rommel en África septentrional en 1942 se saldará con una ignominiosa derrota, como no podía ser de otra manera.
[NOTA 101]
Una tercera vía era aquella que adoptó el clandestino partido comunista francés. Sus parlamentarios habían sido despojados de sus escaños por una ley del 21 de enero de 1940, después de que su prensa fuera prohibida y sus dirigentes encarcelados, expatriados o escondidos. Era una vía quimérica de lucha contra la guerra de uno y otro bando, por una paz a través del triunfo revolucionario y el establecimiento de un poder popular y socialista. Tal vía era absolutamente irrealizable y nadie le iba a hacer caso.
[NOTA 102]
V. su libro Le choix de la défaite: Les élites françaises dans les années 1930, Paris: Armand Colin, 2009, 2ª ed. (1ª ed. 2006). ISBN 9782200351113. También conviene leer su libro De Munich à Vichy: L'assassinat de la Troisième République, 1938-1940, Paris: Armand Colin, 2008, ISBN 9782200351113.
Aun sin la exuberancia de nuevos datos de archivo que con esmero y perspicacia despliega Annie Lacroix-Riz, sigue siendo enormemente instructivo el libro de William L. Shirer, The Collapse of the Third Republic, Nueva York: Simon & Schuster, 1969.
[NOTA 103]
Por lo ya dicho más arriba, ningún comunista pudo participar en la votación.
[NOTA 104]
No entraré aquí en la polémica sobre si la revisión constitucional del 10 de julio de 1940 fue legal o no. No es ésa la cuestión aquí abordada. El texto de la ley constitucional aprobada dice: «L'Assemblée nationale donne tout pouvoir au gouvernement de la République, sous l'autorité et la signature du maréchal Pétain, à l'effet de promulguer par un ou plusieurs actes une nouvelle constitution de l'État français. Cette constitution devra garantir les droits du Travail, de la Famille et de la Patrie. Elle sera ratifiée par la Nation et appliquée par les Assemblées qu'elle aura créées. La présente loi constitutionnelle, délibérée et adoptée par l'Assemblée nationale, sera exécutée comme loi de l'État».
[NOTA 105]
Evidentemente no son responsables de eso los gaullistas, que siguieron al General para formar en el exilio el movimiento La France Libre. Carecían de representación parlamentaria.
[NOTA 106]
En virtud de aquellos pactos, la España franquista cedió a los EE.UU. cuatro bases en territorio español: las de Torrejón de Ardoz (cerca de la capital del Reino), Morón, Zaragoza y Rota (ésta última naval, donde recalaban --y siguen recalando-- buques de guerra portadores de armas nucleares). Las tropas norteamericanas acantonadas en España en virtud de dicho pacto ascendieron, según algunas fuentes, a 7.000 hombres, pero posiblemente la cifra real fuera muy superior.
USA concedió a Franco ayuda militar y económica (ésta última de poca monta). Las armas vendidas o donadas al ejército franquista no podían usarse sin la venia de Washington; de hecho el ejército español no pudo valerse de ellas en la única guerra que sostuvo, la de Ifni contra Marruecos, entre noviembre de 1957 y junio de 1958; conque las tropas españolas fueron derrotadas, conservando únicamente la capital, Sidi Ifni.
Más importante que el militar (que de hecho sólo servía para aplastar eventualmente cualquier posible resurgir del maquis), fue el respaldo diplomático y político de los EE.UU. al régimen de Franco, en el cual participaron (aunque sin entusiasmo) los gobiernos inglés y francés y los de todos los países de la NATO. Hubo asimismo cláusulas secretas, para que el régimen franquista se beneficiara del apoyo logístico estadounidense en su propaganda.
Tomo los siguientes datos de http://studylib.es/doc/770020/historias-de-la-radio-1, acc. 2016-09-12.
EE.UU. ayudó con apoyo técnico y préstamos especiales, y las emisoras «La Voz de América» y «Europa Libre» obstruyeron desde Munich las ondas pirenaicas. «Era una guerra en el éter contra Fraga (ministro de Información), que instaló cientos de antenas para meter ruidos en nuestras ondas, a lo que nosotros respondíamos aumentando la potencia. Desde Bucarest, llegamos a tener cuatro antenas, con más potencia incluso que la radio rumana» (R. Mendezona).
[...]
La emisora [...] nació el 22 de julio de 1941, bajo la dirección de Irene Falcón. [...] Transmitía de noche y utilizaba el «Himno de Riego». Informaba sobre huelgas o denuncias de malos tratos (en el proceso de Burgos transmitió una grabación magnetofónica realizada en la misma sala del juicio) o acontecimientos nacionales, crónicas (entre 1963 y 1966, Antena de Burgos consistía en colaboraciones de los presos políticos de la penitenciaría de Burgos que cada semana hacían llegar a la emisora de las maneras más insospechadas la denuncia de su situación y las noticias del interior de la cárcel; proceso contra Julián Grimau, enviados especiales a las bombas de Palomares) [...] Se trasladó a [...] Bucarest (1951), con Ramón Mendezona (alias Pedro Aldámiz, 1913-2001) como director desde 1952 hasta el final de sus emisiones, el 14 de julio de 1977.
Más importante aún fue la ayuda espionística a la Brigada Político Social de la policía franquista para la represión contra la única resistencia activa, que era la comunista. No se conocen los detalles porque no se han abierto los archivos; probablemente se han quemado todos los documentos comprometedores.
Asimismo, la embajada estadounidense en Madrid trabó una red de contactos con elementos «moderados» --de esos que oscilaban entre el régimen franquista y una oposición nominal-- para ir preparando el futuro relevo, sin desestabilizar al poder existente, antes bien reforzándolo.
La consagración diplomática de esa alianza entre el despotado franquista y sus nuevos valedores norteamericanos se plasmó en la visita de tres presidentes de los EE.UU. a Madrid: Dwight Eisenhower en 21 y 22 de diciembre de 1959; Richard Nixon en 2 y 3 de octubre de 1970; y Gerald Ford en 31 de mayo y 1 de junio de 1975.
España había sido un país neutral en todos los conflictos internacionales desde 1813 (salvo la guerra de agresión que sufrió por parte de los EE.UU. en 1898, con la pérdida de la mitad de su territorio nacional). No había sido beligerante ni en la guerra de Crimea, ni en las de la unidad italiana, ni en la franco-prusiana de 1870-71, ni en ninguna de las dos guerras mundiales (1914-18 y 1939-45). La constitución republicana de 1931 renunciaba a la guerra como instrumento de política. Parecía irreversible la vocación española de ser un país pacífico y neutral.
Quizá el peor legado del régimen despótico de Franco fue la pérdida de ese estatuto, la conversión de España en un país beligerante en la guerra fría y enrolado en la alianza militar acaudillada por USA. La incorporación a la NATO en 1986 será simplemente la culminación de la obra de Franco (el cual no pudo ingresar en la organización a causa de haber sido impuesto en el poder por Hitler y Mussolini).
[NOTA 107]
Guido Giacomo Preparata, en su libro Conjuring Hitler: How Britain and America made the Third Reich (Londres/Ann Arbor: Pluto Press, 2005, ISBN 074532181X, p. 238) dice:
Por su parte, John Ruggiero, en Hitler's enabler: Neville Chamberlain and the origins of the Second World War (Santa Barbara: ABC-CLIO, LLC, 2015, ISBN 9781440840081, pp. 28 ss) señala que, violando el Tratado de Versalles, el gobierno de Su Graciosa Majestad acordó en 1935 con el del Reich que éste podría --de nuevo en contra de lo preceptivo a tenor de dicho Tratado-- tener una marina de guerra equivalente al 35% de la británica, incluyendo una flota de submarinos. Al año siguiente Alemania puso fin a la desmilitarización de Renania impuesta en Versalles, sin ninguna reacción activa ni de Londres ni de París. Vino luego la guerra de España, en la cual las simpatías de Roma, Berlín y Londres estaban al lado de los rebeldes. La Gran Bretaña reconoció de jure la dominación italiana sobre la recién conquistada Abisinia renunciando a exigir --según se había planteado inicialmente en el gabinete-- la retirada de las tropas mussolinianas de España. Zarandeado por varios sobresaltos, entre 1933 y 1939 vino a existir una especie de pacto triangular anticomunista Londres-Roma-Berlín.
[NOTA 108]
Tampoco sería ocioso recordar cómo los ocupantes norteamericanos en Alemania occidental salvaron --y recuperaron para la cruzada anticomunista-- a altos dignatarios y criminales nazis. La desclasificación de documentos oficiales ha permitido al New York Times en 2010 dar a conocer que miles de torturadores (según algunas fuentes 10.000) fueron reclutados como mílites de la guerra fría contra el bloque oriental. Entre otros figuran: Otto von Bolschwing, colaborador de Adolf Eichmann, a quien acompaña a Auschwitz. Fue acogido en 1954 por la CIA, que fabricó documentos falsos para que pudiera negar su pasado. Otro fue Arthur L. Rudolph, quien dirigía la fábrica de misiles de Dora, que bombardeaban la Gran Bretaña, haciendo trabajar hasta la muerte mano de obra esclava. Fue reclutado por la NASA para trabajar en los cohetes norteamericanos, atribuyéndosele la paternidad del Saturno V que hizo posible el viaje a la Luna. Fue honrado con la máxima distinción de la NASA. Cuando se supo su pasado, lo defendió Patrick Buchanan, ex-consejero de Nixon, Ford y Reagan, aduciendo su derecho a permanecer en USA por los servicios prestados. John Demjanjuk, alias «Iván el Terrible», también figura en la lista de verdugos. Se ganó el sobrenombre en Treblinka, Sodibor y otros campos de exterminio.
(V. «10.000 criminels nazis dans l'industrie de guerre américaine: La famille Bush et l'Allemagne nazie», http://timpouce94.over-blog.com/2016/02/10-000-criminels-nazis-dans-l-industrie-de-guerre-americaine-la-famille-bush-et-l-allemagne-nazie.html, acc. 2016-06-05. V. también «U.S. Recruited Nazis More Than Thought, Declassified Papers Show», The New York Times, http://mobile.nytimes.com/2010/12/12/us/12holocaust.html, acc. 2016-06-05.)
[NOTA 109]
No sólo eso, sino que --aunque Alemania estaba lejos de China-- el PC chino no olvidaba que las campañas anticomunistas de cerco y aniquilamiento de Chiang Kai-shek se habían llevado a cabo gracias al armamento y al asesoramiento militar hitlerianos, por lo cual la propaganda de los guerrilleros de Yenán no cejó en su virulencia antigermana. Basta leer los textos de Mao Tse-tung de ese período. Por otro lado, la Unión Soviética aprovechó esa tregua bienal con Alemania para firmar con el Japón un pacto de no agresión que le evitó tener que combatir en dos frentes durante la guerra de 1941 a 1945. Sin embargo, durante toda la guerra la URSS siguió ayudando tanto al Kuomintang como al PC Chino.
[NOTA 110]
Al margen del problema aquí tratado --el de la enemistad mortal entre el partido comunista alemán, KPD, y el régimen nazi durante los 669 días de vigencia del pacto de no agresión germano-soviético-- surge otro debate acerca de si, en el período 1928-33, el ultraizquierdismo del KPD había facilitado el acceso de Hitler al poder, al rehusar cualquier entendimiento con los socialdemócratas.
Las culpas están divididas y compartidas. Si los comunistas fueron sectarios para con los socialistas, la animadversión era recíproca. El cartel electoral del SPD (la lista 2) en las elecciones de noviembre de 1932 rezaba: «Gegen Papen, Hitler, Thälmann», siendo un reflejo especular invertido de la línea comunista que equiparaba con los nazis a los socialdemócratas (tildándolos de «socialfascistas») (Thälmann era el secretario general del KPD).
Era difícil al KPD tener una actitud benévola frente al partido del presidente del Reich, Friedrich Ebert, quien había usado y absusado despóticamente del artículo 48 de la constitución, entre otras cosas para disolver a los gobiernos democráticos de Sajonia y de Turingia, a fin de castigar el éxito electoral comunista. Peor que eso fue la represión de la policía prusiana (bajo órdenes del gobierno autónomo de ese Estado, en manos del SPD) sobre todo en el triduo del 1 al 3 de mayo de 1929, lo que se llamó «Blutmai» («mayo sangriento»).
El gobierno había prohibido manifestaciones al aire libre, pero, así y todo, tuvo lugar en las calles de Berlín la jornada obrera de lucha del 1º de Mayo. La brutal represión policial, que disparó contra los trabajadores, desencadenó una serie de disturbios que se prolongaron durante los días sucesivos, con un saldo de 33 civiles muertos y 198 heridos. Las pedradas de los manifestantes hirieron a 47 policías. (V. Thomas Kurz, Blutmai: Sozialdomokraten und Kommunisten im Brennpunkt der Berliner Ereignisse von 1929, Berlin/Bonn: Verlag J.H.W.Dietz Nachf, 1988, ISBN 9783801201319.)
Fue precisamente unas semanas después de esa masacre cuando los comunistas alemanes se congregaron en Wedding (uno de los suburbios berlineses donde había tenido lugar la tragedia) decidiendo tildar al SPD de «socialfascista». (No te trató, pues, de un mero calco de la línea moscovita, sino de una reacción a hechos nacionales.)
Posteriormente, el SPD apoyó la candidatura del mariscal Hindenburg en las elecciones presidenciales del 13 de marzo de 1932. Nada más ser elegido, Hindenburg sancionó y promulgó la legalización de las SA y las SS acordada por su canciller, Papen (del Zentrumpartei), y, el 20 de julio de 1932, ilegalmente disolvió el gobierno de Prusia, dirigido por los socialistas, los cuales decidieron permanecer inertes ante ese golpe de Estado, frente al cual el KPD (haciendo de tripas corazón) propuso la unidad con el SPD para lanzar juntos una huelga general; el SPD rehusó la oferta, prefiriendo claudicar ante la acción anticonstitucional del Presidente por el cual acababa de votar. (V. Ben Fowkes, Communism in Germany under the Weimar Republic, Londres: Macmillan, 1984, ISBN 9781349173730 [ebook], p. 167.)
En la reunión de dirigentes del SPD en el edificio del Reichstag la tarde del lunes 30 de enero de 1933, a la vez que se anunciaba el nombramiento de Hitler como canciller del Reich, Rudolf Breitscheid barajó las alternativavas de acción, excluyendo tajantemente cualquier acuerdo con los comunistas. Con excepción del líder sindical Siegfried Aufhäuser, rechazaron todos los congregados cualquier movilización popular contra el nuevo gobierno. Érales, claro está, difícil oponerse al mandamiento del Mariscal-Presidente a cuya elección ellos habían contribuido decisivamente. (V. William Smaldone, Confronting Hitler: German Social Democrats in Defense of the Weimar Republic, 1919-1933, Rowman & Littlefield Publ. Inc., 2009, ISBN 9780739132111 [ebook], pp. 1ss.)
Nadie ignora que fue Hindenburg quien entregó la cancillería a Hitler el 30 de enero de 1933 y quien --valiéndose una vez más del artículo 48 de la constitución-- le conferirá plenos poderes con su Decreto legislativo del 28 de febrero, la Verordnung des Reichspräsidenten zum Schutz von Volk und Staat (Edicto del presidente del Reich para la protección del pueblo y del Estado), que suprimía el habeas corpus, las libertades de palabra y de prensa, la de reunión y el secreto de las comunicaciones privadas. (Ese edicto seguirá en vigor hasta la derrota de Alemania en mayo de 1945.) Posteriormente Hindenburg sancionará y promulgará la ley de habilitación aprobada por el Reichstag el 23 de marzo de 1933, instituyendo así la dictadura del canciller Hitler.
Aunque el 23 de marzo los socialistas votaron contra esa ley, muchos de sus líderes adoptaron una política de acercamiento al nuevo régimen nacionalsocialista; los demás se exiliaron o cesaron toda actividad política.
Ahondando en las raíces sociológicas de la áspera pugna entre los socialdemócratas del SPD y los comunistas del KPD, averiguamos que en 1932 el 85% de los militantes comunistas estaban en el paro a causa de la crisis (ya hubieran sido despedidos --verosímilmente en represalia por su filiación política--, ya hubiera sido prosélitos estando ya desempleados; muchos de los jóvenes nunca habían tenido oportunidad de hallar un empleo y algunos eran parados de segunda generación). Por el contrario, la inmensa mayoría de los miembros del SPD habían conservado sus empleos (gracias, posiblemente, al paraguas de su afiliación sindical), lo cual generaba en la base un agudo conflicto social de intereses y de sentimientos. (V. Conan Fischer, The German Communists and the rise of Nazism, Londres: Macmillan, 1991, ISBN 0-333-48774-5, pp. 132ss.)
Pero es que, aunque los socialistas y los comunistas se hubieran unido, su coalición habría sido derrotada, pues todos los demás partidos apoyaron la instauración de la tiranía de Hitler. En el Reichstag elegido el 6 de noviembre de 1932, socialistas y comunistas sumaban 221 diputados de un total de 584 escaños. Los nazis tenían 196, pero será el apoyo de los partidos no socialistas lo que permitirá a Hitler convertirse en dictador tras las elecciones (no libres) de marzo de 1933.
[NOTA 111]
Datos tomados del libro de Allan Merson, Communist resistance in Nazi Germany, Lawrence & Wishart Ltd., 1986, ISBN 9780391033665.
Lo que, según ese historiador inglés, disminuyó, en el bienio 1939-41, la actividad revolucionaria de los comunistas germanos fue su desánimo, a consecuencia de la terrible represión de los seis años precedentes y de los deslumbrantes triunfos militares hitlerianos, que entenebrecían el horizonte, dejando pasar pocos rayos de esperanza. Por eso las propias células del KPD muchas veces se limitaban a reunirse, escuchar Radio Moscú, mantener contacto con una red de simpatizantes y esparcir verbalmente un discurso antirrégimen.
[NOTA 112]
El PCF había propuesto entablar negociaciones de paz con Alemania antes que ésta lanzara su ofensiva en mayo de 1940 e incluso al comienzo de la ofensiva.
[NOTA 113]
Según lo narra el historiador Yves Le Maner, «Le parti communiste dans le Nord-Pas-de-Calais, de la crise des années trente à la grève des mineurs de 1941», en La Grande grève des mineurs de 1941, Lille: Memor, Nº 35, 2002, pp. 9-17.
[NOTA 114]
Muchos de estos textos y datos los tomo de la bitácora anticomunista «Le Parti Communiste Français 1939-1941», http://pcf-1939-1941.blogspot.com/, acc. 2016-06-05. Sobre la huelga minera de la primavera de 1941, v. «Le scandale de la grève oubliée des mineurs de mai-juin 1941», http://www.humanite.fr/le-scandale-de-la-greve-oubliee-des-mineurs-de-mai-juin-1941-608110, acc. 2016-06-05.
[NOTA 115]
Tesis que para nada sustenta con datos ni con ningún otro argumento, sino que sienta dogmáticamente.
[NOTA 116]
O, más exactamente, de no-génesis, toda vez que sostiene que ninguno de los dos movimientos procede de la Ilustración.
[NOTA 117]
Eso dejará de ser verdad dentro de unos años; pero todavía hoy puede darse ese conocimiento por supuesto.
[NOTA 118]
Marx concibe al Estado igual que lo hará von Mises: un aparato represivo formado por jueces, alguaciles, gendarmes, policías, carceleros, verdugos y militares. Lo que no sea eso no es Estado. Sobre el comunismo del siglo XX pesó como una losa de plomo la herencia de esa concepción de Marx, de la cual tuvo, dificultosamente, que irse emancipando poco a poco, primero para postular unas tareas de planificación económica y de servicio público del Estado socialista que Marx no había previsto; y luego para plantear reivindicaciones de transformación político-social en el mundo capitalista, si bien en esta segunda faceta jamás consiguió elaborar ninguna teoría coherente y sostenible.
[NOTA 119]
No se les iba a ocurrir pensar que el planeta Tierra salió del estallido de la nebulosa solar ya de golpe con las especies vivientes de su tiempo.
[NOTA 120]
Que el agrónomo Lisenco fue un impostor intelectual es hoy de sobra reconocido; sólo que también en nuestros días sabemos que, siendo desenmascarado como superchería, acaba desinflándose como un globo mucho de lo que aparece aureolado con el rótulo de «ciencia» --tras haberse exhibido con los máximos honores y galardones en las revistas más prestigiosas. (Evidentemente la gran diferencia estriba en que la impostura de Lisenco halló un aval gubernativo.) Pero que toda esa pseudobiología michurinista fuera científicamente inane no prueba que no haya vías fecundas para un neolamarckismo metodológicamente sólido. Cualquier busca en internet ofrecerá un montón de artículos --los unos científicos, los otros de divulgación-- acerca de la relación entre la epigenética y el neolamarckismo.
[NOTA 121]
Una tarea más posible de lo que se cree, gracias a los medios telemáticos; no se olvide que sólo una minoría de los ciudadanos varones atenienses participaban en las asambleas igual que en Roma los comicios centuriados se cerraban antes que la masa proletaria pudiera ni siquiera empezar a votar.
[NOTA 122]
En mi opinión hay dos modelos radicalmente diferentes: la democracia helvética --la única que merece de veras ese calificativo de «democracia»-- y la democracia electiva, en el cual el pueblo no ejerce el poder, sino, en su nombre, unas élites que controlan las elecciones, especialmente donde está reforzada la hegemonía partitocrática y rige una fuerte disciplina de partido. (V. (Peña, 2009a).)
[NOTA 123]
O tal vez incluso en algunos de obediencia socialista o cristiano-progresista, vagamente benévolos hacia las democracias populares --bajo el pontificado de Juan XXIII y su diálogo cristiano-marxista.
[NOTA 124]
En términos de la famosa primera novela de Pearl Buck, el east wind, que todavía bramaba impetuoso hasta mediados de los setenta, había sido arrollado y sobrepujado por el west wind, el potente céfiro, principalmente desde la Perestroika, en la segunda mitad de los ochenta.